texto ANDREI MALDONADO
En el cine de Krysztof Kieslowski no existen héroes ni villanos, buenos o malos. Existen vidas, almas, personas que aman, sienten ira, sienten dulzura, sienten rencor. Existencias humanas (quizá demasiado humanas, como diría Nietzsche) que viven al límite de sus posibilidades, atrapadas en el azar, la casualidad, el destino y el libre albedrío.
En su cine Kieslowski logró retratar no solo el humanismo y el existencialismo, también los cuestionamientos ontológicos (tal vez con más preguntas que respuestas) en torno a la existencia de Dios, por qué venimos al mundo y el peso de las decisiones que tomamos día a día, reflejadas a veces en situaciones aparentemente simples, como tomar un tren o no.
Sus personajes son reflejos de la condición humana: presos de los valores éticos y morales predominantes del occidente de la segunda mitad del siglo XX, impuestos tras años de costumbres católicas e inmersos en la Polonia Comunista y las promesas de la rebeldía y modernidad de las revoluciones estudiantiles y el pensamiento juvenil proveniente de los Estados Unidos.
No nos confundamos, el de Kieslowski no es un cine moralista ni aleccionador. No es contestatario de la fe, pero tampoco condescendiente con la idea del progreso de la razón. Su cine expone al hombre bajo el peso de los hechos, de una realidad que a veces juega a ser absurda, algo que supo exponer desde sus primeros cortometrajes hasta su última gran obra.
En Talking heads, cortometraje documental de 1980, Krysztof cuestiona a personas de 1 a 100 años acerca de quiénes son, cuando nacieron y qué les gustaría hacer. El resultado de estos tres simples cuestionamientos varió tanto, dependiendo de la edad del consultado, dando increíbles resultados a cada uno de ellos, lo que pone a pensar qué somos en realdad, qué nos queda por hacer.
Uno de sus primeros largometrajes es El aficionado, un meta discurso sobre la inquietud de hacer cine y la labor del cineasta, sus supuestos compromisos con la sociedad, el nacionalismo y las ideologías políticas, que contrastan muchas veces con el simple placer de hacer arte. Pareciera aquí que el propio Krysztof se adelantaba a lo que sería su carrera como director.
Posterior a este, y a otros trabajos como La cicatriz, el cine de Kieslowski se potencializa con la colaboración en el guion de Krysztof Piesiewicz, quien de ahí en adelante trabajará con él en el resto de su filmografía, comenzando con Sin final, una cinta que, sin ser estandarte político, cuestiona el peso de defender las ideologías políticas aun a costa de la vida, así como el duelo.
El tema político-social de la Polonia de los 70’s y 80’s se retoma nuevamente en El azar (a.k.a. La casualidad), en donde, además, existe un elemento que será clave en muchos de sus trabajos siguientes: el destino. En esta historia, la vida de Witek dependerá de tomar o no un tren. Tres versiones de una misma vida, que van desde un idealista político, a un trabajador de gobierno y a un médico.
El cineasta polaco se dio tiempo de participar para la televisión de su país y en 1987 realizó el serial El decálogo, compuesto de diez episodios basados en su propia interpretación de los diez mandamientos de la cristiandad. Para muchos esta es su obra magna, al permitir un panorama global del pensamiento que trabajó a lo largo de su carrera. Destaca, como en el resto de sus películas, el excelente trabajo de su músico de cabecera Zbigniew Preisner, onírico y melancólico.
Derivado de El Decálogo aparecen No matarás y No amarás, las versiones ampliadas de los capítulos IV y V. En la primera, Jacek cae víctima de su psicosis que lo lleva a matar a un taxista, recibiendo la pena de muerte. En este filme destaca, como en otros de su filmografía, el trabajo de Krysztof para relacionar a sus personajes entre sí, coincidiendo en diferentes momentos de la vida.
Mientras que en No amarás (una cruel versión del mandamiento “no cometerás actos impuros”) Tomek, un adolescente que vive en un complejo de departamentos (fijación arquitectónica del cineasta) se ve envuelto en una obsesión voyerista por su vecina Magda, que dejará a más de uno con el corazón roto. Dato: el cantante chileno Pedro Frugone utilizó este filme para su videoclip “Desvanecer”.
Más tarde llegaría otra de las obras magnas de Kieslowski: La doble vida de Verónica, en donde se observa la teoría de los doppelgänger, los dobles exactos, que derivan en una “presencia improbable” (como comentó alguna vez nuestro compañero Juan José Antuna en torno a Alejandra, todavía Alejandra, de su servidor) en donde uno no puede vivir si se encuentra con el otro.
En esta historia aparece la actriz Irene Jacob, que más tarde aparecería en la última gran obra del polaco: la trilogía Tres colores, basado en los colores de la bandera francesa y los ideales que cada uno representa (desde la interpretación del propio director). Azul, Blanco y Rojo se convirtieron en el epitafio perfecto de una carrera impecable, en donde una vez más Krysztof retrata sus inquietudes.
En Azul, y ayudándose de una majestuosa Juliette Binoche, se aborda el duelo después de la muerte como en Sin final, aunque con un final más liberador; en Blanco, el cineasta se da vuelo con el humor negro, algo no muy visto en su filmografía; y en Rojo, con Irene Jacob como estelar, el amor imposible se entrelaza con el destino, en un final donde los protagonistas de los tres colores confluyen.
Su vida concluyó como la de sus personajes: de forma repentina, víctima del más impredecible azar. Después de sufrir un infarto, el polaco decidió retirarse. Siempre compartió su deseo de llevar una vida tranquila, el cine lo había aburrido, aunque se llevaba grandes recuerdos de él. Sin embargo, aun en su retiro, seguía escribiendo. Creía tener todo el tiempo para él, pero no. Murió un año después.
El cine de Krysztof Kieslowski nos hace reflexionar sobre la condición humana, sobre el peso de nuestras decisiones y como las tomamos en base a los valores que nuestras familias nos han inculcado y que se van trasformando de acuerdo a la época. La vigencia de sus películas es imperecedera, y, seguramente, continuará venciendo las barreras del tiempo, mientras el hombre siga siendo hombre.
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