texto ANDREI MALDONADO
¿Cómo un sitio lleno de payasos, globos, malabaristas, equilibristas, domadores de leones, bestias amaestradas y mimos puede resultar un lugar siniestro en donde sus protagonistas están al borde de la tragedia a cada instante? ¿Será que nunca hemos sido capaces de conocer qué son en realidad la mujer barbuda, el niño lagarto y el hombre más fuerte del mundo?
Como muchas expresiones del arte el cine no ha sido ajeno a la tentación de retratar a los circos como sitios en donde las tragedias más crueles ocurren en la vida de personajes atormentados por malformaciones que los han convertido en fenómenos, asesinos prófugos, locos y gente que simplemente ha caído en el infortunio y encuentra únicamente bajo la carpa una forma de subsistir en un mundo para el cual han dejado de existir como seres humanos, para convertirse tan solo en una atracción.
Uno de los primero relatos –quizá el más perturbador de todos- que mostró la miseria en la que viven los cirqueros fue Freaks de Tod Browning (Drácula), la cual en 1932 mostró en la pantalla grande a “fenómenos” reales de circo, personas con malformidades físicas que simplemente reprodujeron su vida cotidiana adaptando el cuento “Espuelas” de Tod Robbins, donde se encuentran integrados el engaño, el asesinado y la venganza.
Otra película que por igual aborda los senderos de la tragedia que toman los solitarios personajes dedicados al espectáculo circense es La strada de Federico Fellini, donde el show no solo se queda bajo la lona sino que precisamente, se vuelve de “la calle” y someterá a Zampanó (Anthony Quinn) y Gelsomina (Giulietta Masina) en una danza de dependencia, desencuentros y soledad de dos, envueltos en una relación dependiente y lastimosa.
Las tragedias del “freak show” tomaron un toque esotérico en 1989 cuando Alejandro Jodorowsky presentó Santa Sangre, un relato que entremezcla el surrealismo típico de los filmes del chileno con el terror psicológico de las andanzas de Fénix quien, atormentado por el fantasma de su madre, cederá parte de su vida para cobrar venganza y, al mismo tiempo, buscar a la única persona que le prodigó amor genuino en el circo, una niña mimo muda.
Y llevando todo al borde de la locura cerramos este recuento circense con Balada triste de trompeta, obra maestra del cineasta español Alex de la Iglesia, quien con su clásica comedia-gore –al más puro estilo de El día de la bestia- retrata la obsesión de Javier por convertirse en un payaso triste y en encontrar en Natalia, “la chica de la tela”, a esa mujer que le dé el amor que la guerra le quitó de su padre encerrado y de su madre muerta.
¿Realidad o simple fascinación por la desgracia? Lo único que sabemos es que nadie volverá a ver los circos igual después de apreciar estas películas.
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