sábado, 21 de marzo de 2020

“El número 41”: amor imposible y una locación extinta

texto ANDREI MALDONADO

Cuántas películas no se habrán filmado en escenarios –ya sea construidos por el hombre o naturales- que hoy en día ya no existen. Muchas, muchísimas quizá. Pero una película filmada en un lago salado, que de hecho era el segundo más grande del mundo, y que hoy no existe más solo una: El número 41.

El número 41 es una película soviética filmada en 1956 en el Mar de Aral, que en ese entonces era el cuarto lago más grande del planeta y el segundo de los grandes lagos salados, solo detrás del Mar Caspio. La cinta, dirigida por Grigori Chujrai como segunda versión fílmica del libro homónimo escrito por Boris Lavrenyov (la primera fue muda, en 1927) habla sobre el amor imposible entre una artillera del Ejército Rojo y un soldado del Ejército Blanco.

Desde la concepción del libro se trataba de una trama controversial, ya que fue escrito durante la revolución Bolchevique, donde el ejército comandado por Lenin buscaba sacar a los zares del gobierno ruso e instaurar una federación socialista. La protagonista es la más efectiva tiradora de una célula del ejército Bolchevique, que hace preso a un importante soldado Menchevique, que eran la minoría que abogaba por continuar con el viejo régimen.

Cuando se realizó la segunda versión cinematográfica de la novela el poder en Rusia había quedado en manos de los socialistas, que habían instaurado la URSS al mando de Stalin. Por ello la casa productora Mosfilm –hoy en día la más grande y antigua de Rusia- revisó cerca de siete veces los borradores del guion, pues un romance como el descrito, en esos tiempos, era equivalente a un amorío entre un nazi y una prisionera judía en el Tercer Reich.

Una vez estrenada El número 41 consiguió elogios a nivel internacional, siendo el más destacado la Mención Especial del Jurado en el Festival de Cine de Cannes en 1957. En taquilla no ocupó el primer lugar, pero sí fue una de las más vistas de esa década. Hoy en día es difícil acceder a una copia en buen estado de este filme, al menos de este lado del planeta, pero en las que se pueden encontrar podemos ver las virtudes que posee esta gran historia.


Principalmente, el tema de un amor imposible y la historia de una amazona intrépida, pero con alma de poeta. La fotografía destaca gracias a los escenarios naturales de los que se sirve la película, las dunas del desierto de Karakum y, principalmente, por los bellos reflejos azules de las mansas aguas del Mar de Aral, en el cual también se había filmado la primera versión, pero que gracias al Technicolor aparecían en todo su esplendor.

Y es eso otro argumento esencial de esta película: su belleza fotográfica jamás podrá ser igualada, porque esas aguas no existen más. A partir de la década de los 60’s el gobierno ruso comenzó con la desecación del Aral, con el fin de usar sus aguas en la siembra de algodón en Uzbekistán. Hoy en día el mar como tal ya no existe; únicamente una pequeña parte de él, en la frontera de Kazajistán, subsiste por medio de diques y represas.

El Gran Aral –como se le conocía a la parte sur de este gran lago- era un sitio próspero donde se pescaba, se vacacionaba y, como se ve, se filmaba. Poco a poco los centros urbanos fueron abandonados al comenzar la desertificación del sitio lacustre e incluso muchos barcos quedaron encallados y hoy en día quedan como ruinas enmohecidas, entre restos de conchas petrificadas.

Solo se ha vuelto a filmar una película de ficción en este lugar: Psy, de 1989, una cinta postapocalíptica que se sirve precisamente de los escenarios de casas y barcos abandonados para plantear una trágica historia sobre las consecuencias del abandono de la naturaleza por el ser humano. Ya en tiempos modernos se han realizado varios documentales de denuncia sobre el desastre ecológico y posibles vías para rescatar, aunque sea un poco, la biodiversidad del lugar.

Con El número 41 reafirmamos el valor que tiene el cine, al menos como vía de registro y archivo: sin las imágenes que quedaron captadas por la lente de Sergei Urusevski las nuevas generaciones no tendríamos la posibilidad de volver a ver ese mar que hoy se antoja nostálgico, algo así como los últimos registros del Tigre de Tasmania vivo, que quedaron para siempre capturados en cinta.

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