texto y fotografía RAÚL GALINDO
“Tengo la sensación de que hay demasiado contenido hoy en día, demasiado ruido” dijo Cristian Mungiu, el multipremiado director rumano, después de la exhibición de su último largometraje, R.M.N.
En el 2021, solo en Estados Unidos, se estrenaron 403 películas, una cifra que lentamente ha comenzado a subir desde la pandemia mientras la industria busca regresar a las casi 800 películas que se exhibieron en el 2019. Pero si antes, la atención de la audiencia ya había empezado a dispersarse entre las olas de contenido, en los últimos dos años se disparó como Coyote persiguiendo al Correcaminos.
Para los creadores que presentaron sus películas en el NYFF como Cristian Mungiu, el proceso para elegir cada nuevo proyecto se ha vuelto mucho más reflexivo: ¿Qué historias realmente valen la pena contar? ¿Qué hace falta por decir? ¿Qué proyecto amerita la cantidad de dinero y energía que se invierte en él para llevarlo a la pantalla?
Esa conciencia se refleja en el tipo de historias y también en las preocupaciones estéticas y/ó temáticas que terminan en la pantalla. La radiografía social que nos presentó el Festival de Nueva York es amplia, en primera instancia muestra un deseo por presentar visiones femeninas. Películas como Stonewalling, Women Talking , Corsage, Eternal Daughter y Showing Up; ofrecen mujeres con talento dentro y fuera del cuadro; historias que centran su atención en mujeres protagonistas y sus dilemas.
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Entre ellas, destaca The Eternal Daughter de Joanna Hogg, un cuento fantasmagórico que hasta en la tipografía nos recuerda a películas como Rebecca de Hitchcock ó a las novelas de Brontë y Henry James. A contracorriente con el cine de horror actual The Eternal Daughter tiene pocos, por no decir ninguno, sustos o momentos de espanto inducidos por la música ó apariciones repentinas de algún ente sobrenatural. La película opta en su lugar por la extrañeza y el enigma para ir cociendo lentamente una atmósfera inquietante. Un buen cacho de la audiencia del género perderá interés precisamente por lo mismo pero para quienes conecten con el experimento la experiencia estética que Hogg propone ofrece varias sorpresas.
La primera curva que lanza Hogg a la audiencia viene con el casting. En The Eternal Daughter, Rosalind y Julie son madre e hija y acaban de llegar a una antigua mansión ahora transformada en Hotel para hospedarse. Julie está escribiendo el guión de su próxima película (en un ejercicio de metaficción el guión que ella está escribiendo se parece mucho a la película que estamos viendo) y viene acompañada por su madre de quién espera sacar información para escribir la historia. Ambos personajes son interpretados por Tilda Swinton con una minuciosidad admirable. Tilda logra distinguir a cada personaje con claridad modificando su lenguaje corporal y la cadencia al hablar. Madre e hija se sienten como distintas personas pero al mismo tiempo su doble presencia dota de rareza a la historia y crea un juego de espejos entre ellas, un comentario que resalta las similitudes y las divergencias entre ellas.
Acompañando a Tilda, el principal personaje complementario es la mansión: sus jardines neblinosos, las luces verdes a lo Vértigo en los pasillos, los ruidos y crujidos inexplicables interactúan con nuestras protagonistas. En particular con Rosalind, disparando una serie de recuerdos trágicos de su juventud, en una época en la que esa mansión pertenecía a la familia. Incluso los otros dos personajes de carne y hueso que aparecen en escena los vemos como una extensión del hotel. La recepcionista / mesera desinteresada que salpica la narración con algo de comedia, y Bill, un vigilante con vibras de Dick Hallorann en The Shinning quien curiosamente comparte el mismo nombre que el padre de Julie, recientemente fallecido.
Por mis descripciones se puede inferir que la atmósfera que Hogg y el cine-fotógrafo Ed Rutherford conjuraron en 16 mm es el atributo más notable, fuera de la genialidad de Tilda, con el que se busca hechizar al espectador. Para muchos eso será suficiente para sumergirse en las astucias conceptuales que propone la realizadora y suspender nuestro juicio momentáneamente; pero si hay que decir que en un género tan explorado, no solo en la pantalla sino en la hoja también, la historia puede volverse un tanto previsible y deja muchos huecos sin resolver de forma satisfactoria.
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Otra historia situada entre mansiones es Corsage, una película que se siente como una travesura. Intencionalmente plagada de pequeñas y más que evidentes imprecisiones históricas, la película va creando su propio universo, juguetón y melancólico a la vez, en el que la emperatriz Elisabeth de Austria se rebela ante las convenciones y expectativas que la realeza exige de ella como mujer.
La historia avanza como un toquin de jazz, Elizabeth nos lleva de la mano pero no sabemos realmente a dónde, porque ella tampoco lo sabe, es un personaje en un laberinto; atrapada en un sistema opresor que de no ser por su estatus social ya la habría confinado a un psiquiátrico, algo que ella misma parece reconocer en sus frecuentes visitas al hospital donde otras mujeres viven enjauladas. El largometraje tiene un ritmo suelto y constantemente se deleita elaborando pequeños momentos, casi sobre indulgentes que no contribuyen a la trama pero que si construyen personajes y memorabilidad. La colaboración entre la dirección de Marie Kreutzer y la interpretación de Vicky Krieps es una de absoluta confianza; dándole libertad a Krieps para improvisar y jugar dentro de su personaje desde el primer minuto hasta la secuencia de créditos. El resultado es una Elizabeth con el humor mordaz y la personalidad rebelde de una estrella de rock del siglo XXI. Corsage es un concierto de música clásica que poco a poco se transforma en punk.
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Con un tratamiento visual más austero y directo pero continuando con la crítica al sistema me encontré con Stonewalling. Una crónica del proceso de embarazo de una jovencita de clase media baja en China que nos ofrece un retrato vívido y detallado, con personajes realistas y complejos. A través de una aproximación estética de “mosca en la pared” Stonewalling nos permite observar los desbalances de poder entre clases sociales y el aspiracionismo en el submundo de las estafas y los esquemas piramidales. Una película que tiene mucho que decir pero que cojea en la conexión emocional que logra establecer con la audiencia.
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La crítica más frontal al sistema patriarcal viene de la mano de Sarah Polley y un cast lleno de estrellas. Women Talking es una historia que se siente necesaria e importante para el momento en que vivimos. Una visión teatral y grandilocuente que no pide disculpas, con actuaciones irreprochables de Claire Foy, Rooney Mara y Jessie Buckley. Para que se den una idea del trabajo escénico: durante el conversatorio Polley comentó con orgullo sobre las 120 veces que Claire repitió uno de sus monólogos sin trastabillar o bajar un gramo de energía.
No tengo la menor duda, Women Talking va a provocar conversaciones, al salir de la sala pude escuchar una probadita de lo que se va a generar alrededor de esta pieza audiovisual. Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, la película me dejó con sentimientos encontrados. La película es una gran discusión entre los personajes pero tanto el debate como los personajes a veces llegan a sentirse libres de las inconsistencias que uno esperaría encontrar en una comunidad menonita y tradicional. Era difícil para mí no sentir que estaba observando a mujeres liberales y citadinas vestidas con atuendos menonitas en lugar de personajes que pertenecían a una comunidad aislada lidiando con un dilema moral gigantesco.
La ausencia de violencia sexual explicita sobre la pantalla es un acierto sutil y poderoso pero la no-presencia de los personajes masculinos, sobre todo hacia el final, termina creando una sensación artificiosa. Lo mismo sucede con el personaje trans, cuyo papel en la historia termina por sentirse como tokenización; marcas de verificación en una lista de representatividad. Y aunque concuerdo con las ideas que la película está poniendo sobre la mesa no pude evitar sentir que “el acto salvaje de imaginación femenina” (la forma en la que tanto el libro como la película se describen a sí mismas en el prefacio) por momentos se sentía, en espíritu, como estar viendo una película soviética de la postguerra: Grande, emotiva y ligeramente panfletaria. Todos estos calificativos creo que son intencionales, esa es la película que Sarah Polley y su crew quisieron hacer. Para algunas será un cuadrangular pero para otras, como para mí, es swing que abanica. Eso sí, no va a pasar desapercibida y ahí yace su mayor mérito, en mantener la conversación en boca de todos.
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Otra directora de renombre que se presentó en el NYFF fue Kelly Reichardt, cuyo trabajo tiene un estilo impreso reconocible a la distancia. Como pasa con Hirokazu Koreeda ó Wes Anderson, uno de los signos distintivos de su trabajo es su enfoque en la gentileza, la necesidad de conexión humana, la amistad; todos los valores que raramente aparecen en las pantallas. Showing Up de Reichardt (y Broker de Koreeda también) se sienten como Santa Claus colándose en una fiesta de Halloween. La sutileza de su aproximación escénica y los personajes dóciles e “insignificantes” a los que da voz contrastan con el resto del cine que se está produciendo hoy en día.
Showing up nos presenta una visión desglamurizada y terrenal del artista. Michelle Williams interpreta, con encanto y gracia, a una escultora gruñona y obsesiva. Un personaje ligeramente ermitaño que mantiene su distancia frente a los demás, incluyendo una pobre paloma herida que termina a su cargo. Cada uno de los personajes de reparto que la rodean tienen una personalidad distinguible pero al mismo tiempo sirven para enmarcar la disyuntiva de la protagonista. Por un lado está Jo, su vecina que también es su (terrible) casera, una artista extrovertida y extravagante, alguien que siempre está interactuando con otros y que se incrusta en la vida de Lizzy ( Michelle Williams) casi a la fuerza. En el polo opuesto está Sean, su hermano retraído y paranoico, con quien apenas habla, el genio incomprendido de la familia.
Su madre es una mujer independiente y solitaria mientras su padre permite que un par de hippies vivan en su casa con tal de tener algo de conexión humana. Entre esas dos fuerzas flota Lizzy. En ese paisaje, de residencias artísticas y problemas diminutos, Reichardt construye una historia graciosa y enternecedora que no deja de sentirse profunda e importante.El título Showing Up nos revela el secreto sobre la conexión humana. A pesar de nuestros desencuentros lo más importante es estar ahí cuando realmente nos necesitan.
La radiografía del NYFF también reveló un interés por explorar perspectivas masculinas, algunas redentoras como Master Gardner, otras destructivas como Tár ( sí, estoy consciente de que la protagonista es una mujer). Y a su vez el festival también sirvió para detectar algunas de los problemáticas sociales que están en nuestra consciencia colectiva:
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La grotesca disparidad económica encontró lugar en la brutal sátira de Ruben Östlund, parte disección antropológica del mundo de los super ricos, parte reflexión sobre la naturaleza del poder en el mundo humano y parte ejercicio fantástico de justicia divina. Triangle of Sadness es un tríptico ridículo, atrevido y excesivo que reventó a la audiencia en carcajadas durante su proyección en Toronto. El exceso en el que viven sus protagonistas encuentra su igual en la propuesta estética y narrativa de Östlund, quién está dispuesto a llevar al límite sus rolling gags y el absurdo de las circunstancias. Es una película meticulosamente concebida y magistralmente actuada que trae a la mesa desde la ligereza un análisis mordaz de nuestra humanidad.
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Otra historia que aborda meticulosamente las estructuras de poder con una brocha más delgada pero creando un efecto igual de monumental es Tár. La película que rompió el paréntesis de 16 años que tomó Todd Field para dirigir su nuevo largometraje.
La historia nos invita a seguir la estrepitosa caída de gracia de una afamada y renombrada conductora interpretada con una terrorífica magnificencia por Cate Blanchett en un papel que seguramente le acumulará múltiples nominaciones. Tár es una película que juega con nuestra empatía constantemente, empezando nos ofrece una mujer homosexual triunfando en un ámbito normalmente reservado para los hombres pero la admiración y la atracción inicial se va empantanando a medida que se revela el monstruo detrás del genio.
No hace falta decir que la música juega un rol protagónico en la narración, pero el diseño sonoro es quizá uno de los atributos narrativos más exquisitos de la obra. En particular la forma en se utilizan ciertos ruidos para dejarnos entrever una capa del personaje que se mantiene oculta bajo su grandilocuencia. Sonidos fantasmales a los que ella no logra encontrarles origen ¿Será una culpa o un miedo macbethiano que se está colando entre las fisuras? Tár no ofrece respuestas fáciles, por el contrario, la película es un constante estira y afloje en el que como espectadores flotamos entre la atracción y el horror. Una joya imperdible que hay que ver en la pantalla grande.
PD: Para los clavados, y para que se den un idea de la precisión con la que se construyeron las escenas, el director Todd Field comentó durante su conversatorio que cada personaje se mueve en escena a su propio tempo, Cate trota a 120 bpm mientras la enigmatica chelista Sophie camina y habla a 60 bpm.
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Si el personaje de Tár es irredimible, el jardinero que protagoniza la nueva película de Paul Schrader es evidencia de lo contrario. Master Gardner es una nueva versión del personaje que Schrader creó en Taxi Driver y ha venido reinterpretando a lo largo de su carrera: El lobo solitario en busca de redención. Master Gardner puede ser atractiva para el fan asiduo de Schrader o para quienes nunca han visto una de sus películas pero sin duda palidece frente a otras versiones de sí mismo ( First Reformed, Light Sleeper). Master Gardner se siente como una primera versión de un guión que todavía necesita trabajo: hay un planteamiento interesante pero la resolución no llega a ser realmente satisfactoria, en gran parte por la debilidad de su antagonista y lo chata que resulta la transformación de su protagonista que desde que empieza ya se huele redimido.
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Cristian Mungiu también utiliza como protagonista a un hombre solitario pero a diferencia del personaje de Schrader, este es un personaje dividido. Bruto y dócil a la vez; un hombre que intenta surcar el mundo sin una postura política, que busca congraciarse con su antigua amante pero sin comprometerse.
R.M.N es el acrónimo de resonancia magnética en rumano. Un título apropiado para una película que conserva la precisión antropológica que caracteriza el cine de Mungiu. Según cuenta Cristian, la película brota de un evento que se convirtió en noticia nacional en Rumania en el año 2020, en el que la gente de un pueblo se juntó para pedir que expulsaran a los trabajadores inmigrantes recién contratados por una panadería. Mungiu teje su historia alrededor de este suceso, los personajes son la máquina de resonancia a través de la cual nosotros examinamos el comportamiento humano del pueblo, un proceso que nos deja con más preguntas que respuestas.
En una extraordinaria toma que se extiende por 17 min, observamos como moscas en la pared una discusión entre la gente del pueblo, de un lado quienes defienden a los inmigrantes (una minoría) y del otro quienes los quieren expulsar ( la mayoría, muchos de ellos inmigrantes también). Son 17 caóticos minutos en los que se interrumpen unos a otros, donde se presenta la xenofobia que corroe al pueblo pero también los límites de la democracia.
Algo realmente interesante en la propuesta narrativa de R.M.N, es que frente al origen factual y casi periodístico se mezcla una serie de elementos mágicos y misteriosos. Siempre por debajo de la anécdota realista y sin llamar demasiado la atención, pero estos elementos transportan enriquecen la historia llevándola al reino de lo metafórico. Una película con muchas capas que amerita más de un visionado.
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En suma, el NYFF presentó historias que reflejan la necesidad de cambios de paradigma que se respira en el ambiente. Sea en términos ecológicos ( All That Breathes ), sea en el sistema de valores bajo el que crecemos ( Armageddon Time), o en nuestra capacidad de empatizar con aquellos que son diferentes ( The inspection). Fueron dos semanas para recordar el valor de poder observar una película en la pantalla grande. Ya sea por su innovación técnica y narrativa ( Decisión to Leave , EO) ó por el contagio emocional que reverbera en una sala de cine con una actuación extraordinaria ( The Whale).
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