texto LUIS ABEL CHÁVEZ BERMÚDEZ fotografía ALBA SANDOVAL
Hernando Name, hijo del libanés Pablo Name Harb y la tepehuana María Vázquez, nació en Guadalupe Victoria, Durango, el 6 de febrero de 1939. Más de 60 años de experiencia en el cine, dese sus inicios como extra en la primera película hollywoodense filmada en Durango: Pluma Blanca (Robert D. Webb, 1954); el actor, director y productor de cine nos relata anécdotas de los antiguos cines de la ciudad de Durango, y de su experiencia como cineasta.
Mis recuerdos de los cines de antes
El cine pertenecía a la canasta básica, era el espectáculo para el pueblo. Cuatro pesos costaba la entrada, durante muchísimos años no se le pudo subir un solo centavo. Uno de mis cines favoritos era el Victoria, porque íbamos toda la palomilla; nos gustaba sentarnos hasta el tercer piso, en gayola, como le decíamos antes; no sólo era ir a ver las películas, sino todo lo que nos divertíamos jugando y haciendo travesuras; nos bajábamos resbalando por las columnas.
Otro cine al que también me gustaba ir, un cine muy bonito, era el Imperio. Después surgieron otros como el Principal, de más categoría, con luneta y galería. Más tarde vino el Alameda, por la plazuela Baca Ortiz, que era una sala gigantesca, preciosa, con mucha capacidad, contaba con una dulcería enorme y una sala para sentarnos ahí todos a comer palomitas y chocolates en el intermedio.
Luego abrieron un cine precioso que era el Cine Durango, una sala acojinada, de lujo. Después ya vinieron las salas Dolores del Río, Silvestre Revueltas, entre otras; las recorríamos todas, semana a semana, llenos de ilusiones viendo carteleras, yo en lo personal salía del cine pensando en la película; en muchas ocasiones soñaba con secuencias cinematográficas. Cuando veía las carteleras pensaba “cómo me gustaría estar un día cerca de Kitty de Hoyos, de María Félix, conocer a Roberto Cañedo, a don Emilio Fernández”; soñaba con esos grandes títulos, esas grandes películas: La cucaracha, Juana Gallo, El gallo de oro.
Era mucha felicidad corretear por los pasillos de los cines, en el intermedio salíamos corriendo todos a la dulcería, para después hacer cambalache de golosinas –dame esto y te doy esto- y así nos repartíamos los dulces. Recuerdo una anécdota en el cine Victoria. Nos subimos hasta el palco de arriba, ya cuando estábamos sentados se me cayó un patín hasta abajo, ¡y susto! corrimos unos para allá y otros para acá, la desbandada de los muchachitos. Luego llegó el policía y preguntó ¿de quién es este patín?, y pues no tuvo dueño, nos espantamos y salimos del cine.
A veces nos poníamos de acuerdo con los boleteros para poder entrar toda la palomilla, -danos chanza, ¿no?, compramos un boleto y déjanos pasar a los cinco-, -¿cómo los voy a dejar pasar a los cinco?, por favor-, respondía el boletero. Y seguíamos insistiendo hasta que finalmente nos dejaban pasar; con dos boletos pasábamos cinco. Felices de la vida pasábamos el tiempo poniéndonos de acuerdo a cuál cine iríamos, o comisionábamos a alguien a que fuera a revisar las carteleras. Ya estando en el cine, significaba toda una experiencia porque era la oportunidad de platicar, de jugar, tomábamos los roles de los personajes de la película y nos poníamos a actuar. Ése era el cine de nosotros.
Desde siempre el alimento más popular ha sido las palomitas, pero luego vendían unos esquimos de hielo, y después llegaron otros productos como los conos de nieve y las paletas de hielo. En muchas ocasiones pasábamos escondida en mochilas nuestra propia comida: tortas, gorditas, sándwiches. A veces designábamos a un castigado que tenía que llevar algo de comer para todos, y luego, -pues yo sí lo llevo, pero ¿y quién lo va a pasar?-; -pues tú, yo no, yo lo pongo, pero que lo pase alguien más- porque si era descubierto ya no le permitían entrar. Ya en la entrada del cine teníamos que distraer al boletero, para que el del bastimento pasara lo más desapercibido posible.
Ver en lo que están convertidas las salas de cine es doloroso, se siente una gran nostalgia, una gran tristeza; es como si llegaras y encontrarás tu escuela vacía, destruida y en lugar de ver bancas y escuchar las voces de tus maestros y compañeros encontraras vendedores ambulantes allá adentro. Es muy triste, es un vacío cuando se vienen a la mente aquellas imágenes y gratos recuerdos. Ahora las salas modernas dan claustrofobia, son chiquitas, en cambio en aquellos cines entrabas a la sala de proyección y veías la pantalla en toda su dimensión, y además se sentía una sensación de libertad; era muy bonito y es una verdadera tristeza lo que han hecho con el cine de nosotros.
Mi experiencia como cineasta
Para mí el hacer cine va más allá de una simple afición, es una vocación; el cineasta tiene que tener pasión para poder dirigir y estar dispuesto a enfrentarse a una labor titánica. El rodaje llega a convertirse en una labor extenuante. El montaje de una película implica horas y horas de trabajo. Como director siempre tenía en mente las películas que vi en mi niñez y adolescencia, y realmente anhelaba hacer esas grandes producciones como Los hermanos de Hierro, El rebozo de Soledad, ¡Ay, Jalisco no te Rajes!, Campeón sin corona; una película como las que se hacían en aquella época.
Cuando dirigí mi primer largometraje profesional, La muerte cruzó el Río Bravo, yo pertenecía a una compañía que se llamaba Producciones Esme. Con ellos ya había participado en algunas producciones, como en la segunda unidad de la película Manaos, filmada en Brasil (Alberto Vázquez-Figueroa); Abierto día y noche (Fernando, Ayala), en Argentina; y La máquina de Matar (José Antonio de la Loma), en España.
Un día aquí en Durango me invitaron a una comida de un señor gobernador y ahí sostuve una conversación con el candidato a la presidencia municipal de Santiago Papasquiaro; le expresé mis deseos de filmar en el municipio y me dijo, ‘pues órale, yo voy a ser el presidente municipal de allá’, pues, hasta que lo que seas, dije yo. Y me dijo, vamos hacer un compromiso, si gano las elecciones tú vas a hacer una película allá, sí, hombre cómo no, y estrechó mi mano. Temístocles Almodóvar se llamaba él.
A los dos o tres meses me habló por teléfono y me dijo, ‘te estoy hablando de la presidencia municipal y aquí estoy en Santiago Papasquiaro esperándote’, ah, pues, voy para allá. Cuando llegué, recorrimos el pueblo precioso mientras en mi mente daba vueltas a una historia, la fui construyendo hasta que visualicé La muerte cruzó el Río Bravo; sí, el personaje mexicano, veterano de la guerra de Vietnam que regresa a su tierra natal, y, desde este punto comienza a desarrollarse una historia.
Hice mi propuesta y preguntaron por el costo. No, estás totalmente fuera de los parámetros que manejamos. Pues, ¿Cuánto hay? Te vamos a dar tanto. Vete a filmar y regresas con la película terminada, de no ser así, pues hay penalidades, tú sabes. Sin miedo a nada, comenzamos con la planeación, se configuró el elenco: Narciso Busquets, Chelelo, Maribel Guardia, Erick del Castillo, Manuel Capetillo, los duranguenses Leonor Llausás y Carlos Cardán, y lanzamos a Eduardo Yáñez.
Antes de la filmación todo era risas y felicidad, todo mundo entusiasmado por comenzar el proyecto, pero ya una vez iniciado el rodaje, como director me sentí el hombre más solo que hay en el mundo. Fue mucha la tensión, muchos sustos, muchos nervios, el tiempo se me venía encima; nos agarró la lluvia durante la filmación. Se dieron tremendos conflictos con cada actriz, con cada actor, con todo mundo, pero logré sacar mi proyecto como yo lo había visualizado, como yo lo quería. Un trabajo verdaderamente titánico, pero regresé con la película filmada; fue el primer escalón.
Luego vinieron otras películas, Rosa de la Frontera, con Susana Dosamantes, Hugo Stiglitz, Eric del Castillo, Eleazar García, Diana Ferretti; es una película muy bonita. Después llegó un proyecto importantísimo, El Placer de la Venganza, con Susana Dosamantes, Hugo Stiglitz, Pedro Armendáriz, lanzamos a Andrés García chico y a Eleazar García Jr. Es una película urbana que aborda el tema de la delincuencia juvenil, algo que sigue sucediendo hoy en día, pero lo tratamos hace treinta años.
Posteriormente llegaron otros proyectos, difíciles de hacer, como Garra de Tigre, que se desarrolla en la selva del Amazonas. Para su realización tuvimos que conseguir locaciones que se asemejaran a la selva, recorrer muchísimos lugares hasta decir aquí se puede filmar, ah, pero sí se pueden rodar las secuencias de selva, pero falta el río; ah, aquí sí tengo el río pero me faltan otros elementos.
Y así ir juntando todo lo necesario, cerrando la pinza de locaciones para abatir costos, convencer a tus actores, convencer a tus productores y luego después venían los pasos difíciles: la distribución de la película para que tuviera recuperación y seguir adelante. El mejor premio que se puede recibir, es el que te da el público que acude a ver tu película, y que la inversión se recupere. Cuando la gente te detiene en la calle para felicitarte, es una gran satisfacción.
Las locaciones
En cuanto a locaciones, una de mis favoritas era El Saltito, en el municipio de Nombre de Dios, que en tiempos de lluvia las cascadas lucen hermosas. Ahí filmamos unas secuencias de la película La gran aventura del Zorro, una película de Raúl de Anda Jr. filmada en 1976; recuerdo una secuencia en la que el Zorro brinca montado en el caballo a la cascada, y después escapa. Esta locación era sublime, hermosa, la otra vez que fui a verla, por poco me infarto. Salí corriendo, dije, me regreso a la Ciudad de México, estoy más protegido allá que aquí. ¡Qué cosa tan tremenda!
Muchos lugares quedaron establecidos como locaciones gracias a las filmaciones estadounidenses, porque ellos acostumbran a hacer primeramente un scouting para encontrar los lugares adecuados para filmar. Enviaban gente especializada a buscar las locaciones, uno de los aspectos que más les cautivó fue la luminosidad del estado de Durango, además de la gran diversidad de territorios áridos, semi-áridos, pinales, sierra, desiertos, semi-desiertos, ríos, caballos y ganado de todo tipo. Ya después llegaron las producciones mexicanas, pero ya sabían en qué lugares filmar y desarrollar las historias por los antecedentes de las filmaciones americanas; así que les decíamos ‘te vamos a llevar a lugares poco vistos, ah, sí aquí queda perfecta tal secuencia, vamos’.
Durango es riquísimo en locaciones, recuerdo cuando abrían la compuerta de la presa y corría el agua por el río Tunal; era todo un espectáculo natural. Viene a mi mente una muy memorable secuencia de la película Garras de ambición en la que Clark Gable hace un monólogo dentro del río, mientras que el ganado pasa por ambos lados de él. Inolvidable cómo se veía el río precioso con esa dimensión. Ahora es muy triste como luce el lugar, hay basura; lo que fueron hermosas locaciones cinematográficas ahora están invadidas y con elementos que no van.
La gente de Durango estaba acostumbrada a ver a las grandes estrellas hollywoodenses deambular por las calles. Burt Lancaster paseando por el centro, Charlton Heston sentado en la plaza, o Richard Harris de compras en el mercado; era de los más cotidiano ver a aquellos hombres y mujeres en lo que hoy llamamos Centro Histórico. Para la gente era un espectáculo ir a ver a las estrellas que venían por primera vez a estas tierras; recuerdo cuando llegó el equipo de la película Estampida, del hotel El Gallo salieron Luis Aguilar y José Elías Moreno, mientras que por la tarde vi en la calle a la hermosísima Christian Martell, una verdadera reina. Por eso digo que a Durango vinieron enormes luminarias, inconmensurables estrellas de cine del mundo.
Los jóvenes cineastas
Por todas estas experiencias, por el significado de un proyecto fílmico, es que me gusta apoyar a los nuevos directores, tengo una gran fe en el talento de los jóvenes y cuando tengo oportunidad les inyecto ánimo, porque no quiero que el cine desaparezca. Pero tienen que hacer un cine que traiga una propuesta posible, entendible. Se ha centralizado mucho todo, y creemos que el país es la Ciudad de México; hay muchas historias que contar, lo que pasa aquí en nuestro Durango.
Yo creo mucho en los nuevos valores, en los jóvenes realizadores. Todo lo que he visto se me hace un cine valiente, con una propuesta nueva, que tiene una frescura. Pero algo falta, se ha recurrido mucho al tema del narcotráfico, al narco-corrido, y eso se ha vuelto ya una cultura muy negativa; ya es como una promoción a todo eso. Considero que es necesario hacer cine que proponga algo nuevo, con nuevas ideas. Como lo dije anteriormente, hay que crear ídolos, formarlos como el cine de otros tiempos. Ismael Rodríguez creó un Pedro Infante, un Jorge Negrete; todos esos ídolos vendían, y el público quería verlos. Deberíamos volver al cine familiar, al de aventuras, al que se pueda ir con los hijos, los nietos, con la familia, y salir contentos comentando la película.
Mi Durango es muy bonito y siempre lo ha sido. Hoy en día el Centro Histórico está hermoso, es aquí donde me gustaría realizar mi próxima película que me gustaría titular Aquí está Villa; se preguntarán ¿Qué tiene que ver Villa con el Centro Histórico? Es que la historia que propongo consiste en que Pancho Villa regresa, ve el Centro Histórico entre neblina y se asombra ante el panorama. Esa es mi propuesta y hago la invitación a todos los jóvenes escritores, realizadores y toda la gente involucrada en el cine, porque es un proyecto que quiero que se haga aquí en Durango, que sea hecho por durangueños y para el pueblo de Durango. Me han invitado inversionistas, pero al hacerlo con capital privado pasa a ser propiedad de ellos, yo quiero que sea nuestro.
Las películas deben recuperar la inversión, y dar para producir otra y para otra. Hay que recurrir a la fórmula como los cineastas de antes. Después de épocas gloriosas llegó la decadencia porque dejaron esas fórmulas y desaparecieron los ídolos; ya no pudieron formarlos para seguir haciendo un cine que se vendiera. Sin embargo considero que el cine de hoy es de gran calidad; los jóvenes cineastas deben esforzarse por hacer su cine, llevar a cabo sus ideas, hacer equipo hasta lograr la realización. Hay mucho por hacer, y lo bueno es que hay mucho talento. Como director de cine me doy cuenta de que un aspecto cultural tan importante está olvidado; necesitamos crear otra vez ídolos para vender nuestro producto, que la gente quiera ir a verlos como en otras épocas.
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