texto JUAN JOSÉ ANTUNA ORTIZ
Sin lugar a dudas podemos decir que los festivales de cine a nivel mundial persisten, en su mayoría, por una identidad que los define y los hacen diferentes al resto de los demás. No tiene nada que ver con calidad, cantidad, sino la característica que los hace ser únicos; lo único que puede hacer que un festival de cine deje de existir es la cancelación de fondos o el poco compromiso de los organizadores. El público, las películas y la identidad de cada espacio creado en pro de la exhibición de obras que plasmen amor por el cine y contar historias jamás terminarán, ni determinaran la extinción de un festival.
Ahora, hablar de lo que ha pasado después de la pandemia con muchos festivales de cine es hablar de un nivel de adaptación impresionante, muchos lo han hecho sin modificar un ápice de lo que es su identidad desde su creación, otros se han adaptado para bien, otros parecen aún no encuentran el camino que los tiempos de contingencia les bloqueó.
Uno de los festivales que mejor ha sabido adaptarse sin lugar a dudas ha sido el GIFF, uno de los cuatro festivales más reconocidos del país (o de los llamados clase A, por la relevancia que tienen sus estrenos comerciales, su alfombra roja o su programa de industria) y tal parece que la modalidad híbrida le ha permitido hacer crecer su prestigio como festival y su audiencia, sin modificar su identidad.
En este texto, más que escribir de todas las virtudes del festival postpandemia en general, me enfocaré en escribir sobre cuatro de las películas que vi dentro de su programación, una programación en la que prevaleció, al menos en su selección mexicana, la intención de dar espacio a obras tanto independientes en todo aspecto de su producción, como a obras más organizadas pero cuyas historias tocan temas necesarios y fuera del ojo del mercado comercial.
Los hermosos vencidos
Ópera prima del realizador Guillermo Magariños, que bien podrían haber llamado "Dos vidas errantes" por los personajes que nos presenta en esta película bastante interesante, no sólo por la forma en que aborda el discurso que hilvana a estos dos transportadores tan desobligados y nihilistas, sino también por la forma en la que captura este road-movie puede alterar, o, mejor dicho, desencadenar la narrativa total de la película, con su composición y su estética.
Carla y Daniel, Daniel y Carla, tienen un objetivo desde el momento en el que suben a ese carro que los debe de llevar del punto A al punto B: entregar el cuerpo de una persona a alguien, eso los hará ganar dinero y seguir sobreviviendo en esta vida que les tocó vivir. Su confusión y su vida vacía de las cosas que los demás creen importantes, los hace encontrar al uno en el otro a un espejo en el cual reflejarse y decirse las cosas que no se atreven a decir a los demás. Todos estamos dañados, pero qué fue lo que nos dañó, y aún más importante: ese daño puede sanarse, quizá el sanarse esté sobrevalorado.
Es verdad que varias veces no hay congruencia o lógica entre discurso narrativo y visual, muchas de las conclusiones a las que llegan con sus pláticas estos dos personajes (los cuales, por cierto, me parece están muy bien interpretados por Diego Calva y Tania López) podrían ser cuestionadas por el espectador promedio o muy condescendiente y por ende decir que la película no tiene valor alguno. Para mí hay una clara intención, no solo de hacer una película diferente, que de eso ya tenemos mucho, sino que también hay una intención de contar historias que abordan conflictos y realidades de nuestro país de manera no tan provechosa, pero que ahí están y que son evidentes.
Muchas veces queda en segundo término qué tan buena o tan mala es una película, hablando en términos estrictamente cinematográficos; obras como esta sirven (de ahí que la podamos disfrutar en primera instancia en un festival) para cuestionarnos; mucho podemos encontrar de nuestras conjeturas y observaciones no solo de la película, sino de las aristas en general, de lo que se asoma en esta, ahí está lo interesante, saber qué tenemos dentro de nosotros de estos personajes, y que es completamente diferente.
Guiexhuba
Seré de lo más breve al escribir sobre esta película. En primer lugar, porque espero y deseo que logre estar en muchos festivales para que mucha gente pueda verla y, en segundo lugar, porque posteriormente espero que pueda llegar a salas comerciales, aunque eso, como ya sabemos que es la cosa con películas como esta, sea muy difícil. Quizá, luego de lo anteriormente escrito, tendría que hacer un par de declaraciones sensacionalistas: la primera, es una de mis películas mexicanas favoritas del año; y la segunda, esta es la película que Michel Franco quiso hacer con Nuevo Orden y que no le salió.
Guiexhuba es una película cuyo atractivo viene por todas partes, no solo es una película que se siente y se percibe personal e independiente, a pesar de que haya recibido algunos apoyos para su realización, y el hecho de que utilice el término "a pesar" se debe al hecho de que muchas veces proyectos personales e independientes, una vez que reciben una especie de apoyo, pierden esa aura que hace que uno perciba de esa manera tan especial a las obras, por muy bien hechas o por todos los elogios que se le puedan hacer en cuanto a su hechura, muchas veces es preferible ver una obra auténtica y con alma, que una película perfecta cuya trama bien contada narre absolutamente nada.
Una película que se toma el valor de ser hablada en zapoteco, que le habla directo y a la cara a las personas y los factores que atentan contra el valor milenario que tienen nuestros pueblos originarios, todo además contado en tono de fábula, con tintes fantásticos sobre las historias de nuestros antepasados, ponen y exponen de manera digna y bien planteada la lucha que tienen que vivir los que defienden lo suyo, más allá de lo material, porque los depredadores empiezan por lo tangible, y terminan devorando hasta la identidad de cada rincón de cada pueblo, hasta colonizarlos y hacerlos a su imagen y semejanza.
Hay un conflicto formidablemente desarrollado por su directora, y las actuaciones de todo el cast son por demás increíbles; hay una interpretación por el tiempo y el lugar en el que están viviendo. Es formidable ver cada que Humberto Busto se compromete con un personaje, pero sin lugar a dudas los palmares se los llevan las tres mujeres protagonistas: Sotera Cruz, Norma Pablo y Claudia Santiago.
Malibú
Esta ópera prima, dirigida por el realizador Víctor Velázquez, es un claro ejemplo de la apertura que tiene el festival con obras que, si bien tienen algún apoyo o estímulo para su realización, tienen tanto o más de esa característica que uno identifica en las películas independientes, tanto por la forma, como por el fondo de la historia. Ernesto, es un personaje peculiar que se gana la vida de una manera que muchos verían como oportunista, pero a los ojos de él es algo más.
A bordo de su viejo Malibú, provoca accidentes de auto para que las personas a las que hace creer que lo chocaron y que lo han lastimado le den dinero con tal de no tener que soportar la pesadilla burocrática. Pero su trabajo, se ve abruptamente interrumpido cuando en el camino choca con Gloria, una mujer que, en ese momento de su vida, luego de todo lo que ha perdido y vivido en las últimas 24 horas antes de su encuentro con Ernesto, no le importa un simple choque.
El camino los reúne y Ernesto descubre en Gloria una forma de ganar aún más dinero, a su vez que encuentra tanto a la cómplice y alumna perfecta, pero eso empieza a traer complicaciones cuando el pasado de ambos empieza a salir a la luz. Ernesto baja su guardia como quien se quita el cinturón de seguridad mientras maneja a 180KM/H, y los contratiempos empiezan a ocurrir.
Si bien que la pareciera la premisa de la película no es muy importante, o no habría por qué tomársela tan en serio, sí hay puntos y picos dentro del contexto de la película que son interesantes de explorar, como las consecuencias de nuestros actos a destiempo, o el perdonar y ver que, bajo una perspectiva quizá no tan cómoda o vista desde la zona de confort, un accidente, quizá ni es tan accidente, y bien podría significar algo bueno en nuestra vida.
Hay una osadía por contar la historia como se cuenta, el director no tiene miedo en explorar la narrativa a través de la edición en ciertos puntos de la película, y si bien tiene algunas manías y vicios propias de las películas de industria, el resultado final no deja de generar una buena impresión, un buen sabor de boca y una película diferente dentro del espectro que a veces pareciera que se divide en cine comercial y cine de autor, cuando hay muchos más matices en que se puede ver el cine mexicano, con otras historias, con otras y otros realizadores y productoras, con otras y otros actores.
Las motitos
La única película que vi del festival que no estaba dentro de la competencia de películas mexicanas fue esta, y no está del todo desligada de la cinematografía mexicana. Ópera prima de Gabriela Vidal, guionista más que reconocida en la cinematografía mexicana, que codirige esta fenomenal película de la mano de Inés María Barrionuevo, en la que muestran cómo la relación entre Juli y Lauti, dos jovencitos que viven un amor juvenil en los suburbios de Córdoba entre fiestas, regaños de padres y policías asediando las calles.
La relación entre ellos toma un giro dramático cuando Juli se da cuenta que ha quedado embarazada, esto hace que ambos se planteen su futuro, sobre todo Juli, que teme lo que pueda pasar con ella, sea cual sea la decisión que tome, el temor de decirle a su madre y hacerla pasar una decepción.
Es entonces que ella empieza a entender precisamente lo que su madre vivió en su momento cuando se embarazó de ella, lo que tuvo que sacrificar, lo que tuvo que dejar. La película podría sugerir de alguna manera qué habría pasado si en los años en que su madre quedó embarazada hubiera podido abortar como Juli se lo plantea, lo que fue que sus padres decidieran tenerla, aunque ya no estén más juntos, si su relación con Lauti seguirá igual o cambiara.
Si bien la película expone temas importantes en toda la trama, la forma y el contexto en el que se plantean es por demás brillante, pues no los expone de una manera aleccionadora ni mucho menos moralista, sino que están mostrado de manera muy sutil, hay un respeto y una aproximación tan real y amorosa a cada personaje y situación, que uno se da cuenta que esta película tiene algo de personal y de entendimiento completo de las directoras hacia con la historia.
Las historias y los motivos de ser de más de un personaje en la película nos hacen ver que un realismo tremendo en la concepción del guion, aunado a la gran interpretación de todos los actores; Carla Gusolfino (Juli) y Carolina Godoy (mamá de Juli) hacen unas actuaciones más que destacables. Una película que, además de necesaria, es sensible y auténtica, con la clara noción de que, para contar películas honestas e importantes, no hay que ser ni tan trasgresores ni tan grandilocuentes, solo se necesita observar la vida, y escribir y plasmar en pantalla sobre cosas que nos hablen al corazón y en las que creamos.
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