texto ANDREI MALDONADO
Dentro de las películas que salieron a cartelera en la reapertura de los cines tras el cierre al que obligó el confinamiento por la pandemia de Covid-19, la primera en ver la luz fue Amores Modernos, largometraje de Matías Meyer que reúne un gran elenco y que aborda inteligentemente temas poco tratados dentro de la cinematografía nacional. Charlamos con Matías y esto fue lo que nos comentó.
Matías, Amores Modernos es una de la películas más redondas del cine mexicano de los últimos años, ¿Cuál fue el proceso para la creación de los personajes? Pareciera que estaban hechos a la medida para ese elenco
Todo parte de situaciones que yo había experimentado, momentos que yo había vivido y que sentía la necesidad de compartir con el público, los momentos más emotivos de experiencias personales. Algunos que viví y otros que le pasaron a gente cercana a mí. La relación de los hermanos está inspirada en mi propia familia, así como los padres.
El personaje que interpreta Raúl Briones, el científico, me inspiré de una situación que le pasó a mi hermano cuando su novia lo cortó por teléfono después de que él había dado una conferencia. Fue tal el shock que durante una hora ya no sabía dónde estaba, andaba perdido, y eso era lo que andaba buscando, que fueran situaciones muy intensas, muy emocionales, que en cierta forma salieran de lo común. Lo cierto es que a final de cuentas todos podemos sentirnos identificados con lo que pasa en la película.
Quise crear esta multiplicidad de personajes. Todos tienen en común que llevan una vida bastante individualista, narcisista, y que van a ser unidos por el personaje de Rocío, que a nivel simbólico escogí este nombre porque su amor va a “rehidratar” a esas plantas secas que son los personajes, para que reverdezcan, florezcan y se encuentren a sí mismos, pero a través del encuentro con los demás, que dejen a un lado ese individualismo al cual nos ha orillado la sociedad en que vivimos, y que recordemos los valores de la convivencia.
Creo que a fin de cuentas todos los personajes surgen de mis propios deseos, mis propios miedos, de mi decisión de dejar la relación e irme con otra chava, deseos que no se cumplen, viendo si a través de la película se pueden volver realidad. Todo eso lo fuimos moldeando en el guion para que fuera un poco más dramático, más exagerado, porque una cosa es serle infiel a tu esposo y otra es serle infiel el día del funeral de su madre.
Todas las escenas tienen esa exageración dramatúrgica. El personaje del científico, al cual lo cortan de una forma cruel justo antes de dar una conferencia muy importante, los hermanos que se empiezan a pelear enfrente del cadáver de su mamá, el hijo que sufre una doble pérdida porque el día del funeral de su madre se entera que su padre tiene una enfermedad muy grave, se sube a la azotea y le llueve, en fin, todo tiene la estructura de “llueve sobre mojado”.
En cuanto a los actores ¿siempre imaginaste que serían ellos?
Al principio yo me imaginaba a Leonardo Ortiz en el personaje del científico, que finalmente hizo Raúl Briones. Hubo que irlos probando. El personaje de Rocío era el más misterioso, el más ambivalente y complejo, y creo que logramos eso con Ilse Salas, aunque también se probó en el personaje de Ana, que terminó haciendo Ludwika Paleta. A quien siempre visualicé como la embarazada fue a Diana Sedano, a la que yo había visto en otras películas y que me gustaba su frescura.
Al personaje de Andrés Almeida no lo había contemplado en un principio, pero coincidimos en un taller y fue cuando cree el personaje de Carlos. El personaje de Luis siempre lo imaginé para Rubén Pablos. Pero el hecho de que lo imaginara no evitó que hiciéramos un casting y que los comparara con otros actores para corroborar que estaba en lo correcto. Estos casting me sirvieron para ir preparando la película y para conocer a otros actores para futuras películas.
¿Trabajar una película coral y con una narrativa un tanto distinta a tus otras cintas implicó un cambio drástico a la hora de filmar?
Casi todo en esta película fue distinto para mí. Trabajar en interiores, con un tipo de luces distintas, con un nuevo fotógrafo. Los vestuarios anteriormente, con excepción de Los últimos cristeros, no habían sido diseñados, aquí sí. Hubo un trabajo de color muy preciso porque ahora pude trabajar en sets que pude transformar. En la anterior también trabajé en interiores, aunque respetábamos más la propia atmósfera del lugar, aquí si trasformamos los lugares para que se adaptaran a los personajes y nos contaran quiénes son a partir del lugar donde viven.
También cambió el ritmo de la película. Quise utilizar un ritmo más dinámico y veloz que las anteriores. También tiene más música, música pre existente y no solo la que se compuso para la película. Más uso del plano cerrado, que en mis anteriores trabajos habían sido más planos abiertos. Una trama mucho más elaborada, con menos tiempos muertos. En fin, es una película donde sí le di un giro a lo que conocía, pues tenía esa inquietud de probar algo nuevo y de demostrar esa versatilidad y que podía adoptar un estilo diferente.
Aún así siento que sigue siendo una historia muy mía, en esa búsqueda de sutilezas, de tener una historia demasiado tremenda, de no usar la violencia. De ser de algún modo suave con el espectador y confiar en lo que este pueda ir entendiendo sin ser demasiado explícito.
¿Qué retos te obligó a tomar la situación de la pandemia?
Al principio, cuando se dio la cancelación del estreno por los primeros brotes, fue tanto el deseo de estar a salvo que la película pasó a segundo término. No sabíamos qué iba a pasar, por lo que de los males este era el menor. Después vino una especie de desilusión cuando no podíamos compartir la película, pero el mismo tiempo aprendiendo a ser pacientes. Creo que si algo nos ha enseñado esta situación es a eso, a ser pacientes y vivir el momento, porque no sabemos a bien qué va a pasar. Después vino la propuesta de Cinépolis de ser los primeros en salir a cartelera cuando abrieran los cines.
Al principio nos pareció demasiado arriesgado, casi como darse un balazo en el pie, pero poco a poco nos fuimos dando cuenta que también era una oportunidad, porque era una película muy buena para volver a las salas de cine, pues es divertida, entretenida y que además puede conmover. Además también había ciertos puntos a favor dentro del viento en contra que era la pandemia, como la poca oferta que había en cartelera, que nos permitía ser programados en varias salas. Es un riesgo para nosotros como productores, pero los exhibidores también se están arriesgando y necesitan material atractivo para ofrecer al público.
¿Cómo ves el ambiente del medio cinematográfico con esta pandemia?
Es bastante desolador. Hay algunos que se han animado a empezar filmación pero es complicado, son muchas medidas las que hay que tomar. Si de por sí es un trabajo en el que implica mucha logística y se depende de muchos imprevistos. El cine es una maquinaria compleja y debe estar muy bien aceitada, y ahora trabajar con las máscaras y la desinfección complica más todo. Son mejores tiempos para ponerse a escribir, aunque hay mucha gente que vive de los rodajes. Todos estamos sufriéndolo. Se cree que la cultura no es tan esencial pero sí lo es.
Ya para cerrar, una pregunta que se sale un poco del guion. Revisando tu filmografía me encuentro con un mediometraje, Esperando a John Wayne, que fue filmado en Durango ¿nos puedes contar algo sobre él?
Es un trabajo muy querido que hicimos en nuestro primer año en el CCC. Antes de entrar, en 1999, hice un viaje por el norte del país y al andar en carretera con un amigo vimos los sets de Chupaderos y quedamos fascinados con la historia, la nostalgia de los pobladores que tuvieron la oportunidad de ser parte de la industria fílmica y nos pareció una buena temática para un documental. Al entrar a la escuela me junté con Bulmaro Osorno, que dirigió la película, escribimos el guion, pedimos fondos, los obtuvimos, y nos fuimos seis estudiantes de cine a hacer nuestro primer documental en el verano del 2000, tras un primer viaje de exploración.
Estuvimos viviendo por 15 días en Chupaderos, haciendo las entrevistas y tomas que terminaron siendo nuestra primer película ya seriamente hablando. Cada vez que he podido estar en Durango visito a Tachín, el personaje principal de la película, que es uno de los más longevos que trabajó en los westerns de antaño. Un hombre entrañable y fabuloso, un verdadero personaje.
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