texto JUAN JOSÉ ANTUNA ORTIZ
Me parece que el cine de Everardo González debería ser considerado dentro del documental mexicano como un género aparte. Ha logrado crear un lenguaje como pocos documentalistas mexicanos, como podrían ser Eugenio Polgovsky, Carlos Velo, y Rubén Gámez, por supuesto.
Sí lo arriesgado de su narrativa, pero también su propuesta general, hacen que este documental sea indiscutiblemente una de las mejores películas mexicanas del año. Me atrevo antes de abordar el análisis por separado tanto del fondo como de la forma, emplear y escribir la que para mí es la mejor palabra que define el documental de Everardo, y esa palabra es brutalidad. Ahora explico por qué.
Empezando por el fondo, uno creería que luego de ver sus antecesores documentales (en preciso estaremos mencionando al extraordinario “La libertad del diablo”), Everardo ya no podría abonar más a la discusión de las violencias y sus consecuencias en las distintos sectores sociales del país, pero lo cierto es que la vida se empeña en decirnos que la realidad siempre superará a la ficción, y lo cierto es que la violencia, y las distintas formas de violencias siguen más vigentes que nunca, y Everardo sigue siendo incisivo en no callar en exponer las situaciones.
La brutalidad en el fondo es evidente con los testimonios que escuchamos, que ya sea de manera muy próxima o de refilón, nos llegan a todos los que somos parte de una sociedad que camina entre las personas en la calle, que no somos parte de la oligarquía ni de una clase alta (aunque sabemos que a ellos también les llegan estas historias), y a pesar de que la forma de alguna manera se prestaba a una situación más explícita (ahora abordo eso con más detalle y profundidad), Everardo jamás pasa la línea de su discurso al exhibicionismo o el amarillista.
Eso en algún momento podría hacer que espectadores o adeptos puedan tachar a Everardo de mojigato o poco arriesgado, pero la cosa está en la lectura y la intención de Everardo desde el principio, acá juega mucho la cuestión incluso no sólo de la proyección de sus testigos a través de sus testimonios, sino también de la forma, la cual atendemos a continuación.
Si bien en sus primeros trabajos las denuncias y luchas que reflejaba Everardo a través de las historias, aunque importantes y para algunos personajes de la vida política de nuestro país podían resultar incómodas, las personas que exponían sus situaciones en esos trabajos no corrían un riesgo latente.
No es si no a partir de “La libertad del diablo”, cuando se toca el tema de la violencia generada a partir de la guerra contra el narco y la violencia que alcanza a los civiles y las familias de los peones de este sistema tanto de un lado como del otro. Everardo emplea a través de la forma y la narrativa condiciones para proteger a las personas que se atrevían a dar su testimonio.
En “Una jauría…” pasa algo muy parecido, y Everardo una vez más muestra de una manera muy creativa e innovadora, pero además que discursiva y narrativamente es muy propositiva y atractiva, y es al emplear una narrativa muy similar al de los videojuegos que precisamente tocan temas símiles como lo son las violencias callejeras y las guerras. Todo el tiempo vemos a través de la nuca de las personas y sus testimonios lo que hacen, lo que viven, su entrada al sistema de violencia, su apogeo, y su salida.
Un logro en esta narrativa es también como por momentos Everardo involucra (cómo suele ser costumbre) a la psique y la imaginación del espectador, pues cual videojuego, una vez terminado un capítulo de la historia, o completada una misión, se nos viene un blackscreen de varios segundos en los que al principio no pasa nada, pero luego empiezan algunos sonidos ambiente y pláticas/diálogos que empiezan siendo poco legibles hasta que se empiezan a entender de a poco, muy por lo bajo, hasta que volvemos a la acción con alguno de los personajes secundarios o el principal (que si lo hay, por supuesto), y una vez más a ser testigos del terror que sigue siendo esta violencia sistematizada que azota a quienes tendrían que ser el futuro del país.
Esta forma se emplea justo para llegar al punto en que los testimonios involucran al espectador de esa manera activa, Everardo no necesita ser explícito ni en el fondo ni en la forma, ni en lo visual ni en lo sonoro, sólo necesita empezar a hilvanar las historias que muestra, de una manera correcta; para que en el espectador se genere esa catarsis, la tesis que por sí mismo debe de elaborar.
Por supuesto que la apuesta de Everardo es arriesgada y habrá quienes vean este trabajo con ojos de mocho, de blandengue, pero por sobre todas las cosas, creo que ahí, en esa intención de tratar a sus personajes con valor y a los espectadores con inteligencia, está el lenguaje de Everardo, lo que él aporta al documental mexicano, pero también al cine nacional en general.
La brutalidad en la forma es haciendo evidente que para los orquestadores del azote que reina en nuestro país, los jóvenes son tan desechables como las vidas de los protagonistas de los videojuegos, cuando te matan a uno, siempre puedes elegir otro, y fácilmente se sirven de ello por las pocas oportunidades que hay de progresar en nuestro país, la poca atención que pone en gobierno en brindar herramientas y seguridad a estos jóvenes, y en consecuencia, la desarticulación que se vive en un gran porcentaje de los núcleos familiares en varios puntos vulnerables del país.
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