martes, 22 de marzo de 2016

Simón del Desierto: ensayo teológico y cinematográfico

texto BLANCA ESPINOSA

Simón del Desierto es una película mexicana de 1965 escrita y dirigida por el cineasta español Luis Buñuel, la cual narra las vivencias del asceta Simón, discípulo de Simeón el Estilita, el cual ha permanecido sobre una columna de 8 metros por seis años, seis meses y seis días. Al término de ese plazo los fieles, que siguen devotos su práctica en busca del ascenso divino, le regalan una columna aún mayor, de 17 metros, para que así continúe con la práctica del ayuno y la oración.

Sin embargo su férrea convicción sobre sus actos –incluso negándose a recibir la orden sacerdotal al no ser digno de tal investidura y renunciando al amor de su madre al considerarlo mundano en comparación al amor divino- se verá en entredicho cuando comience a recibir la visita del diablo encarnado en mujer, primero, buscando tentarle carnalmente. Después tomará posesión de uno de los monjes que le siguen para tratar de calumniarlo.

En el transcurso de estos hechos podemos ver constantes referencias teológicas, como lo es la representación del ascetismo, doctrina seguida por varios religiosos anterior al tiempo de la persecución de los santos mártires, en la cual se busca alcanzar la espiritualidad asemejando a Cristo cuando decide vagar por el desierto, lugar en el que fue tentado por Satanás. Tal y como marca la doctrina Simón persigue la gracia de Dios por medio de una vida sin lujos.

El calvario al que se somete el protagonista –al grado de hacer penitencia en un pie- hace clara referencia a aquellos seguidores de las escrituras que llevan hasta el último grado el castigo del cuerpo en pos de la búsqueda de la gracia divina. Sin embargo ésta no será la única barrera a la que se enfrente su ascesis, pues ante las tentaciones del demonio también están presentes las dudas de quienes dicen ser sus seguidores, quienes no comprenden su sacrificio.

Aquí de nuevo una referencia teológica indiscutible: al principio de la cinta, cuando el vulgo le pide obre un milagro para refrendar su fe, Simón ora por un hombre al que le han cortado las manos por robar. La obra divina se manifiesta en el milagro: el hombre recupera sus manos. Sin embargo el acto no le sorprende, al contrario, usa sus nuevas manos para golpear a uno de sus hijos, mientras el resto de los presentes tampoco se maravilló ante lo sucedido.

En esta parte la podemos entender por dos vías: una, que la fe no necesita pruebas, sin embargo pocos están dispuestos a hacer a un lado su razón para entregarse a eso que los ojos no pueden ver; la segunda vía nos hace pensar en los incrédulos que pedían a Jesucristo efectuar milagros que comprobaran que en verdad era hijo del Señor. La idea nos cruza la mente: no todos son dignos de recibir un milagro y no todos están dispuestos a hacer uno.

Del mismo modo la película revela cómo existe un gran desconocimiento de los preceptos religiosos, lo que convierte a un inexperto sacerdote en alguien que solo persigue el hábito y no el obrar para el bien ajeno, pues cuando el diablo grita “¡viva la apocatástasis!” los frailes responde por instinto “¡muera la apocatástasis!”, aunque ninguno de ellos supiera qué significaba tal palabra.

La tesis de Buñuel se hace más firme cuando, después de haber sido tentado en dos ocasiones, la fe inquebrantable del anacoreta Simón parece irse perdiendo, pues no recuerda todos los Salmos que se grabó de memoria, empieza a echar de menos andar entre la gente y comienza a perder la razón, pues en un atisbo de soberbia comienza a bendecir a cuanta criatura encuentra a su paso.

Es en esta parte cuando entendemos la visión ateísta del oriundo de Calandas, pues critica fuertemente a la Iglesia como una institución que ha basado la difusión de la fe en acciones milagreras, de falsos diáconos y tergiversación de las escrituras. Y es cuando hacemos este análisis que comprendemos el enigmático e inesperado final que le da Buñuel a esta historia.

Tras su larga penitencia Simón rechaza bajar de su columna cuando uno de los monjes sube a decirle que las huestes del anticristo han llegado hasta Roma. Acto seguido aparece Satanás –una mujer desnuda que surge de un ataúd, referencia escatológica de la resurrección de Cristo- y pese a sus rezos se lo lleva al infierno, el cual es representado como una fiesta de rock’n roll en Nueva York.

Aunque en una primera instancia parece un destino un tanto cruel para alguien que persiguió con sus actos el bien, este final puede entenderse desde la perspectiva de que el peor pecado de Simón fue alejarse de su rebaño, del resto de los hombres, en su afán de agradar a Dios, un acto de tremenda soberbia, pues varias veces cuestiona a Dios “¿Cuánto me falta para ser de tu gracia?”.

Ésta quizá sea una de las películas más racionales de un discurso religioso generada desde una perspectiva ateísta. Buñuel, que de joven tuvo formación jesuita, muestra en Simón del Desierto un elevado conocimiento de pasajes religiosos y preceptos enseñados a lo largo de la historia, lo que nos brinda una perspectiva aún más amplia de la influencia que tiene en nuestro día a día la teología, misma que no ha sido ajena a los discursos del arte.

1 comentario:

  1. Muchos monjes y sacerdotes han seguido el camino de este señor. Creyendo agradando a Dios de esa manera, caen el soberbia y orgullo y al final no están en la presencia Divina.

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