texto ULISES FLORES HERNÁNDEZ
La crítica de cine mantiene desde hace tiempo un aura de maldad sobre ella. No todos valoran el noble oficio que representa el crítico de cine para una industria en constante flujo de producción. Un sector la considera una voz quisquillosa proveniente del fondo de la sala, esperando con ansias describir cualquier error potencial de la película e inflarlo hasta que concluya su sección en el periódico o revista. Al menos eso es lo que se ha creído cuando el mayor desgaste del crítico es el de conseguir una pluma y hojas para descuartizar una película que, para bien o para mal, intentó lo que toda cinta desea: ser una buena película.
No todo el cine es bueno. Así como no todo el cine es malo. La idea de bueno y malo en tiempos del pulgar arriba o abajo hace aún más ambiguo una posible descripción de este. Sin embargo, siempre habrá algo qué rescatar de todo esto y que, en algún momento, se verá plasmado cuando las nuevas generaciones se acerquen menos a una crítica al momento de elegir ver una película. La crítica sé ha convertido, por su propia mano, en un vacío lleno de oscuridad, donde fácilmente se puede uno perder. Después de todo, ¿aún hay tiempo para leer seis párrafos en el periódico cuando vivimos una amenaza epidémica?
Quizá los tiempos actuales hagan más difícil crear un acercamiento genuino a una lectura de carácter ambiguo, sin embargo, habría que permitirnos un voto de confianza y así distinguir entre una simple opinión (la cual es muy respetable) y una argumentación. Una opinión disfrazada de crítica de cine es algo que podemos encontrar a menudo en redes sociales y, por ende, lo consideramos correcto. Los tiempos cambian y con ello también los críticos, quienes se han vuelto flojos al momento de ejercer su voz para invitar al público a visitar el cine por medio de la palabra.
La verdadera misión de un crítico de cine es dar una voz más allá de lo que se ve en la cinta, no necesariamente de escribir una crítica que destruya a la película. Es una cuestión profunda que remite casi a un ritual, pues el crítico se verá favorecido al ver la magia que corre a 24 cuadros por segundo antes que muchas personas. Un crítico debe ir más allá. Debe apartar los simples elementos que muchos comentan, pero pocos entienden.
“Tiene una hermosa fotografía, las actuaciones son sobresalientes, el director se superó, la banda sonora me puso la piel de gallina”, son los frecuentes arquetipos que se comentan. Y aunque sea válido en una conversación a la hora de la comida, un crítico de cine no puede esconderse en prototipos que solo rodean el verdadero sentir de lo que la imagen presenta. Es por ello que actualmente la sociedad en general está presentando dos tipos muy curiosos de crítica cinematográfica:
A) El público general que emite lo que pareciera ser la única visión posible de la película (y valiente aquel que la contradiga).
B) La opinión del crítico de cine, cuyas palabras alcanzan cierta notoriedad por verse plasmadas en papel, figurando de una voz respetable, pero que, de igual modo, peca en su misión de ofrecer a sus lectores lo que pareciera ser solo lo que él ve cómo justo. La falta de rigor es una constante en ambos casos.
Por ello, ser crítico de cine es una misión que puede caer en la oscuridad de lo ambiguo, al no entender que una crítica no es la definitiva y lo que se ve en la pantalla es apenas un ligero atisbo de lo que otros más podrían ver y yo no. Otorgar una visión justa y responsable de lo que se ve, se dice y se siente al momento de ver una película es una mezcla que se debería tomar muy en cuenta. Pero pocos son aquellos que lo intentan. Si eres un lector curioso, la obra publicada del crítico de cine más importante en México, Jorge Ayala Blanco, es un buen ejemplo en donde lo académico no necesariamente debe estar peleado con la voz popular, pues otorga un estilo único en su abecedario del cine mexicano.
Ser perezoso es fácil cuando se habla de producciones de Hollywood. Con las cadenas de cine cerradas por el atenuante paso del virus del Siglo XXI, recluirse en casa y ver una película es un procedimiento aceptable por la facilidad de acceso. Pero ¿qué ocurría cuando se iba al cine? Ninguna familia de clase media baja se atrevería a gastar más de 500 pesos (con las palomitas incluidas) si observan en la columna del periódico que la película de la semana tiene una estrella ¿un sistema de cinco estrellas es justo?
La calificación de estrellas, que frecuentemente va de cero a cinco, siendo esta la máxima calificación, es el guía para los potenciales espectadores que, ansiosos, se encuentran a la espera de ver los estrenos de la semana. ¿En donde queda la responsabilidad del crítico si al final de escribir su columna semanal, sentencia sus palabras con las bonitas estrellas que, en la mayoría de los casos, son confusas? ¿Qué significa cuando colocan tres estrellas y media? ¿Qué la película en cuestión es buena, pero pudo ser mejor? ¿Qué en realidad eran cuatro estrellas, pero la imprenta del periódico se quedo sin tinta? En tiempos de estrellas, es mejor ver una película con los ojos cerrados.
Pero en donde inicia la voz del crítico es justamente donde termina. No hay mejor promoción que el efecto, "boca en boca". Aquel fenómeno, que aún los analistas se encargan de resolver, pues por el modo en que se suscita, es imposible replicar como campaña publicitaria. Aquel fenómeno nace al momento en que los espectadores abandonan la sala de cine, gustosos e impactados por lo que acaban de ver. Y ahí no termina. Aquel fulgor incrementará en la semana laboral, donde al compartir su experiencia, como si se tratara de una droga, los oyentes ansiarán disfrutar la experiencia. Esto asegura la entrada de nuevos espectadores cada semana, gustosos de vivir en carne propia lo que se menciona con intensidad cada vez que llega la hora de la comida.
Aquel momento se mantiene puro, pues la imagen del crítico de cine no hace su aparición. Es este modo que todos somos partícipes en el momento de evaluar una película. Nadie está exento de eso y muy posiblemente no exista una sola persona en el mundo que no haya emitido un juicio antes de ver una película y haber cambiado su opinión después de verla. Después de todo, es ahí donde radica el espíritu de un crítico de cine: ver lo que los demás no ven.
Es un proceso que ofrece un sentimiento extra a la persona que se tome el tiempo para leer la crítica y aumentar sus expectativas o invitarlo a revisitarla para que redescubra elementos que no vio en un primer acercamiento. Esa es precisamente una mezcla justa del noble oficio del crítico de cine. Invitar al espectador a regresar gustoso a la sala cinematográfica para asombrarse una vez más con la magia y fantasía que lleva consigo una ida al cine.
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