sábado, 1 de febrero de 2014

De la tristeza a la melancolía

texto ANDREI MALDONADO

El estado de melancolía es un padecimiento clínico por el cual el individuo pierde toda estabilidad y entra en una profunda abulia, en la cual es incapaz de llevar a cabo la más mínima acción física relacionada a la toma de decisiones. Al final, en muchos de los casos, el individuo no ve más salida que morir. En ese caso podemos decir que Justine se había ido mucho antes de que la melancolía que venía del espacio se estrellase con la melancolía que poseía en su interior.

Lars Von Trier (Dancer in the dark, Manderlay, Dogville) ha creado quizá una de las mejores películas contemporáneas y, podemos decir, de todos los tiempos, pues reúne elementos del drama humano –no el drama de las desgracias y el infortunio y la lucha de cómo solucionarlo, sino el drama mismo de la condición humana- con la ficción, manteniendo ese aire de catástrofe que nos remite a sus orígenes en el tan afamado y criticado Dogma que iniciara al lado de otro escandinavo, Thomas Vintenberg.

Melancholia inicia precisamente con Justine, quien se encuentra a la mitad de su boda con su prometido Michael, una boda que no desea pero que se aferra a concluir por las exigencias hechas por los miembros de su familia, con excepción de su madre, quien no cree en el matrimonio tras divorciarse. En esta parte el danés se enfoca en retratar una clara crítica al matrimonio como institución social, reduciéndolo a un banal ritual de actos protocolarios sin importancia que concluyen con la imposibilidad de continuar con la boda, en donde además refleja una clara relación caótica con la madre y un padre al que admira, pero que está ausente la mayor parte del tiempo.

Previo a esta primera parte del film Trier regala al espectador una sucesión de imágenes que son una apología a esta idea, donde se ve a Justine –interpretada de magistral forma por Kirsten Dunst- arrastrar tras de sí cadenas de estambre gris –definitiva referencia a la depresión que más adelante confesaría a su hermana Claire-, vagando en vestido de novia sobre un río –el desastre del matrimonio como institución fallida de la sociedad- e imágenes de la colisión de dos planetas.


Como es costumbre en Lars la historia tiene otra división aproximándose a la mitad de la proyección. Esta parte –adentrada más al tema del choque de los planetas, aunque sin abandonar el discurso primigenio- es protagonizada por Claire–encarnada por Charlotte Gainsbourg-, la cual cumple desde pequeña el rol de la hermana sensata, aunque esto no le exenta del escarnio y distanciamiento de su madre al igual que Justine por el solo hecho de casarse. Claire continúa en su rol tratando de sacar a su hermana de la depresión, sin embargo la inminente llegada de la melancolía –la de Justine y la del planeta- destruirán su aparente fortaleza y la de su marido John, un rico empresario aficionado a la astronomía.

Es esta parte digna del análisis. El inminente arribo de Melancolía, un planeta que se ha escondido por millones de años detrás del sol, hace que la parte de la razón –Claire- y la ciencia –John- vean terminadas sus esperanzas basadas en datos y cálculos matemáticos, optando la primera por la desesperanza y la histeria, y el segundo por el suicidio. En tanto que Justine –debatida entre el seguimiento de las tradiciones relacionadas a la religión y el abrazar un nuevo ateísmo auto asumido- termina siendo la parte razonable que ayuda a su sobrino Leo a despedirse de esta Tierra que es, según ella, “tan malvada que solo en ella puede haber vida”.

Increíble es la forma en la que el cineasta coloca un discurso, sumamente profundo, en donde el único fin lógico para que todo termine es que las estrellas colisionen. Un mundo oculto tras el sol que danza hacia la muerte. Oculto por millones de años, ahora terriblemente cerca de nosotros. Parece alejarse, pero vuelve y devasta todo a su paso. “Primero era negra, ahora Melancolía es azul” declara John a sus esposa, en un claro discurso del color que conlleva a la ruina (cita obligada que nos remite a Eternal Sunshine In The Spotless Mind de Michael Gondry y tantas otras películas que usan de manera magistral el color azul para definir a la melancolía).

Es el mismo John quien afirma “Melancolía pasará justo frente a nosotros, no nos golpeará”. Sin embargo lo hace, parece tomar rumbo lejos de nosotros, pero vuelve, se lleva el oxígeno, pone en entredicho lo más sólido que llevamos dentro de nosotros y, por último, nos consume por completo, en una tremenda colisión.

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