viernes, 2 de septiembre de 2022

Relatos del FICMonterrey 2022

texto JUAN JOSÉ ANTUNA ORTIZ

Del 17 al 28 de agosto se llevó la edición número 18 del Festival Internacional de Cine de Monterrey, no solo uno de los festivales con más historia y ediciones en el país, sino también, desde hace unos años, uno de los más importantes, solo detrás de los cuatro grandes, pero cuyas proyecciones y actividades (entre las cuales, cabe notar que este año hicieron un merecido homenaje a Juan Antonio de la Riva) le han dado una identidad que lo hace por demás notable.

Este año, con sus secciones conocidas, además de sus tributos y homenajes, una parte de su selección oficial de largometrajes, tanto nacionales como internacionales, fueron proyectados de manera online, tanto en la plataforma de FilminLatino, como en Cinépolis Klic. Nosotros pudimos atender algunas de las películas proyectadas, y acá les dejamos un breve análisis de cada una de ellas.

La cancha no tiene la culpa

Documental del realizador regiomontano Pedro Valtierra Anza, que hace un retrato de un grupo de aficionados de los Tigres de la UANL, más en concreto, de algunos de los integrantes de la barra “Libres y Lokos”, en el que documenta tanto su activa vida dentro del volcán, como en su cotidianidad. 

El documental tiene el valor de ser un registro de la vida del aficionado, ahí no tiene ningún problema, pero se siente que se aborda con una distancia, o mejor dicho, con una tibieza, que deja al espectador ajeno de la fiesta de la pasión por los Tigres, con ganas de indagar aún más de las entrañas de la pasión de estos testimonios por su equipo, y no solo mostrar cosas y eventos de esta vida tan apasionante sin una consecutiva línea de cómo hilvanar su historia para una tesis en la que el espectador sienta una especie de catarsis.

Oliverio y la piscina

La ópera prima de Arcadi Palerm, me parece un hibrido bastante peculiar entre el cine que quiere ser comercial y el cine de festivales. Dentro de las cosas brillantes que tiene la película es el reparto, una mezcla entre rostros más que conocidos de la cinematografía nacional (la actuación de Jorge Zarate es fenomenal) y rostros frescos (Alejandro Arean, quien interpreta a Oliverio, también lo hace muy bien). 

También la forma en que se exploran los duelos y las pérdidas de acuerdo en el proceso de cambio por la edad, el crecimiento que involucran y demás, también es muy notable, se siente un guion que se trabajó en función de las emociones que el director quería proyectar. Hay situaciones que quizá estén muy forzadas, y la música por momentos deambula entre la sugestión y la manipulación, pero creo que al final entrega un trabajo rescatable. Habrá que ver cómo le va a esta historia entre los dos públicos a los que desea llegar.

Cinco lobitos

Quizá lo primero que me llamó la atención de esta película no fue la película en sí. Si bien la película tiene un gran valor por sí misma, y que comentaré más delante, lo primero que viene a mi mente mientras la veo y veo su desarrollo, es el hecho de que Laia Costa tiene siempre un tino perfecto para elegir los proyectos en los que actúa. En el 2015 impresionó al mundo en su debut protagónico con Victoria de Sebastián Schipper, una de las pocas películas que se puede ostentar de ser un plano secuencia de más de dos horas, y con una actuación de Laia impresionante. Palmeras en la nieve, Nieve negra y su actuación en la serie Foodie Love de Isabel Coixet, me hizo enamorarme de ella un poco.

En la película dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, interpreta a Amaia, una joven de treinta y tantos años que es madre por primera vez, y se enfrenta no solo a la difícil montaña de sensaciones y hormonas que detona esta condición, sino que además tiene que lidiar con su vida profesional, su esposo ausente (ambos trabajan en la industria cinematográfica), y la relación con sus padres, y entre sus padres. La película es al final de cuentas una historia de cómo, de manera paulatina, Amaia va teniendo un entendimiento y un crecimiento de lo que es la familia, y cómo lidiar con las cosas de la vida, como cosas en la historia de nuestros padres se repite en nosotros, y otras llegan a cambiar.

Es una película que se sostiene desde el guion, y a través de las brillantes actuaciones de todo el reparto, Susi Sánchez es una diosa, y Ramón Barea es para mí uno de los grandes capos en la actuación del cine español. La historia que también es escrita por la misma directora, puede tener muchos puntos comunes con otras películas que retratan la difícil condición de ser mamá cuando hay necesidades propias y justas de la mujer en los demás ámbitos de su vida, y que son poco o nulamente apoyadas por su pareja, y es un tema que a últimos años ha venido tocando fuerte, y que me parece es necesario mostrar la dura verdad que muchas mujeres sufren, aunque a algunos les incomode esto. 

Ese tema común se trata sobre todo en el primer acto (y que muchos podrán incluso recordar a la muy reciente The lost daughter), ya en el segundo acto se toca el tema de las relaciones que se tienen con los padres, la figura que representa cada uno en el crecimiento de los hijos, y los secretos que ellos guardan de una vida que creemos tan ajena que sería difícil de explorar desde nuestra perspectiva, y creo que ahí está el más grande atino y valor en la obra de Alauda, que por momentos pareciera conoce el tema muy de fondo, pero siempre desde una perspectiva o mirada del amor, por muy dramáticas que se pueden tornar ciertas partes de la historia. 

Nos hicieron noche

Uno de los documentales que yo más quería ver por lo mucho que se comentó sobre él en el pasado Festival Internacional de Cine de Los Cabos (el cual luego de muchos años no pude cubrir) tanto para bien como para mal, fue el dirigido por José Antonio Hernández Martínez, y me parece que son más los aciertos en su trabajo, que los posibles vicios que pudiera tener a los ojos de una crítica bastante rigurosa y cuadrada.

El documental retrata a través del testimonio de una familia de afromeztizos la historia de su comunidad y todas las pericias que han sufrido a través de los años tanto para encontrar un lugar en donde habitar, como visibilizar sus tradiciones y costumbres, en donde la figura matriarcal funge un papel por demás importante. El retrato es tan fidedigno como importante, pues no solo vemos el retrato de estas personas reales que muy poco conocemos, o que conocemos a través de otras comunidades minoritarias en nuestro país, sino que a través del ojo del realizador, y su propuesta narrativa, lo hace más rico que solo poner la cámara frente a ellos y registrar, hay una coherencia y un desarrollo narrativo a través de las imágenes, que le da una riqueza visual que muchos pondrían en una balanza muy pareja con la ficción, (justo por lo que muchos la han minimizado), algo que en su momento también lograrían estupendamente cineastas como Marcela Arteaga con El guardián de la memoria, y Alberto Arnaut con Hasta los dientes.

Teorema del tiempo

La segunda película de Andrés Káiser no solo es a mi parecer su mejor trabajo al momento, sino que es para mí uno de los mejores trabajos que han visto la luz en este año del cine mexicano. Largometraje que deambula entre el cine documental y el cine ensayo, Andrés expone solo con el material que encontró de las filmaciones que hicieron durante toda su vida sus abuelos maternos (la digitalización del material es en verdad hermosísima), y voz en off tanto de Andrés como de testimonios de sus familiares, la vida que llevaron sus abuelos en el que realidad y ficción siempre fueron de la mano, en el que sueños truncos pudieron materializarse a través de la cámara, y como de alguna manera puede dar a entender que algunas cosas sí vienen inscritas en nosotros genéticamente. 

Un documental hermoso y honesto que muestra los momentos buenos y malos que uno vive y que quedan guardados en nuestros archivos fotográficos y videográficos, y que pueden tener significado y otro fin a través de los ojos de otras personas. En muchos sentidos, me recordó mucho al proyecto Deriva de Andrei Maldonado y Eric Villa.

El ruido de los motores

La película del quebequense Philippe Grégoire es quizá la película más rara, hilarante, divertida y extraordinaria, que yo haya visto en mucho tiempo, quizá desde Swiss Army Man del 2016 (que cabe señalar, yo la vi en el 2018). La película narra a grandes rasgos el regreso del joven Alexandre a la casa de su madre luego de ser suspendido de la patrulla aduanera fronteriza por "problemas de conducta sexual", y en este regreso vuelve a ayudar a su madre en el negocio familiar: una pista de carreras que hace distintivo a este lugar en la periferia de Quebec. 

En este regreso pasan dos cosas singulares, la primera, la comunidad del pequeño pueblo se ve agobiada por un "terrorista" que propaga dibujos de corte sexual en el que el protagonista es Alexandre, lo cual lo pone en el ojo de la opinión pública, y ante un acoso por parte de la policía, y la segunda, la aparición de Aðalbjörg, una corredora de Islandia que al momento de una manera inexplicable crea un vínculo con Alexandre, y a través del cual este va descubriendo y expresando sus más honestos pensamientos, que nunca tienen que ver con el molde en el que los demás tratan de ponerlo.

Toca temas críticos e importantes como la imposición y la presión del entorno de órdenes por parte de superiores sobre nuestras vidas, la ineptitud y corrupción de autoridades con tal de conseguir lo que quieren o dar carpetazo a problemas que ocurren en lugares que aún tienen viejas costumbres absurdas (y la genialidad es que Philippe las expone con un absurdo contraste), y también la psique o las formas en que liberamos estas tensiones y presiones a través de una identidad oculta, que se materializa ante nosotros, pero no ante los demás.

La película, como a la que me hizo recordar y la he mencionado, es el de la liberación que uno siente en cosas tan comunes y cotidianas como pueden ser el ruido de los motores, que al instante nos hacen sentir y conectar con nuestra etapa más feliz en la vida, con nuestra infancia, con lo que siempre quisimos ser, pero que el orden social y político no nos permitió, por creer que salir del hogar es el mayor de los logros, aun cuando en nuestro interior jamás lo quisimos, aunque se nos obligue a hacerlo una y otra vez, y al final se logre encontrar algo de paz, en otro lugar, recordando, a pesar de los golpes, eso que siempre quisimos, a través de los sueños no cumplidos por no escucharnos y desafiar al status quo.

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