jueves, 4 de octubre de 2018

Wong Kar Wai: El autor del desamor

texto JUAN JOSÉ ANTUNA ORTIZ

Hablar de un director que da todo por el cine, que es un romántico y que además ha dejado una huella más que sólida y bien penetrable en la historia de la cinematografía mundial contemporánea por la estética y la belleza visual en sus filmes, es hablar sin duda del asiático Wong Kar Wai.

Emigrante de su tierra natal Shanghái a los cinco años, donde nació en 1958, luego de los problemas sociales y culturales luego de la revolución de Mao Zedong, huyó con su madre dejando atrás todo lo que conocía, entre ello, a su padre y su hermano y hermana mayores que él. Su condición de exiliado, no sólo por su estatus territorial sino porque siendo muy chico y solo hablando su lengua natal el pequeño Wong no podía relacionarse con los chicos de su edad, encontró refugio en los cine y bares bohemios a los que lo llevaba su mamá a pasar las horas, encontrando desde muy joven su refugio a la realidad en el cine y a lo que le dedicaría su vida entera.

Aunque duro en un principio su adaptación al idioma cantonés, este logra crecer y con ello logra hacer sus estudios como diseñador gráfico, y después se convertiría en guionista aprendiendo el oficio en una de las grandes televisoras de Hong Kong, en donde perfeccionaría este arte y donde pasaría desde entonces muchos años, hasta que su gran oportunidad aparecería.

A mediados de los años 80’s, Alan Tang, reconocido actor y dueño de The Wing Scope Co. y la In-gear Film Production Company, lo hace colaborador de sus productoras en las cuales funge como director y además guionista de más de cincuenta películas, en su mayoría del género de las artes marciales y policial, que años después Kar Wai ya en completa libertad volvería a plasmar en una fallida producción, y en otra más que sobresaliente.

Bajo este sello y con el apoyo de Tang, Kar Wai llevaría a la pantalla sus dos primeras películas como autor, sin encargo de las casa productoras: A Tears Go By de 1988 y Days of Being Wild de 1991, esta última, aunque para Tang y sus productoras resultó un rotundo fracaso en taquilla, de inmediato se dieron cuenta que estaban ante la presencia de un director que daría mucho a la cinematografía no sólo de su país o de su continente, sino a la cinematografía universal, además que es la primera de una trilogía que lo haría ser el director tan respetado y peculiar que hoy día es.


A pesar de saber que tenían un diamante en bruto, las casas productoras no pudieron apoyar más a Kar Wai por su meticuloso proceso de trabajo, el cual se alargaba debido a que era un perfeccionista y no le importaba perder años y años de tiempo con tal de tener lo que él quería en su proyecto, fue entonces que Wong junto con Jeff Lau fundan la productora independiente Jet Tone Films, donde el director podía tener toda la libertad deseada.

Sin embargo su primer trabajo le resultó un desgaste en todos los sentidos, Ashes Of Time de 1994, película de artes marciales que le llevó cuatro años de filmación y un gasto de dinero descomunal, además de las largas jornadas de trabajo en el desierto, hizo que Kar Wai tomara un descanso donde incluso consideraría dejar de dirigir y dedicarse sólo a la escritura de guiones.

En este descanso que se auto impuso, su terapia fue desarrollar una pequeña idea que se desarrollaba en Hong Kong, su ciudad musa a la que siempre profesó un sentimiento de amor-odio, con una historia muy pequeña filmada en sólo dos semanas con cámara en mano y sin más iluminación que la natural que te da la ciudad de noche, esta idea tuvo como nombre Chungking Express, y a partir de ahí su reconocimiento iría creciendo a tal grado que su trabajo retumbaría mucho en Hollywood (Quentin Tarantino ha nombrado en un sinfín de ocasiones que Chungking Express es una de sus películas favoritas, introduciéndola él mismo al mercado norteamericano) y su estilo iría tomando notoriedad.

Un año después con Ángeles Caídos, una exótica, interesante y exquisita cinta que combinaba el género de cine criminal con cine romántico, en el que ya se veía la clara importancia que tendría durante todo su trabajo cinematográfico la mano de su principal colaborador, el cinefotógrafo Christopher Doyle (las únicas películas en la que no trabajaría con él además de su primer trabajo es en Noches Púrpuras y The Grandmaster).

Llegaría en 1997 Happy Together, historia filmada en Buenos Aires, Argentina, una historia de amor sobre una pareja homosexual que va y viene, película que le daría ya más solidez a su estilo atmosférico, visual y estético que en sus siguientes filmes perfeccionaría, además de que en estas luce aún más su amor y pasión por los boleros, y la importancia narrativa y en la historia que la música representa para expresar ciertas emociones, sin caer en la manipulación del espectador.


También vemos este aire melancólico en sus personajes, donde además empezamos a ver como se repetían algunos de sus actores fetiches y los que lo acompañarían en sus obras maestras posteriores como Tony Leung, a quien gracias a su mancuerna con el director muchos catalogan como uno de los mejores actores en la historia del cine. La película además de todo le valió el distinguido reconocimiento de Mejor Director en el Festival de Cannes.

Llegaría el año 2000, y con el nuevo siglo llegaría una cinta que marcaría un antes y después en la narrativa tanto poética como visual dentro del cine. Kar Wai nos regalaba una de las mejores películas en la historia: In The Mood For Love. Esta historia de amor entre dos personas que descubren que sus parejas son amantes, y que ellos tratando de vengarse no hacen más que caer en cuenta que no son capaces, a pesar del amor que nace entre los dos, que tendría repercusiones muy ondas en el corazón del protagonista, que le dejaría un sentimiento vacío de desamor y que se ve marcado en su continuación, 2046 del 2004, una película que se mueve entre distintos géneros con una maestría poética, endemoniada y abrumadoramente hermosa, que para muchos es sin lugar a dudas la obra maestra del gran realizador hongkonés, ambas cintas cuentan con dos de los finales más tristes que he tenido el privilegio de mirar en la vida y de lo que más valoro dentro del séptimo arte.

La belleza en la historia de las dos películas es evidente, pero sumado a esto todo lo involucrado en los valores de la producción, la fotografía de Doyle, la actuación de todo el cast de las dos películas, tanto los actores recurrentes de Kar Wai como Maggie Cheung, y los que no lo son como Ziyi Zhang, la música de Shigeru Umebayashi, el vestuario, el diseño de producción y la edición de William Chang, elevaría al infinito el discurso en la filmografía de Kar Wai y su obsesivo trato al detalle y la estética visual depurable, todo esto enmarcaría a la teoría, y verdad de que Kar Wai es sin duda el director que más importancia le da al romanticismo y al desamor en el cine, sin importar el género que trate en sus película.

Como después lo respaldaría en la no tan querida pero por mi adorada producción norteamericana Noches Púrpuras y en la grandiosa e inolvidable The Grandmaster, donde una vez más Kar Wai nos da prueba fehaciente del gran manejo en la edición de sus filmes, y ese toque romántico y melancólico que cada una de sus historias cuenta, con estos personajes introvertidos y solitarios en los que se siempre se muestra este deseo de amar, como seguramente todos lo deseamos cada vez que podemos y tenemos la fortuna de volver a ver una película del realizador hongkonés.

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