texto por ANDREI MALDONADO
fotografía CORTESÍA
¿En qué punto la memoria personal puede tocar el pasado de otra persona? ¿Hasta qué grado una experiencia que nos marcó de niños es similar a la de otro? ¿En qué radica la coincidencia? ¿En el lugar, en el tiempo, en el sentimiento?
Con sutil gracia Gabriela Domínguez Ruvalcaba retrata el peso de la memoria y los recuerdos en La danza del hipocampo, recuerdos que cobran mayor relevancia porque son dictados a partir del registro gráfico y visual que proporcionan la fotografía, el cine y el video casero.
Habiendo presentado su largometraje dentro de la selección oficial del Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango la directora charló con Cinéfagos sobre este trabajo, cómo surgió y qué premisas detonaron la forma en que quedó retratada su visión acerca del ejercicio de la memoria.
¿Qué trabajos te inspiraron para crear este documental?
Me gusta mucho el cine autobiográfico de los años 60’s de Agnes Varda y Chris Marker. Así también me documenté a través de los textos de Henri Bergson. Finalmente cuando decidimos hacer una película terminamos entrelazando todo lo que conocemos y hemos visto como amantes del cine.
¿Te enfrentaste al temor de arrojar al público un trabajo tan personal?
En cuanto a hacerlo documental no, pues es el género que siempre me ha gustado, pero sí tuve cierto temor de hacerlo tan personal y que se quedará en la biblioteca de mi casa. Pero por suerte no era un trabajo solo mío, sino que hubo todo un equipo de trabajo que me ayudó a tener estos anclajes que lo volvieran más universal.
¿Cómo percibes tú la forma en que la memoria selecciona y retiene ciertos pasajes de la vida y otros simplemente los olvida?
Creo que es un efecto quizá no intencional, pero sí personal. Nosotros vamos seleccionando qué se queda en el hipocampo y qué se lanza al olvido, y ni tan al olvido, pues hay recuerdos que no teníamos conciencia que se conservaban en nosotros y son detonados por un olor o un sonido.
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