texto LETICIA TREJO
En “El laberinto de la soledad”, Octavio Paz dice: “Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”.
Macario es una ventana a la esencia de la cultura hacía la muerte y a las clases sociales en la época del virreinato de la Nueva España del siglo XVIII, desarrollando la trama el Día de Muertos, eje que articula la historia y conceptualiza la relación universal del hombre respecto a su destino.
Basada en el cuento del escritor alemán radicado en México Bruno Traven, y basado a su vez en el cuento folclórico “La muerte madrina”, de los hermanos Grimm, Macario fue la primera película mexicana nominada al Oscar como mejor película extranjera y ganó doce premios internacionales en su tiempo. En el contexto del cine universal, entró en la lista de las mejores películas mexicanas.
Esta sublime cinta fue producto de la colaboración del director Roberto Gavaldón y el cinefotógrafo Gabriel Figueroa, ganadores de ocho premios Ariel, que además lograron la nominación a la Palma de Oro y el premio a la mejor fotografía, que refleja las influencias cinematográficas de Figueroa a partir de las lecturas de Fritz Lang e Ingmar Bergman.
Macario, interpretado por un joven Ignacio López Tarso, es un honrado leñador y campesino que con trabajo gana lo suficiente para mantener a su esposa y a sus cinco hijos. Su más grande anhelo es tener una buena comida por lo menos el Día de Muertos. Angustiada por la hambruna que sufre Macario, la esposa decide robar un guajolote que después le cocinará para él solo.
Rumbo al trabajo se encuentra con tres personajes, el Diablo, Dios y la Muerte. Cada uno le pide al campesino que comparta su pavo, pero él se niega a todos menos a la Muerte. A cambio, la Muerte le da el poder del agua que cura a casi cualquier moribundo. Macario pronto se hace de gran fama y se vuelve más rico que el médico del pueblo, lo que llama la atención de la temida Inquisición.
Macario subraya la parte mítica en un nítido blanco y negro con la iluminación que solo Gabriel Figueroa sabía lograr, donde busca equilibrar la ausencia de color. El uso de esqueletos danzantes y ofrendas nos brinda el aire de noviembre, olor de cempasúchil y fruta. Nuestros sentidos se magnifican y nos hacen imaginar los colores que no vemos.
Figueroa nos obsequia exquisitos planos generales, lo que hace de este un filme contemplativo. La mexicanidad, esta vez auditiva, se hace presente cuando escuchamos “El Corrido de Macario”, las campanas tocando, “La Ronda de Milano” y por supuesto, la música del maestro Raúl Lavista.
Día de hambre, Día de Muertos
Previo a los créditos iniciales, el toque de una campana de iglesia aparece en pantalla con una breve explicación de lo que significa el Día de Muertos en México, así como su particular iconografía. Este prólogo es el que soporta el eje del filme, porque nos ayuda a articular el realismo mágico que contiene esta historia.
En el siguiente segmento de la película, la familia de Macario es presentada, mostrándonos que la cantidad de comida es escasa y los niños esperan poder comer las pequeñas sobras del padre. La idea del hambre de Macario y su familia se traslada al espectador a través de estas escenas en la que los pequeños devoran sus platos, dejando ni migajas para sus padres.
Si bien, dicen que cuando se come en exceso se tienen sueños aterradores, imaginemos conciliar el sueño en medio de la hambruna y la angustia: así lo vemos en el afligido inconsciente del campesino ,que se deja ver como un titiritero que maneja dos grupos diferentes de esqueletos. Ambos grupos se diferencian por los atuendos que llevan puestos. Unos denotan riqueza y los otros pobreza.
Mientras el grupo de los ricos se divierte, los pobres miran tras los barrotes, tal como lo hacen los hijos de Macario mientras observaban las generosas ofrendas en el altar de Don Ramiro. La pesadilla que nos deja ver Macario, es su rutina diaria, pues se queda sin comer para dárselo a su familia y es aquí comenzamos a notar un concepto fundamental de la historia: el miedo, pues la muerte, al ser definitiva, provoca angustia y temor porque una vez que se presenta, es certera.
La relación de estos dos personajes rompe estereotipos, no solo por su semejanza, sino por el vínculo que crean desde su primer encuentro. La pobreza en la que Macario vive, hace de él un personaje clave en la manera de ver la muerte, una Muerte que es su reflejo, ya que se presenta personificada por un hombre humilde igual que él, con el que comparte una serie de características, entre ellas el hambre de toda una vida que no ha podido saciar.
“La convivencia de Macario con la Muerte, su diálogo e interacción, ponen este filme en la cima de las películas que miran con ojos sensibles a La Huesuda, haciéndola más cercana a lo que nuestros antepasados nos han inculcado, convirtiéndola en un vehículo de transición de un mundo a otro, de una realidad a otra y de un estado físico a uno espiritual.” (Trejo, 2015)
La representación a través de símiles: Pobreza y muerte
Sin duda La literatura fue uno de los pilares sobre los que se logró construir esta obra cinematográfica, y no hablo únicamente de la obra a puño y letra de Traven. La muerte es presentada en diversas obras de la época para denunciar y dar a conocer las injusticias políticas y las desigualdades sociales que sufre la sociedad.
Juan Rulfo presenta su primera novela en 1955 a la que nombraría “Pedro Páramo”, cinco años después de la publicación de la obra de Traven. Notamos que las historias se desarrollan particularmente en zonas rurales, pueblos alejados de la ciudad, hay notable pobreza extrema, hambre y guerra.
México se siente muy presente y casi lo podemos oler. Se presenta la creencia de aquel lugar al que llegará nuestra alma viva después de que el cuerpo muere: el cielo, el purgatorio y el infierno. No siendo suficiente esto, en estas historias se entreteje una esencia onírica que ahonda más allá de la muerte de sus personajes y no se sabe realmente si son sueño, verdad o muerte en vida.
“(…) insistimos en que esta experiencia posible solo se refiere a un cierto trayecto de la muerte, no al proceso total; máxime que ignoramos todo a su respecto, puesto que ningún difunto lo ha comunicado, ni siquiera Lázaro o Cristo” (Thomas, 1983)
El eje central es la añoranza, la desigualdad de clases, la muerte y el mundo onírico. El realismo mágico se ve complementado, además, con el diseño de vestuario y la escenografía de la época. Observamos un par de secuencias que constantemente nos dicen el mismo mensaje, el cuál se trata del destino que a los vivientes nos espera.
En los primeros minutos observamos una procesión que lleva cargando una imagen grande y muy adornada de la santa muerte, detrás caminan niñas con una túnica negra sosteniendo una calavera en las manos. Macario sale a cuadro talando con fuerza un gran árbol, mismo que cae lenta y pesadamente, causando un estruendoso sonido. La tala del árbol ejemplifica la muerte de este, pero también la muerte o la caída propia.
Vemos unos minutos más adelante a Macario y su familia pasando por un cementerio; lo primero que es visto es un gran árbol sin ramas y mientras se hace un tilt down comenzamos a ver tumbas con calaveras apiladas y una cruz encima hecha de huesos, rodeada de velas y no tantas flores. Macario se detiene a observarla por un segundo.
Los pensamientos de Macario sobre la muerte son interrumpidos por una de sus hijas, que le muestra su calavera de azúcar, misma que lleva su nombre en mayúsculas arriba de los ojos, justo el mismo lugar donde Macario se acomoda el mecapal para cargar la leña. La leña simboliza la pobreza, el hambre y eventualmente, la muerte. Es el destino que carga consigo todos los días, que le deja poco dinero para alimentar y alimentarse, y será posiblemente también la materia prima para confeccionar cruces y ataúdes.
-Hija mayor: ¿Y esa luz para quién es?
-Esposa de Macario: para tu madrina Rosa que en paz descanse, que siempre fue muy buena con nosotros.
-Hija menor: ¿Y para mi papá no le va a poner una luz?
-Esposa de Macario: No, hija, tu papá gracias a Dios está vivo. Las ofrendas son nada más para los fieles difuntos.
También es reflejada en los hijos de Macario la inocencia e ignorancia en cuanto a la vida y la muerte. Ellos, igual que todos nosotros, que no sabemos qué existe después de morir. Sin saber de qué se trata, los niños imitan la vida adulta en sus frases y en sus juegos. Por ejemplo; tenemos al principio de la película un importante golpe de efecto que es cuando la esposa de Macario roba el guajolote, llega a casa y lo esconde mientras los niños juegan. El juego de los niños hace contrapunto a la acción de la mujer.
-Mariquita la de atrás, que vaya a ver a si vive o muere pa’ echarnos a correr
- ¡Está muerto! ¡Córranle!
Los niños salen corriendo y de inmediato vemos a la mujer, que de igual forma corre hacia dentro para matar al ruidoso guajolote y que nadie la vea. La última frase que gritan los niños se repite una vez más. La niña mayor le pregunta al niño que está en el centro del círculo: ‘¿Con quién te vas? ¿Con el ángel o con el Diablo?’ El niño responde: ‘Con el Diablo’. El Diablo lo elige y se lo lleva. Esta escena dentro de toda esta secuencia, anticipa el encuentro de Macario con el trío no terrenal, así como el accidente de su hijo y por último, el desenlace del protagonista.
Para la Huesuda, todos parejo pero no tan parejo
Hay una muerte distinta para ricos y para pobres, y eso se ve ejemplificado en sus ofrendas y en que algunos comen mejor y más que los otros. La diferencia de clases sociales en esta película es muy notable. El rico presume lo que tiene y cuando se trata de celebraciones, festejan gigantescamente. Mientras que el pobre celebra en la intimidad de sus hogares con las posibilidades que tiene para comprar comida.
En consecuencia, la obra de Gavaldón nos muestra que el pobre vive más cercano a la muerte. El rico muere igualmente, pero a causa de otras circunstancias, nunca por hambre. Los ricos son plasmados como las pinturas de Juan de Valdez Leal “En un parpadeo” (In Ictu Oculi) y “El fin de las glorias mundanas” (Finis Gloriae Mundi), que representan la espera del juicio final mientras que los restos del hombre yacen entre los lujos y placeres que gozaban en vida pero que ahora son inservibles.
El relato llega a una de las secuencias más reconocidas de la cinematografía mexicana. Arrastrando las consecuencias de sus actos, vemos a un angustiado Macario llegando al lugar (Grutas de Cacahuamilpa) de quien el creía que era su amigo, la Muerte. Este ser, distante y ahora más serio, explica las leyes de las fuerzas superiores. Observamos un exquisito plano general de ambos viendo las innumerables velas que los rodean, las cuales representan la humanidad y la fragilidad de la vida. Mientras vemos flotando entre ellos la niebla, que acentúa un misticismo y sobrenaturalidad.
Por último, pero no menos importante, cabe mencionar que la producción contó con un gran trabajo etnográfico de la cultura mexicana. Fue este un punto clave para cintas posteriores que tendrían como tema principal a México, sus tradiciones y sus creencias, retratando los puntos de la vulnerabilidad social y adentrándose en el tema de las facetas de la vida.
Esta gran cinta explora la íntima relación del mexicano con la muerte, que con el mínimo temor juega y se burla de ella, pero también la abraza y la hace suya, como ninguna otra cultura lo ha hecho. Macario concibe la muerte como parte de la vida, en la que ambas son sagradas y no se puede comprender la una sin la otra. “Sólo la Muerte, así de caprichosa, cruel y a ratos compasiva, es quien siempre ríe al último”.
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