jueves, 30 de marzo de 2017

La literatura y el cine: discurso divergente

texto ANDREI MALDONADO

La literatura ha servido como base para la construcción de nuevos mensajes a través de otros medios distintos al impreso, como son el teatro, la radio, la televisión y el cine. Este último (a diferencia de los otros) ha despertado, desde sus inicios un debate, si no gastado, sí altamente recurrido entre expertos de ambas corrientes artísticas en cuanto a la adaptación de la literatura al celuloide.

Afirma José Luis Sánchez Noriega, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que “Literatura y cine están condenados a coexistir, fecundarse mutuamente, dialogar entre sí y entretejerse”. Apoyando dicha sentencia, el teórico comenta que “Dentro de la relación cine-literatura la adaptación es la gran cuestión, tanto desde el interés del debate cultural como desde el análisis de las formas artísticas”.

Y es que a lo largo de la historia a partir de los filmes de Georges Méliès (más certeramente Le Voyage das le Lune, 1902) hasta las más recientes adaptaciones de los llamados Best Sellers (Harry Potter, Crepúsculo, Millenium) se han gestado opiniones tanto a favor como en contra de las “versiones” cinematográficas de novelas, cuentos, leyendas y poesía.

Hay múltiples críticos literarios y de cine que condenan a aquellos directores que “alteran” de forma importante la versión original de las historias. Sin embargo, a visión de otros autores, la obra fílmica es totalmente independiente, un discurso teórico que solo obedece a los intereses y gustos que el director tiene por la obra original. Carlos Benpar comenta que “Lo que un cineasta hace es simplemente transformar una forma de obra en otra, que es la película. Pero la obra original queda intacta, nadie la toca”. El tratamiento o crítica debe ser entonces no un comparativo con el texto original, sino un metadiscurso: analizar la película por la película misma.

Además de la adaptación existen las denominadas “historias inspiradas”, que son precisamente préstamos o licencias que toma el director de otras obras (no solo literarias) para engendrar nuevos relatos; así como el retomar guiones incompletos o sin publicar de escritores fallecidos en los cuales, sentencia el mismo Benpar, deben –a diferencia de la adaptación y la inspiración- ser respetadas en su totalidad.

Muchos son los ejemplos de adaptaciones e inspiraciones a lo largo de más de cien años de historia de la cinematografía y muchos también los discursos que se han hecho entorno a dichos relatos, llegando a diversos puntos de vista pero, en su mayoría, concordando en la imperiosa necesidad de separar a la obra literaria de su versión fílmica.

México no se ha quedado atrás en el tema, llevando a la pantalla grande innumerables textos, entre ellos Como agua para chocolate (1990) y Arráncame la Vida (2006). Sin embargo, en el ámbito local –refiriéndonos a Durango- la generación de discursos teóricos al respecto es mínimo, aun siendo esta la llamada “tierra del cine”; sin mencionar que, a pesar del amplio folklor literario, las adaptaciones en cualquier versión (llámese corto, medio o largometraje) son escasas o nulas.

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