texto ANDREI MALDONADO
¿Qué tan larga debe ser la filmografía de un hombre para que su nombre tome trascendencia? ¿Cuántos títulos son necesarios para hablar de un legado histórico? Solo dos largometrajes le bastaron a Aldo Francia para dejar su huella en la historia del cine chileno, porque además de realizador fue también un amplio promotor de las juventudes en su natal Valparaíso.
Médico de profesión, Aldo Francia Boido tuvo su primer acercamiento al cine a finales de la década de los 40’s, durante un viaje a Europa. Fue concretamente en Francia donde Aldo supo que la medicina no sería la única profesión que ejercería, pues comenzó un ferviente deseo en su interior de contar historias a través de pequeños cortos experimentales.
Su pasión por el séptimo arte no se frenó ahí, ya que se unió con su gran sentido de pertenencia con su puerto natal, por lo que a partir de 1962 realizó esfuerzos en conjunto con otros jóvenes de la zona para fundar un cineclub, una sala de arte, una revista y el Festival de Cine de Viña del Mar, en 1963, convirtiéndose en el primer certamen cinéfilo de aquel país.
Pero el cenit de su carrera como contador de historias los alcanzó con los filmes Valparaíso mi amor (1969) y Ya no basta con rezar (1973), ambas claramente influenciadas por el neorrealismo italiano, específicamente por Ladrón de Bicicletas, cine con el cual se identificaba al ver la realidad de las clases bajas y el proletariado chileno en los años sesenta.
El espíritu de izquierda de Francia, sin duda alimentado por los movimientos socioculturales de la época, y su arraigo con Valparaíso, lo llevó a rodar sus dos únicas películas en el emblemático puerto, centrando su trama en la contraposición entre la vida de la gente de los barrios pobres frente al menosprecio de los más afortunados de los barrios altos.
En Valparaíso mi amor, conocemos la historia de una familia que vive en lo alto de los cerros, la cual viene a desgracia desde que el padre se queda sin empleo. En la desesperación él y sus hijos comienzan a robar el ganado, hasta que el hombre es apresado. De ahí la infancia de los niños se pierde entre la necesidad de comer, las enfermedades y la muerte.
En Ya no basta con rezar, y cobijado todavía por el gobierno Allendista, Aldo se lanza a la yugular de los altos miembros del clero, los cuales se resisten a perder sus privilegios e incluso se niegan a llevar la prédica a los pobres. El padre Jaime llega a comprometerse tanto con la huelga de los trabajadores que deja su iglesia para unirse con su fe por la igualdad social.
El precio de su afinidad por el pensamiento socialista llevó a los filmes de Francia a ser menospreciados por la crítica del momento, sobre todo de la prensa conservadora, la cual se oponía por completo a las políticas del presidente Allende y que, como los miembros más extremistas de la derecha cristiana chilena, veían con malos ojos el cine del porteño.
Sin embargo el poder visual que tienen ambos largometrajes, dándole la cara a la adversidad para unirse a ese Nuevo Cine Chileno que construyó Raúl Ruiz, Miguel Littín y Patricio Guzmán, con narrativas que dan voz a los desposeídos, es lo que convierte al cine de Aldo Francia en una joya histórica de la filmografía de aquel país que corre a lo largo de los Andes.
Francia reafirmó con sus actos, y no solo con su cine, su compromiso como miembro de la comunidad latinoamericana. Trabajó de la mano con realizadores cubanos como Humberto Solás y Santiago Álvarez, fundadores del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC), una de las instituciones de cine más longevas de Latinoamérica.
No es de extrañarse, entonces, que con un declarado pensamiento afín al marxismo sean pocas las reseñas biográficas en línea que le den el justo lugar que merece en la historia no solo del cine chileno, sino de toda América Latina, ya que trabajó con cineastas bolivianos y brasileños justo en el momento en que esos países vivían el espíritu revolucionario de los 60’s.
Aldo Francia evitó en todo momento el “cine de evasión”. Entendió que el cine era una herramienta con la cual aquellos que quieren ser silenciados por las estructuras de poder pueden alzar la voz, despertando la conciencia colectiva. A él se le debe la fundación de la primera escuela de cine de Chile, pero sobre todo, se le debe un ejemplo de congruencia política.
Ver Valparaíso… o Ya no basta… nos permite darnos una idea de lo que los pueblos latinoamericanos pudieron llegar a ser, de lo que eran en ese contexto de la historia universal pero, principalmente, nos deben servir de espejo para ver qué seguimos haciendo mal, cómo las estructuras de poder han perfeccionado sus métodos de alineamiento y qué podemos hacer nosotros para resistir, cada quien desde sus trincheras. Yo, en lo personal, elijo el cine.
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