sábado, 11 de julio de 2015

No todo es cine: la afección de la música

por ILSE AGUILAR

Es un suceso que al escuchar música nos agrade la sensación que provoca en nosotros por alguna cosa en particular, sea el ritmo, la letra, la armonía, etc. Puede inclusive llevarnos a algún recuerdo en la memoria, despertar algún sentimiento o propiciarnos algún estado mental. La música tiene la cualidad de activar la vida mental así como también la de comunicar emociones más profunda y eficazmente.

En efecto, se puede discutir acerca de una relación directa con la actividad psicológica de una persona porque estimula la memoria, afecta la imaginación y, en el más amplio sentido, nos evoca pensamientos.

En la Grecia Antigua el estudio de la música alentó dos mil años de exploración en su relación con las matemáticas y también con la astronomía, como lo dice Diógenes Laercio al narrar sobre Pitágoras. En Platón, por ejemplo, se puede apreciar que en La República le dedica un espacio considerable a la influencia de la música sobre la formación del carácter de los ciudadanos y la armonía de la Polis.

Para Platón y los presocráticos era de gran importancia tener la música presente en cuestiones de enseñanza y educación en el conocimiento metafísico y el epistemológico por sus características positivas, entre ellas, la de moderar el temperamento. La música junto con las demás artes es indispensable para generar hombres libres, ciudadanos de la polis ateniense; el cuidado del alma, la mesura y la armonía que debe de haber en el carácter para ser un hombre virtuoso está a cargo, en buena parte, de las bellas artes.

Sin embargo hay que remarcar que no toda la música es aceptable para la educación del ateniense: Platón prohíbe aquella música que despierta un exceso de emoción en la audiencia ya que demasiada excitación desata en los mesurados atenienses lo más íntimo y horroroso de su propia naturaleza.

La música en Platón y en general en toda Grecia, podemos decir, ocupa una posición importante en el forjamiento del carácter de los helenos, ella, por sus nexos a la psicología y por lo tanto a la política y moral a su vez, en cuestiones básicas. Figura como una excelente herramienta para propósitos de educación, como lo era la transmisión de los cantos homéricos de generación en generación sobre los dioses del Olimpo y el terrible destino del que eran víctimas. La filosofía de la música, cabe mencionar, era una importante preocupación para la mayoría de los grandes filósofos de la época "moderna" que se extiende desde la revolución científica hasta principios del siglo XX. No es exagerado decir que la música fue tema central en los debates estéticos en el siglo XIX.

¿Cómo es posible que algo tan intangible como invisible nos afecte de tan profunda e inmediatamente? ¿Qué relación hay entre la música y nuestra subjetividad para poder entenderla como tal? ¿Por qué ésta comunica mejor que el lenguaje? En la obra de Friedrich Nietzsche, El origen de la tragedia, se trata precisamente el tema del fenómeno musical.

Como es bien sabido el término “dionisiaco” es introducido por Nietzsche en la obra mencionada, para desarrollar una teoría estética desde la que interpreta las particularidades de la tragedia ática y que se sostiene en base a la relación entre dos principios o “instintos”: lo apolíneo y lo dionisiaco. Estas potencias son antagónicas, representantes cada una de un aspecto estético opuesto al otro pero que al mismo tiempo se complementan, y al converger en lo que sería una obra de arte, dan a luz a la tragedia ática.


El instinto o principio apolíneo es el arte escultor y por otro lado, el instinto dionisiaco es el arte no representativo: la música. El dios Apolo es el dios de todas las fuerzas figurativas, es el representante de la apariencia bella, de la luz, de todo lo que tiene límite. Dionisio, por otro lado, es el dios representante de la desmesura, del éxtasis y del descontrol, del ímpetu subyacente en todas las cosas vivientes. En el mundo helénico Apolo protegía a los griegos de los instintos dionisiacos atroces que sólo los despreciables bárbaros celebraban, pero desde lo más profundo de lo helénico comenzaron a sentirse esos instintos y ese fue -escribe Nietzsche- “el momento más importante del culto griego”: la reconciliación de Apolo y Dionisio, o bien, el nacimiento de la tragedia.

La música tiene su manifiesto principal en la excitación y el olvido de sí en las fiestas dionisiacas, recordando que en el instinto griego existen dos figuras estéticas, también cada una tiene su música: la música apolínea y la música dionisiaca, respectivamente. La música dionisiaca como dice Nietzsche: “la música como tal”, es la intensificadora máxima de todas las capacidades simbólicas del humano, en donde tiene lugar la aniquilación del velo de Maya y la unificación con la naturaleza por medio del olvido de sí.

Esa música es la vida, es decir, la máxima representación de la vida misma. Aquí es donde se ve la influencia de Schopenhauer, quien consideraba la música como la expresión de la voluntad misma y no algo que la representase, como ocurre con otras artes. De hecho Schopenhauer jerarquizó las bellas artes de acuerdo al grado de manifestación de la voluntad, siendo la música la más suprema.

En una carta dirigida a Wagner (gran músico amigo de Nietzsche), Baudelaire confiesa ser un gran admirador de su música, y cuenta que en su país, Francia, no le habían hecho mucha justicia las críticas y artículos que escribieron sobre él y en consecuencia querría distinguirse “de todos esos imbéciles”. Lo que enseguida escribe es una descripción detallada de la experiencia a la que conduce la música wagneriana. Reflexionando sobre la fastuosidad de las piezas musicales en las cuales la expresión de la solemnidad de las pasiones del hombre y los aspectos grandiosos de la naturaleza conllevan a la sensación de la subyugación del ánimo y arrebato que envuelve la experiencia de su música. Baudelaire concluye la carta dirigiendo unas palabras de agradecimiento profundo a Wagner, primero por el acto de leer su carta y también por sus creaciones musicales: “Usted me ha restituido a mí mismo y a la grandeza y, además, en momentos bajos".

La manera en que Baudelaire describe el carácter majestuoso y arrebatador de la música wagneriana, sensaciones que le llevan a percibir “una vida más amplia que la nuestra”, el modo en que ésta música respira tanto ímpetu y orgullo por la vida, la pasión y exceso del espíritu, bien puede recordarnos a lo que Nietzsche expresa con la noción de música dionisiaca, pues ambas concepciones hacen de la música la expresión por antonomasia de la vida, que lleva al arrebato de las emociones y colman el espíritu de una voluptuosidad realmente intensa.

Entonces como conclusión podemos decir que la música nos llama de una manera tan arrebatadora porque ella misma es y revela nuestra propia naturaleza, ella misma es nosotros ya que no hay un medio alterno o representativo más que uno mismo cuando escuchamos una pieza.

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