domingo, 21 de junio de 2020

J’accuse: juzgar a la obra desde la obra misma

texto JUAN JOSÉ ANTUNA ORTIZ

Fernanda Solórzano en su videoblog Cine Aparte del canal de Youtube de la revista Letras Libres, además de invitar a los seguidores a dar lectura por sí mismos y sin prejuicio alguno a ciertas películas que muchas veces son desapercibidas por falsas protestas moralistas tomadas por distribuidoras para no tener pérdidas económicas, escudadas en movimientos sociales dignos, dice que la obra debe ser juzgada por el peso sostenido en ella misma, algo en lo que yo estoy completamente de acuerdo.

Pero también dice que hay veces en que la obra puede tener otra lectura cuando se integra a este análisis la coyuntura temporal del artista, comentario que también me parece acertado por parte de Fernanda y así lo remarca en su análisis a la película de la que les escribiré en esta ocasión. No abordaré mi lectura a la más reciente cinta del director polaco Roman Polanski desde los tiempos que preceden a su persona y el escándalo que envuelve la vida del artista, es algo que se ha comentado mucho y no creo ser indispensable en un juicio que pudiera haber de mi parte a su persona.

Pero de esta película, la cual me parece la más interesante junto con Carnage por parte del director en los últimos diez años, sí que es importante hablar, porque a todas luces es una de las cintas más importantes del 2019. Por supuesto me refiero a la llamada en México El acusado y el espía. La historia recrea uno de los casos más sonados en Francia a finales del siglo XIX por culpar injustamente al capitán Alfred Dreyfus de traición a la patria por supuestamente mandar información secreta a los alemanes, y condenándolo a cadena perpetua en la Isla del Diablo en la Guayana Francesa.

Cuando el coronel Georges Picquard es ascendido a liderar la sección de inteligencia del ejército luego de que el coronel al mando es destituido por su evidente enfermedad, se da cuenta que el caso tenía varias inconsistencias; luego de investigar por cuenta propia, informando a unos pocos de sus agregados en la sección, descubre al verdadero culpable del delito y que Dreyfus ha sido condenado injustamente.

Tras notificar del hallazgo a sus superiores, estos de la manera más inofensiva le piden que olvide el caso y se olvide de liberar al judío, pero con ayuda de amigos e intelectuales, y sin importar las consecuencias que estos hechos tendrán tanto para él y sus cercanos, y en sus propios prejuicios; Picquard decide emprender una lucha de más de diez años que termina con un final que la historia en los libros nos puede contar, pero que, si uno lo representa hoy día, sin carruajes y farolas, y lejos del ojo central de la gran ciudad parisina, sigue estando vigente.

Desde el minuto uno la buena mano de Polanski como director está presente, con este gran plano general en la distancia registrando la vergonzosa ceremonia en la que se le desviste de medallas y honores al capitán Dreyfus. Vemos, sin muchos elementos aparentemente en una primera lectura que nos pudieran decir la gran cosa, ya se maneja este aire de suspenso en el que el director es más que un maestro.


Si el buen suspenso algo nos ha enseñado en la historia del cine es que menos, es más, y si no me creen, nada más hay que echarle un ojo a algunas de sus obras como Repulsión, El bebé de Rosemary o Chinatown. La película nos lleva con un ritmo muy mesurado, pausado, que se toma su tiempo y que nos va develando cada paso que llevó el coronel Picquard en el caso que armó, a pesar de que hay mucho papeleo y tiempo entre cada acto reflejado, es entendible perfectamente todo sin gran explicación o discurso, todo se va armando, y el espectador no necesita ayuda alguna de un narrador, más que el discurso y la puesta en escena del director.

Hablar del gran trabajo de Polanski es ver que no es un director que nos engatuse o nos lleve por el camino fácil, mostrándonos cosas innecesarias o que alargarían la película para hacerla entendible, o a mi parecer redundante y tonta; un elemento de este manejo es cuando Picquard reprende al oficial Henry sobre las cartas que recibe en la iglesia, y le dice que de ahora en adelante él irá en busca de ellas.
Sin cambiar de plano, solo para ver el rostro de Henry enfurecerse, o preocuparse, sólo se nos muestra su pausa al caminar, en clave inequívoca que el espectador sabe lo que pasa por la cabeza del capitán Henry. Polanski nos trata como espectadores serios, y eso se agradece, porque su película es seria y extraordinaria, quien no vea eso debe revalorar el cine que está viendo, y como siempre lo digo, no me refiero al género del cine que estén viendo.

Destacar la recreación de la época (extraordinario el trabajo de diseño de producción) y el uso del humo y la sombra para representar la decadencia de una Francia que ya desde antes de la Gran Guerra de 1914 presentaba un antisemitismo importante tanto en las altas esferas del gobierno y el ejército, y a la postre del pueblo que siempre está acostumbrado al “pan y circo”, y más en aquellos años de mal manejo de información e impartición de justicia, lo cual hizo que muchos años después se unieran a la propaganda nazi, y que hoy día, como lo mencioné al principio, no está muy alejado de nuestros tiempos, ya que hay un despunte más que preocupante de actos violentos no solo en contra de la comunidad judía en Francia, sino también de comunidades de africanos o contra los sirios.

Las actuaciones de los dos actores principales, (aunque todo el reparto está más que perfecto), son monstruosas, en el buen sentido de la palabra. Louis Garrel como el capitán Dreyfus, aun con la poca aparición que tiene en realidad, está esplendido, al grado que lucir irreconocible, y no lo digo sólo por su aspecto físico. Si bien es un actor que desde siempre es muy sólido, acá nos da muestra y entendimiento del por qué a los ojos de muchos amantes del cine como su servidor es considerado, con toda justicia, uno de los actores franceses contemporáneos más notables.

Por otro lado, y con la calidad que también se le conoce a Jean Dujardin, su interpretación del coronel Picquard es sublime, desde que inicia la película se nos presenta en el acto, y a través de algunos flashbacks que muestran en pantalla su relación con el acusado y memorias sobre el caso, a un personaje cuya fidelidad por el ejército y su nación está por encima de todo, y descubrir la injusticia es un primer quiebre en su persona, se nota en la actuación de Dujardin.


Otro golpe se da luego el descubrir que el gobierno y el ejército conocían esta injusticia y no hicieron nada para remendar el error, por lo que vemos transformarse a este ser algo arrogante y racista en alguien que lucha por encausar y poner de lado sus propios ideales y prejuicios por un bien mayor, que es el de la justicia, sea impartida a quien tenga que ser impartida, y de ahí que el desenlace tenga una especie de recompensa para ambos personajes, con su desencanto por supuesto.

Vemos a Picquard en su vulnerabilidad y su lado más humano en más de una ocasión, algunas de estas muy representativas. En un concierto de salón, donde podemos ver un pequeño cameo por parte de Polanski, y en un duelo de espadas; pero también lo vemos en su lado más agresivo en el juzgado al defender a uno de los intelectuales que más lo ayudó al grado de poner su reputación y su vida en riesgo. Lo vemos luchar con fiereza contra lo que fue su vida y sus ideales.

Sin sentirse un discurso maneado o de panfleto mal hecho en apoyo a la causa hoy día de comunidades minoritarias, o incluso en beneficio del director, como muchos alegan, Polanski crea una película de gran calidad cinematográfica en más de un sentido, a pesar de algunos puntos predecibles en la trama, que se resuelven con la clase que aún tiene el realizador.

J’accuse recrea a través de este hecho lamentable en la historia de la justicia francesa, un llamado a la búsqueda de impartición de justicia cueste lo que cueste, al sacrificio por el bien común y el abandono a odios sin sentido y prejuicios inservibles, y a ver también, como lo menciona Fernanda al final de su análisis, el manejo que muchas veces tiene sobre nosotros la gran opinión pública sobre qué debemos y no debemos ver, por lo políticamente correcto, y que la elección, como seres humanos pensantes que somos, está en nosotros, y así poder conocer y ver el panorama general, y formar nuestra propia opinión y lectura sin ninguna clase de predisposición al pensamiento.

Podemos elegir eso, o quedarnos con la lectura mocha, cerrada y generalizada, sin antes juzgar quizá una obra con gran valor solo por la figura manchada de su autor, mientras circulan libremente muchas películas que fomentan de manera “graciosa”, y aparentemente inofensiva, actitudes misóginas, racistas e incluso fascistas, como las que abundaban en salas de cine hasta hace unas semanas.

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