jueves, 4 de enero de 2018

Comedias románticas ¿nos deben molestar?

texto ANDREI MALDONADO

El tamaño sí importa, No se aceptan devoluciones, Nosotros los nobles, Soltera, treintona y fantástica, ¿Cómo matar a un esposo muerto?, Hazlo como hombre, Qué pena tu vida, No sé si cortarme las venas o dejármelas largas, Cásese quien pueda, Compadres. Los títulos abundan ¿qué tienen en común todas estas películas? Que son comedias románticas y que la mayoría está protagonizada por los mismos actores. Pero ni son comedias ni son románticas, son guiones adaptados de otros países, fórmulas básicas que atraen público ¿por qué gustan tanto?

La hazaña de El crimen del Padre Amaro parecía no irse a repetir. Pasaron 12 años para que otra película mexicana se volviera la más taquillera de la historia. Con Nosotros los nobles comenzó un ciclo de comedias nacionales cuya fórmula se convirtió en estándar: los personajes se encuentran en un status quo hasta que una situación los hace ver su error (casi siempre una mujer, a veces los hijos) y los hace reaccionar, cambiar su actitud y tener un final feliz de telenovela (boda o como mínimo un noviazgo con dicha mujer).

Valores sintéticos, plásticos, de libro de autoayuda que más allá de la risa efímera o la melaza no dejan nada y hace que no recordemos en cuál de todas, si en Amor a primera Visa o en Me late chocolate un albur antecedió al beso final con una canción de pop de fondo. Lejos, muy lejos, están de generar comedias con crítica, pues el género no es el problema, lo demostró en su momento Charles Chaplin a través de Charlotte, y lo hizo Mario Moreno con Cantinflas. Claro, ellos eran genios, dirán algunos, pero eso sustenta a la comedia como género.

Y es cuando comienza el debate ¿por qué aparece al inicio de estas películas tanto patrocinio? Si no son las marcas comerciales son las televisoras o los fondos federales para la producción ¿por qué? Porque es redituable. Simple. Porque las cadenas de cine subsisten de las entradas, y aún más de las palomitas ¡y vaya que el morbo por ver un nuevo bodrio agota boletos! ¡Nada como un buen churro para vaciar las dulcerías! Y ante esto ¿qué podemos decir? La mercadotecnia ha triunfado, la gente está viendo cine mexicano.


La potencia discursiva y la belleza estética que desde la ficción se construye en cintas como Güeros o desde el documental con Quebranto no impacta en salas comerciales como lo hace una No Manches Frida o ¿Qué culpa tiene el niño? Simplemente porque la comedia, junto con el terror y la acción, son los géneros comerciales por excelencia que nos ha heredado Hollywood que, queramos o no, es nuestro máximo referente dado a que es la industria más poderosa del cine y, curiosamente, son nuestros vecinos.

Y es que mucho se habla del tiempo que se le da en cartelera a las películas cuyo contenido discursivo y fotográfico es superior a las comedias románticas, sin embargo no hay que olvidar que el cine es un mercado, un negocio, y como cualquier negocio el producto que no sea redituable no acapara los anaqueles. Si en una semana la gente no va a ver La Carga, aunque esta sea mejor en su discurso narrativo a ¿Cómo cortar a tu patán? la primera se irá y la otra continuará. Así de simple. Las masas buscan contenidos digeribles, que los entretengan, que los saquen del marasmo, y no que los congestionen más.

Y no sólo le pasa a las producciones nacionales. ¡Madre!, la más reciente película de Darren Aronofsky, no compitió en pantalla con Me gusta pero me asusta, pues mientras que la gran producción del director de El cisne negro duró dos semanas en cartelera la cinta mexicana rebasó el mes. Oferta y demanda. La demanda de cintas más cerebrales no está en las salas comerciales, ni siquiera en las salas “de arte” de las grandes cadenas e incluso dudo que lo esté en los festivales de cine ya que la mayoría, como el de Guanajuato, Morelia o el de Guadalajara, empalman muchas funciones a la misma hora y solo están llenas aquellas donde tendrán algún invitado internacional.

¿Dónde está la audiencia, entonces, para el llamado cine de arte o de autor? No lo sabemos. Quizá en los cineclubs, en las cinetecas o en el hogar de algún cinéfilo empedernido. La verdad es que podemos hacer rabietas y rabietas de por qué tantas salas se destinan a las comedias románticas o a los superhéroes de Marvel, pero eso se responde fácilmente. Basta ver las butacas agotadas y las dulcerías repletas de clientes para esas funciones. Si iniciativas como el Tour de Cine Francés han fructificado es porque no son las películas francesas más complicadas, son las que guardan cierta cercanía amable con el espectador.

Quizá el error de muchos directores “autorales” es buscar que con sus apuestas “íntimas” se les financié con recursos públicos o de la iniciativa privada. El cine es industria, se busca lo que devuelva lo invertido, lo que deje derrama económica en hoteles, restaurantes y servicios de filmación durante el rodaje y que una vez en pantalla llene la sala y, por supuesto, que también sea rentable para comercializar en plataformas digitales o en DVD. Quizá lo que esté fallando no sea el sistema sino lo que nosotros estamos haciendo con él.

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