lunes, 21 de diciembre de 2020

Tras 10 años Durango se queda sin Festival de Cine Mexicano

texto ANDREI MALDONADO fotografía ERIC VILLA

Luego de 10 años y 11 ediciones ininterrumpidas, el Festival de Cine Mexicano fue suspendido por su organizador, el Instituto de Cultura del Estado de Durango (ICED), esto por falta de presupuesto, aseguró la directora de dicha oficina gubernamental, Socorro Soto Alanís.

Durante la presentación de resultados del 2020 la funcionaria estatal indicó que el instituto que dirige se quedó sin presupuesto para organizar el certamen, que en este 2020 llegaría a su edición 12; agregó que fue el único festival que no se llevó a cabo ni siquiera en modalidad virtual como sí se efectuaron otros, tales como el Encuentro de Escritores y el Festival Revueltas.

Soto Alanís manifestó que no hubo acercamiento de parte de la comunidad cinematográfica duranguense, pero no se descuidó el tema del cine ya que se pudieron realizar cortometrajes bajo el programa “Cortos desde adentro” para directores radicados en Gómez Palacio y Lerdo; “se les informó con tiempo al equipo organizador que este año no sería posible llevarlo a cabo”.

Sin embargo, desde hace semanas Cinéfagos buscó con el personal del ICED saber si se efectuaría o no el festival y todos los entrevistados afirmaron desconocer dicha información, pues no se les había indicado nada de parte de la dirección; también queda en el aire saber si había asignado recurso desde inicios del año para el festival, pues la funcionaria no comentó nada al respecto.

Sobre el futuro de este festival de cine la entrevistada aseveró que se buscará “rescatarlo”, sin embargo nada se puede asegurar ya que se está a la expectativa del rumbo que tome la pandemia; “es un festival que da mucho glamour por los invitados que recibimos, por eso queremos hacerlo presencial, esperamos poderlo rescatar el próximo año”, puntualizó.

El Festival de Cine Mexicano tuvo su primera edición en junio de 2009, siendo fundado por el cineasta Juan Antonio de la Riva mientras estaba al frente del ICED; la última edición fue llevada a cabo en noviembre de 2019 en medio de la polémica, pues fue anunciado cinco días antes de iniciar, en medio de bajas audiencias y la polémica por falta de pagos a los ganadores de la edición 2018.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Una soledad con alas

texto y fotografía ANDREI MALDONADO

De pronto, la habitación se fue llenando de polillas. Las había de todo tipo, de todos los tamaños. Las pequeñas se habían anclado al interior del ropero, devorando su guardarropa. Las más grandes se paseaban entre los libros, alimentándose por igual de Cortázar que de Joyce. 

Recordaba cuando empezaron a proliferar. Primero no les dio importancia, achacaba su presencia a unas bolsas de harina sin usar en la despensa o al pan viejo, el cual carecía de trascendencia. Poco a poco fueron ganando terreno, empujándola hacia su habitación.

Comenzaron apoderándose por completo de la cocina. Le siguió la sala, de donde parecían emerger del acojinado del sillón. Revoloteaban de aquí para allá, desde el vestíbulo hacia las habitaciones de la planta alta, subiendo por la escalera de caracol, cubriendo las paredes. 

Inútil intentar exterminarlas. Entre más las mataba, más aparecían. Terminó por encerrarse en su alcoba, pero llegaron ahí también. Se filtraban por entre los huecos que dejaba la puerta, a través de la cerradura. Parecía que las polillas venían con el polvo que se colaba por la ventana.

Una noche ellas triunfaron, se irguieron victoriosas como dueñas de la casa. No había rincón que no estuviera tapizado por miles de alas grises y blancas, millones de antenas y patas. Manchas revoloteando, agitándose, revolviendo el ambiente, sonando al unísono como himno triste.

Se cansó de luchar, pues habían llegado hasta su cabeza. Ocupaban sus pensamientos, dominaban sus sueños. Decidió cerrar los ojos. Cuando se descalzó sus pies no tocaron el piso: una alfombra cálida y vibrante impidió que sus plantas chocaran con el frío suelo. Al desvestirse y echarse a dormir un cosquilleo móvil le recorrió la espina dorsal.

Cuando la encontraron estaba desnuda en la cama. Tenía dos mariposas negras sobre sus pechos, sus ojos eran dos hadas blancas que volaron asustadas ante la presencia de extraños y se desvanecieron en el aire. Su cabello parecía una red de pescador, donde estaban atrapadas decenas de ellas, sin poder volar.

Porque ella misma había sido una mariposa nocturna, algo de su interior había volado ya lejos, muy lejos, desde hace tiempo. En su aislamiento sólo consiguió la compañía de las polillas.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Editorial: Reciprocidad

texto ANDREI MALDONADO

Reciprocidad. Una palabra bastante pomposa y poco frecuente en nuestro uso diario, que sin embargo guarda un significado altamente bello. La Real Academia Española la define como “Correspondencia mutua de una persona a otra”. Claro, que quizá esta fría definición de la RAE no les diga mucho, pero la acepción de la palabra que hoy busco compartirles nos habla de la colaboración fraterna que se puede dar entre dos personas o dos instituciones.

Dicha colaboración o intercambio fraterno puede darse como correspondencia a un bien antes recibido. En este caso Cinéfagos ha creado una edición especial para su número 46 con el principio de la reciprocidad con el blog Producciones “La vieja escuela” Presenta:, pero todavía más palpable hacia nuestro compañero Juan José Antuna Ortiz, quien desde hace años se ha vuelto colaborador cotidiano y elemental para la revista, teniendo su propia sección en cada edición.

Pero este número especial no solo tiene que ver con agradecer a Juan su apoyo en la cobertura de eventos allá en las tierras de Baja California Sur, o sus siempre atinadas y bien recibidas reseñas y críticas. El espíritu que prevalece en esta edición es el de la amistad, el de la complicidad, pues encontrar navegantes como él o como Eric Villa, que estén dispuestos a embarcarse en una aventura que no entraña de principio ninguna recompensa económica, es de agradecerse.

Encuentren entonces queridos lectores que el número 46 de Cinéfagos es una revista llena de profundo amor al cine, en donde encontrarán las notas más destacadas del blog de Juan José, que han recibido excelente recibimiento de parte de sus lectores y de aquellos a quienes fueron dedicadas, y que creemos merecen nuevo ojos para ser vistas, los ojos de los seguidores de Cinéfagos, y de paso imaginarnos cómo sería el blog si se convirtiera en revista.

Juan, a través de estas palabras recibe toda mi admiración y respeto por llevar tantos años emprendiendo el esfuerzo de mantener tu blog por el simple gusto de compartir con el mundo las palabras que se agolpan en tu cabeza cada vez que vez una película. En Cinéfagos consideramos a Producciones “La vieja escuela” Presenta: nuestra página hermana. Continuemos movidos por el principio de reciprocidad construyendo canales para expresar lo que nos gusta del cine.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Orfeo Negro, la permanencia del mito

texto EDUARDO SABUGAL

Aunque puede pensarse riesgosa la idea de adaptar un mito trágico a un contexto brasileño en pleno siglo XX, sin caer en clichés representacionales, Orfeo Negro (Orfeu Negro, 1959), que ganó la Palma de Oro en Cannes, está ahí para comprobar, en una adaptación sui generis, que no es así. 

La capacidad de síntesis dialéctica a través de la estética, que representa de por sí el mito, queda de manifiesto en esta película de Marcel Camus. Los mitos son lo que son por su capacidad de traslación, por su constante desterritorialización. El infierno carnavalesco de este filme es la persistencia de un grito y de una pérdida. Eco doloroso del que busca pero también del que se pierde, de lo perdido. Un grito que se repite como conciencia y condena. 

Si bien Hesíodo y Homero ignoraron ese grito, Píndaro, Eurípides y Platón se sumergieron en él quizá para alimentarlo más y animarlo como una hoguera. Orfeo vive en cada cabeza que gira hacia el pasado, en cada rostro que se vuelve en el camino, en cada huida y cada amor, desde Virgilio y sus Geórgicas hasta Marcel Camus. 

Ni héroe, ni víctima, voluntad humana, impetuosa, que se erige como sol en el horizonte; voz que sale desde el Hades y que se repite fuera de él, en esta tierra en donde las manos de los hombres acarician las cuerdas de sus guitarras y la piel de mujeres hermosas como crepúsculos, tierra donde las máscaras ocultan lágrimas, donde los hombres se tiran al baile como a un barranco. 

Una pérdida, un extravío constante, esa es la sustancia poética de Orfeo Negro. La música de Luiz Bonf y Antonio Carlos Jobim, logra actualizar el mito de Orfeo, trayéndonos una Eurídice brasileña que parece estancada en la muerte, fantasmal, y al mismo tiempo petrificada en cada recodo de la facticidad. Decimos Eurídice y es como si estuviéramos viendo a la mujer de Lot, a Eva misma perdiéndose en la memoria ancestral de un paraíso perdido. 

Y aquí, en la tierra del oro que vistió europeos, la geografía viene a jugarnos una broma, diciéndonos que el mito trágico no es negro ni blanco, ni se encuentra sepultado en los textos de Eurípides o Sófocles, sino que tiene otros colores y otras geografías, ya no es de esencia brasileña, ni griega, sino que está hecho de algo resuena en medio y que podemos nombrar simplemente como lo humano. 

El telón de fondo es un carnaval. No tan surrealista como podría parecernos en un principio, pues qué mejor infierno que toda esa gente haciendo ruido y jugando a ser lo que no es. Ya se sabe: Multitude, solitude: termes égaux, diría Charles Baudelaire. Toda esa música girando en torno a la pobreza, los disfraces, las casuchas amontonadas de las favelas en un desorden vertiginoso, son el Hades latinoamericano, en donde, sin embargo es posible la esperanza del amor. 

Marcel Camus, director y guionista, quiso conservar el instrumento musical y los animales que se amansan ante Orfeo, y ese aire de ninfa que Eurídice muestra al caminar descalza y al sonreír tímidamente desde la negrura de su rostro. Belleza oscura, oscuridad bella. Sin embargo Camus shakesperianamente quita la mordedura de serpiente y coloca en su lugar algo más atroz: las manos de Orfeo. 

Eurísteo que pretendía el rapto de Eurídice es una figuración de la muerte misma. Con la ayuda de la fotografía de Jean Bourgoin, el descenso de Orfeo a los infiernos es en realidad el recorrido desolador en un edificio lleno de archivos y papeles. Acaso no haya cosa más estúpida para tener constancia de la muerte que un acta de defunción, acaso no exista descenso infernal más desesperanzado que los documentos apilados de los hombres, la burocracia de la muerte. 

La actuación de Breno Mello y Marpessa Dawn se unen a la reificación brasileña del mito, en ese memorable y angustioso encuentro de Orfeo con Eurídice, que trasladado al mundo del filme se vuelve la práctica de un rito bastardo, síntesis del catolicismo y de la religiosidad africana. Los portugueses no sólo dejaron miseria y pobreza en Brasil, también trajeron unos diez millones de esclavos negros y con ellos de forma inevitable, el culto Candomblé, que permitía adorar divinidades africanas que se escondían bajo las figuras de los santos, danzas frenéticas y posesiones corporales; culto que hace posible a Orfeo bajar al Hades de Río de Janeiro y oír de nuevo la voz de su amada. 

Escena cruel que nuevamente hace desfallecer a Orfeo y que anuncia la muerte definitiva de Eurídice, el rompimiento, la separación eterna. Zeus compadecido por el hombre que ha preferido viajar en la muerte a vivir sin la mujer que ama, les lleva a los dos al Olimpo y allí les concede la inmortalidad. Un Zeus óptico, detrás de la cámara, se compadece también y los abraza en una caída mortal, los hace volver a renacer en los niñitos que al final de la película, bailan y miran el mar mientras tocan la guitarra, en la más pura tradición orfística.