texto ANDREI MALDONADO
La labor de un director de cine continuamente es relacionada a la de alguien con un gran ego. Salvo trabajos bajo encargo muchos de los realizadores plasman su sello y buscan con su cinta hacerse de un nombre, un estilo inigualable que les haga perdurar en la historia ¿acaso habrá algo más noble y comprometido que hacer que tu protagonista sea el director de tu película?
Juan Carlos Rulfo (En el Hoyo, Los que se quedan) convierte un documental acerca del laureado guionista de la Nouvelle Vague Jean Claude Carriere en una película acerca de los viajes a las siete estaciones del alma, hacia el pasado de un hombre que trabajó e hizo amistad con los más grandes iconos del arte del Siglo XX como Milos Forman, Luis Buñuel o Janis Joplin.
Heredero no de un apellido sino de una visión cosmogónica de la vida, Rulfo permite que su cinta “sin guión” se convierta en otra de las películas de Carriere, en donde el francés recorre los lugares y los no-lugares que han formado parte de su vida: el Santuario de las Mariposas Monarca, Teotihuacán, Tlatelolco, Central Park, París, la India, Toledo, el Sena, Manhattan.
Como si fuera Bella de Día o El discreto encanto de la burguesía, Carriere afila su pluma y convierte las cartas dedicadas a su mujer e hijas en el guión de una inmejorable ficción, todo retratado ante la lente de un Juan Carlos inalcanzable, insaciable ante la figura de un hombre que, como todo gran poeta, es incomprensible para su tiempo y su medio.
Carriere, 250 metros no es un homenaje a un hombre de cine, aunque lo sea. Es un homenaje a la vida misma, al recuerdo, a la memoria e inclusive a eso que se escapa de nosotros, eso que llamamos olvido. Al final la nación más bella del recorrido es la séptima: el país de las ideas, los guiones sin filmar de Jean Claude, cuya capital se llama “Tiempo”.
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