por ANDREI MALDONADO
Cada cierto tiempo el cine, y el arte en general, requieren un movimiento, una revolución que sacuda sus cimientos y elimine eso que trata de convertirse en canon. A lo largo de 120 años muchas han sido las épocas y etapas del cine, pero quizá una de las más significativas, tanto en estética como en argumentos, fue la Nouvelle Vague francesa.
Primero fue el invento tecnológico, después el espectáculo circense, poco más tarde la posibilidad del arte y entonces llegó la industria. Pero cuando la industria comenzó a dominar la esencia primigenia del cine un grupo de jóvenes, provenientes del mundo de la crítica cinematográfica, salieron al mundo armados de cámaras, pocos recursos y muchas ganas de que el cine mostrara algo más que historias en un set.
Fue precisamente esa, el filmar en locaciones abiertas, una de las principales características de la Nueva Ola. Motivados por el cine de Alfred Hitchcock, los jóvenes cineastas asaltaron las calles parisinas subiéndose a techos, trepándose a los cofres de los autos, destruyendo los paradigmas que hasta el momento dominaban el séptimo arte. Otra premisa estaba por romperse: cámaras más baratas contra las grandes producciones norteamericanas.
Y es que los noveles realizadores surgidos de la Cahiers du cinema querían historias reales, personajes de verdad, jóvenes que también pensaran en política, en el futuro, en lo que acontecía en su país y en el mundo, y no solo los muñecos prefabricados que quisieran bailar rock´n roll en las cintas de Hollywood. Segunda premisa, quedarse sin reglas para hacer que el cine fuera, ante todo, una vía de expresión, de divertimento, de reflexión y de catarsis.
De esta generación de innovadores creadores surgen cintas emblemáticas para la historia de la cinematografía mundial como Los 400 Golpes, Hiroshima Mon Amour, Sin Aliento, El Año Pasado en Marienbad, Una Mujer es una Mujer, Jules y Jim, Cleo de 5 a 7, Pierrot el Loco, Besos Robados, Masculino Femenino y Fahrenheit 451, por mencionar algunas, orquestadas por cineastas como Jean-Luc Godard, Francois Truffaut, Alain Resnais, Agnes Varda, entre otros.
El poder de esta revolución ideológica dentro del cine se expandió y dominó de 1958 a 1972. Después los movimientos ideológicos en Francia y el hecho de que muchos de sus miembros (con excepción de Godard, que hasta el día de hoy sigue experimentando y haciendo cine a su manera), terminaran anexándose al cine industrial –sin dejar de lado su aguda visión- provocaron que la Nouvelle Vague terminara.
Pero, más allá de que el movimiento como tal haya concluido, los alcances que este tuvo y sus repercusiones en las siguientes generaciones de cineastas quedan vigentes hasta nuestros días, prueba de ello es cada realizador que rompe con el eje, que lanza planos aberrantes, que se atreve a hacer largas secuencias con pocos diálogos, que apuesta por el plano secuencia. Todos estos aspectos son herencia de los hijos de André Bazin, los miembros de la Nueva Ola.
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