jueves, 31 de marzo de 2016

The Master y el lado oscuro de P.T. Anderson

por JUAN JOSÉ ANTUNA ORTIZ

Freud tenía una teoría (aún hoy debatida y cuestionada al igual que su teoría de la sexualidad polimórfica en la infancia) de que todo trauma o problema psicológico, o incluso cualquier patología psicótica y problemas como la masturbación crónica, aislamiento y conductas antisociales -problemas que eran reprimidos por no tener cura y por los cuales los pacientes eran destinados a recibir tratamientos con electroshock y drogas y vivir en manicomios- podía deberse a un trauma de la infancia producto de algún abuso sexual y del cual nunca se habló y nunca se expuso.

Quizá eran recuerdos que las mismas víctimas olvidaban y bloqueaban por el shock del trauma. De ahí la necesidad por la que nació el psicoanálisis de Freud, método que en su tiempo fue muy atacado, además de que se enfrentaba a cierto sector de la Iglesia que tachaba de demonios a los que tenían estas conductas (tema que se narra muy profundamente en el filme Un Método Peligroso de David Cronenberg).

El mundo del cine nos ha mostrado ejemplos muy complejos de esta clase de temas, películas como Shame de Steve Mcqueen, Stanley Kubrick con su emblemática Naranja Mecánica o Matador del genial Pedro Almodóvar, ejemplifican como, para olvidar o enterrar viejos traumas, sufrimientos y problemas, no precisamente de la infancia, sino cualquier otro trauma, se suele utilizar el sexo para llenar esos vacíos y olvidar por minutos lo que somos y lo que hicimos para que todo nuestro mundo, no hace tiempo atrás, se derrumbara.

Pero ¿qué pasa cuando, además de tener algún trauma, se le suma el hecho de reprimir necesidades tan elementales como la comunicación? ¿qué pasa cuando se sufre un trauma como se supone pasa en una guerra en la que tanta gente muere a manos de otra gente? Lo más razonable y lo que quizá todos pensaríamos al instante sería que se necesitaría la ayuda de alguien, de la familia tal vez en un primer plano.

Pero si la familia no está y la religión no nos interesa, muchos dirán que la respuesta es la bebida (que al igual que el sexo muchas veces agrava el problema, o lo acaba de curar). Pero quizá la verdadera y única respuesta sería la ayuda de un guía, un maestro. Pero, ¿Y si el maestro tiene problemas más graves que los nuestros? ¿Si predica algo que en verdad sólo nació de un fraude o algo que él mismo inventó como todos lo asumen? ¿Estaríamos destinados a la salvación? ¿O a la autodestrucción?


Eso es lo que nos plantea P.T. Anderson en la que quizá sea su película más oscura, más celebrada, y la que para mí es su mejor joya (lo considero sólo por la realización y cómo se concibió el trabajo, porque sin duda su película emblema y con la que en verdad deja un legado a la historia del cine es Magnolia, película de la que ya les he hablado en esta revista ediciones atrás).

No es un secreto la gran admiración que siento por el trabajo de Paul Thomas, pero con este filme sí me llevó a lugares que pocas películas me pueden llevar, una película que en verdad hace cuestionar cosas, que asume querer cambiar tu manera de pensar, que te hace meterte en la cabeza de cada uno de sus personajes.

Muchos tachan al cine de P.T. (al menos en su faceta oscura, aunque también en sus otras películas como Punch-Drunk y Magnolia) de pretencioso y que quiere alcanzar temas muy complejos y plasmar las cosas como en la vieja Europa en una industria que sin duda de lo artístico carece mucho, pero en esta cinta logra cuestionar ciertas ideologías sobre ídolos falsos que en lugares pareciera no encajar y en otros son más que venerados, como ideas que al principio no parece compartir y que incluso tacharíamos de mentiras e invenciones de una mente sin duda dañada.

Pareciera en verdad que empiezan a ayudarte, para después cuestionarte si en verdad todo lo predicado por tal profeta falso en verdad es la salvación o simplemente tu mente es tan débil para ser engañada, para caer en cuenta al final que la cura de todo era simplemente satisfacer necesidades simples y no reprimir nuestros deseos e instintos por traumas del pasados. Pero como bien lo dijo una vez el mismo P.T. en uno de sus filmes: "Puede que nosotros hayamos acabado con el pasado, pero él no ha acabado aún con nosotros".


Esta película encuentra en la mente maestra detrás del proyecto, en quien se basa la historia (aparentemente mucho de la historia se basa en la vida de L. Ron Hubbard, fundador de la cienciología) su modo de realización (analógica 35mm y no digital), su fotografía en verdad mejor que magnífica, pero sobretodo en los tres monstruos que actúan en esta (Adams -las damas primero-, Phoenix, y el siempre recordado Seymour Hoffman) y en el "master" detrás de todo (Anderson) una perfección vista desde cualquier ángulo, que trae al enorme universo del cinema un filme más que si bien no es el típico cine que se hace en Hollywood (razón por la cual las grandes productoras lo desecharon en su momento), aporta demasiado para cuestionarnos propiedades y condiciones del ser humano aún a veces poco tratadas y comprendidas a partir de este universo.

Este tema tan controvertido, tabú, y por qué no decirlo, delicado, nos hace pensar ¿en verdad son una cura? ¿O sólo son personas con un problema aún más grave que el de nosotros? ¿Es mejor reprimir nuestros instintos animales como el sexo y vivir controlados? ¿O es mejor dar la libertad a nuestras mentes para experimentar e incluso creer en las teorías más locas, teorías que las mismas religiones nos exponen, pero como algo obligatorio y no como una posibilidad en un universo del cual nadie entiende nada?

Lo más valioso de esta película sin duda es eso, te hace pensar, te hace cuestionar y, al menos para mí, eso es una de las cosas fundamentales que hace el cine (al menos el buen cine): hacerte cuestionar, incluso tus propias ideas y lo que tú creías como bueno, normal o real.

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