texto ANDREI MALDONADO
Tardé en escribir sobre la nueva película de la saga Alien, Alien Romulus, del director Fede Álvarez, tal vez porque tenía sentimientos encontrados sobre la cinta. Por un lado, reconocía sus virtudes, pero por otro, no encontraba, a diferencia de las otras entregas, cual era la motivación principal que versaba en la historia, hasta que finalmente di con el punto importante: el elixir de la vida.
Si bien en Prometeo (Ridley Scott, 2014) ya se había tocado parcialmente el tema de la búsqueda de la prolongación de la vida (o la negación de la muerte, como quiera verse) que buscaba Peter Weyland, en esta ocasión no solo se rescata un elemento introducido en las precuelas del mundo Alien, que es el patógeno negro de los ingenieros, sino que se lleva a otro nivel.
Mientras Weyland solo buscaba no morir, en esta ocasión la compañía busca mejorar a la raza humana. El androide Rook (más tarde ahondaremos sobre este personaje) explica que el compuesto Z001, que es la versión refinada del patógeno extraído del ADN del xenomorfo que Ripley arrojó al espacio en Alien de 1979, es capaz de convertir al ser humano en el “organismo perfecto”.
Esto da un giro completo a las motivaciones de Weyland-Yutani, la corporación que se nos ha dibujado siempre como una compañía ambiciosa, capaz de sacrificar vidas humanas para obtener al xenomorfo y convertirlo en un arma biológica. En cambio, se ve que la búsqueda de este organismo es para extraer su capacidad de regenerarse y vivir en el espacio y dársela a los humanos.
Si bien el interés de la compañía podría ser crear mejores esclavos (en las escenas de introducción se explica que los obreros mueren en las minas de las colonias y Rook reafirma que el ser humano jamás estuvo hecho para los viajes espaciales), el que el objetivo de Weyland-Yutani sea crear y no destruir mueve todos los esquemas que se venían trazando a lo largo de la saga.
Y esto, más que un simple capricho por dar un nuevo giro a la historia, responde también a nuestros tiempos. Situémonos. En Alien (y sus subsecuentes secuelas) se vivía en tiempos de la Guerra Fría, la guerra de los Balcanes y otros conflictos armados, donde el temor era la generación no ya de armas nucleares, sino de armas biológicas, aquellas que acabaran con la vida en segundos.
Aunque el ser humano sigue enfrascado en guerras, es evidente que desde que comenzó el milenio las preocupaciones de la humanidad incluyen cómo mejorar la salud de las personas, erradicar enfermedades, extender la esperanza de vida, volvernos más fuertes y más inteligentes, incluso vencer al tiempo negando el envejecimiento y, por supuesto, venciendo a la muerte.
Pero, como todo descubrimiento, la generación del compuesto Z001 no fue la panacea. Para obtener más de esta sustancia era necesario recrear a los facehugger, que tarde o temprano se liberarían, generando un caos en la estación que, sumado a que el xenomorfo no había muerto, terminó por sentenciar el destino de la tripulación, solo sobreviviendo (parcialmente) Rook.
Pero la alerta real que deja como enseñanza que jugar a ser dios puede ser peligroso lo deja cuando Kay se inyecta el compuesto estando embarazada, pues el ADN del feto muta y lo convierte en una abominación, mezcla de ingeniero, humano y xenomorfo, lo que demuestra nuevamente que con este patógeno no se puede jugar. El fuego de Prometeo terminará incendiándonos.
Algunos otros elementos que reiteran la preponderancia de la búsqueda del elixir como punto primordial de la película están en el mismo nombre de la estación Renacimiento, ya que en ella se buscaba el renacer del hombre. Las dos áreas en que se divide, Rómulo y Remo, hacen alusión a la leyenda de los fundadores de Roma, cuna de la civilización moderna tras la caída de Grecia.
Ambos hermanos son amamantados por una loba, lo que les da una fuerza e inteligencia sobrehumana, pero solo Rómulo sobrevive, pues asesina a su hermano. Hay ahí varios elementos referenciales, como el hecho de que el compuesto es la leche de loba que hará al humano un ser superior y refundará el orden del universo, pero quizá a costa de matar a sus hermanos.
Por otro lado, la presencia del cuadro “Vista del Ayuntamiento de Marsella durante la peste” en la entrada de la estación Remus, nos da un adelanto de lo que ocurrió en la estación, y de lo que más adelante hará la abominación: resalta en el cuadro un bebé que se amamanta de su madre moribunda (aunque la introducción del cuadro no es tan orgánica como en Alien Covenant).
En este entramado de simbolismos y búsqueda de la supervivencia resalta el androide Rook, quien es un modelo similar al de Ash de la primera película. A diferencia de este, Rook, aunque en apariencia por un momento resulta igualmente siniestro, demuestra un gran interés por cumplir los deseos de la compañía y garantizar la prevalencia de la humanidad a través del compuesto.
Este signo lo distingue por encima de David que, en Alien Covenant, dejó claro su desprecio por la raza humana. Cabe destacar en este apartado el trabajo que se hizo de producción para replicar, por medio de una marioneta mecanizada y la inteligencia artificial, la aparencial del fallecido actor Ian Holm. Incluso la labor del actor que imita la voz es sencillamente gloriosa.
Otros elementos destacados son el mostrar por primera vez la vida en una colonia de Weyland-Yutani (más allá de la escena retirada del corte final de Aliens, que terminó inspirando a Fede Álvarez), así como el personaje de Andy, un androide que presenta fallas al ser un modelo viejo, pero que ha generado cariño a la protagonista Rain, ya que entre ambos se consideran hermanos.
Es claro que esta no deja de ser una película que busca recaudar taquilla, y es por eso que el estudio Disney (que se aventura por vez primera en el mundo de Alien desde la compra de la Fox) introduce personajes muy jóvenes, como lo hizo en las secuelas, series y spin-off de Star Wars, pero lo justifica muy bien, al ser los huérfanos de los mineros que han ido muriendo en la colonia.
El tema colonial es otro elemento bien explotado, donde las grandes corporaciones, a fin de cuenta, siguen buscando su propio beneficio, explotando los yacimientos minerales de planetas que están en un proceso todavía primitivo, como el que tuvo la Tierra hace millones de años, explotando el trabajo de los mineros prácticamente igual a como ocurría en el tiempo del imperialismo en África.
Es claro que Alien Romulus también tiene sus excesos y comete errores. El principal, es el abuso de las referencias a películas previas, lo que convierte más en un robo de diálogos y escenas que en un homenaje, al grado que uno pone en duda que sea realmente una gran película o todo se lo deba a que hay seis películas predecesoras que, de una u otra forma, le sirven de colchón al director.
Con todo, Alien Romulus representa un buen giro a la historia, que responde algunos cuestionamientos, abre nuevos y otros que quedaron pendientes en Alien Covenant no los resuelve, pero deja demostrado que esta es una saga cinematográfica que tiene todavía mucho por dar, siempre y cuando no se sobreexplote y se entregue al siempre tentador “fan service”.
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