jueves, 30 de abril de 2020

Los perversos polimorfos

texto ANDREI MALDONADO

Ya escribía Freud, por allá de principios del Siglo XX, que la perversión no es precisamente aquello que es inmoral, sino más bien lo que pertenece al mundo amoral. El padre del psicoanálisis detalla que los niños, a temprana edad, carecen de restricciones propias de la moralidad, de ahí que pueden recibir estímulos sexuales desde distintas partes de su cuerpo, sin que esto signifique una falta a la ética, pues en esencia ellos no distinguen el bien del mal.

Lo perverso, desde el mundo de los adultos, nace a partir de las prohibiciones de la moral impuesta cuando el niño crece, cuando en su afán de exploración concentra su apetito sexual en su aparato reproductivo, en un acto más de la naturaleza de conservación de la especie que de una búsqueda vana de placer. El adulto entra en escena y le dice al niño que tal acto no está bien, pues es “cosa de adultos”. El resultado: el niño desea con ansias ser adulto para hacer esas “cosas”.

Es cierto que esa perversión inocente puede llegar a resultados caóticos cuando el contexto del niño lo confunde aún más, cuando está rodeado de adultos con conductas inadecuadas o que simplemente no se interesan en ellos. En el cine existen varias historias en torno a lo que Freud llamó “los perversos polimorfos”. Aquí una pequeña selección de algunos títulos que vale la pena tomar en cuenta.

Cría Cuervos (1976)
La película de Carlos Saura es todo un clásico de la cinematografía española. La crudeza con la cual las tres niñas protagonistas demuestran su despertar sexual va de la mano con la España postfranquista la cual -valga la metáfora- también vivía como nación un “despertar” tras décadas de un régimen totalitario. Ana, la líder de las tres, lleva la voz cantante de la historia, donde abundan los juegos de rol -que tropiezan entre lo inocente y lo perverso-, el deseo de ser adulto y la rivalidad que puede tener una hija hacia su madre como rivales de pasión. La niña protagonista, Ana Torrent, es también la protagonista de El Espíritu de la Colmena.


El Espíritu de la Colmena (1973)
Desgarradora historia dirigida por Víctor Erice, antecesora de Cría Cuervos, no solo en su fecha de producción, también en su narrativa, al estar ambientada en plena dictadura de Francisco Franco. En esta película vemos nuevamente a dos hermanas en pleno descubrimiento de la vida, con las preguntas recurrentes que tienen los niños que ya empiezan a soñar con ser adultos, pero que algo de la infancia los retiene ¿el resultado? El siempre duro encuentro con la realidad, en este caso, con la muerte. Tal pareciera que los personajes de El Espíritu de la Colmena inspiraron a Guillermo del Toro para su Ofelia de El laberinto del Fauno (2006).

El Tambor de Hojalata (1979)
Adaptación de la obra maestra de Günter Grass, esta película ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Oscar a Mejor Película de habla no inglesa, está envuelta en el misticismo de un personaje único como Oskar, un niño que, viendo cómo es el mundo de los adultos, decide dejar de crecer. El volverse un enano convierte su proceso hacia la adultez en un dolor de cabeza para su familia y para su primer amor, una jovencita que más adelante se volverá su madrastra. Un niño eterno que tal vez nunca fue un niño, obsesionado con un tambor.

Alicia en las Ciudades (1974)
Si bien en esta historia no vemos de lleno el tema de la polimorfización, definitivamente el personaje de Alicia nos remite al pronto despertar sexual que tienen las mujeres: la niña posee un encanto natural que se une al paisaje que retrata Wim Wenders en esta especie de road movie. La pareja que forma Alicia con Félix, desprovistos de perversión y envueltos en un halo de padre adoptivo-hija huérfana, sirvió de base para que, años después, nacieran parejas similares en películas como León (1994) y Lost in traslation (2004).


Elisa Antes del Fin del Mundo (1996)
La obra dirigida por el duranguense Juan Antonio de la Riva, bajo el guion de Paula Markovitch y la producción de Roberto Gómez Bolaños, representa un drama bien logrado sobre las inquietudes que puede tener un niño en las cercanías al Siglo XXI. El final de los tiempos lleva a Elisa a resolver un conflicto familiar de la forma más lógica que ella ve: asaltar un banco. Un reflejo de lo que sucede con los niños de la postmodernidad, con padres siempre ausentes, aunque estén presentes.

Esta historia nos lleva a la vez a otro guion de Paula Markovitch que ella misma dirige: El Premio (2010), que es protagonizado por la misma niña que años más tarde estelarizó Ciencias Naturales (2014) de Matías Lucchesi, cinta argentina como Las Mantenidas sin Sueños (2007) de Vera Fogwhil, todas encontrando punto común en la orfandad de padre, no por muerte sino por ausencia, y como esto va condicionando su crecimiento y su relación con sus madres.

Es pertinente mencionar en este breve especial otras películas relevantes sobre esta temática, una de ellas también de Argentina: XXY (2007) de Lucía Puenzo, que se adentra aún más en el tema de la exploración sexual desde el tema de la identidad de género; la otra es El Arte de Llorar en Coro (2009), de Peter Shonau, película danesa, adaptación de una novela de ese país, que relata el conflicto que nace en un niño el descubrir los deseos incestuosos de su padre, pero también el ferviente objetivo del infante por complacerlos.

Y finalmente está una de mis favoritas particulares, Los Niños Invisibles (2001), cinta colombiana que parte de un guion del gran Gabriel García Márquez. En ella el inocente deseo de hacerse invisibles llevará a un grupo de niños a buscar ayuda en la magia oscura, todo por tener un poco de suerte para enamorar a una niña. Realismo mágico y magia real, al más puro estilo del “Gabo”.

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