texto por JUAN JOSÉ ANTUNA
Quizá la manera en que tendría que empezar a hablarles sobre este peculiar director tendría que ser de la manera más objetiva y racional, pero eso sería ir en contra de todo lo que el psicoanalista cine de Woody Allen nos ha enseñado, así que empezaré diciendo que este señor es mi director de cine favorito -peleándose muy de cerca este puesto con el violento Quentin Tarantino-.
Lejano aquél 1969 en que después de que Jerry Lewis no pudiera dirigir Take the Money and Run Woody Allen se hizo cargo del guión -coescrito con Mickey Rose, viejo compañero de la escuela- dirección y papel principal, y sin darse cuenta, ni él, ni el público, ni los críticos -o quizá si- estaba empezando una de las carreras más prolíferas y respetadas de la historia del cine moderno.
Woody Allen tiene en su haber 46 películas -una película filmada por año desde aquel 1969- y aunque ha incursionado en prácticamente todos los géneros de la dramaturgia, como comedia romántica, comedia criminal, comedia documental, suspense, intriga, y otros, siempre esta ese sello Allen, el más amante declarado del cine de Ingmar Bergman -y quizá su influencia más grande a la hora de filmar en algunas de sus películas como September- y de Groucho Marx; Woody Allen quizá sea el director que más ha hecho un cine intelectual e inteligente que no sea europeo, al que todos tenemos acceso.
Un amigo bloguero se referiría a Woody Allen al respecto como "el director de los diálogos perfectos" Y sin duda lo es, pues sus guiones son tan inteligentes y perfectos que uno creería que esas palabras ni siquiera existen, pero quizá por eso sea tan íntimo y exquisito el cine de este hombre de 80 años.
Un hombre que nos puede llevar desde ir tras un ladrón nada astuto, o hasta un hombre de cuarenta y tantos años que no puede superar el rompimiento con una mujer a la que prácticamente consideraba una tonta, hasta ese escritor fracasado que termina escribiendo sobre las celebridades de Hollywood y se enamora de la joven y promiscua novia de uno de ellos, o de ese mago lleno de racionalidad que termina enamorándose de una joven charlatana, o de un tenista que está dispuesto a hacer cualquier cosa por cubrir la tentación en que cayó con tal de no perder todo lo que le han dado, o de un pintor que se enamora "no de una, de dos norteamericanas" por las que está perdiendo la cabeza; o de un escritor embriagado que descubre el Paris por el que todos quisiéramos echar una asomada, o de un profesor de literatura que cuestiona el existencialismo y la razón de la vida.
En fin, la lista es interminable y más sin embargo por muy compleja que sea tienen dos cosas en común; la primera es que en todas Woody Allen logra enamorarnos de sus musas y de esa maravillosa fotografía, ya sea en el extranjero o en su amada Manhattan a blanco y negro o a color; y la segunda es que todo nace de la cabeza de este director. Amante de la magia, de la escritura y literatura rusa -como ya no lo ha dejado muy claro en sus películas- del buen cine como el de Fellini y la buena música. Quizá eso sea lo más valioso de su cine, que Woody Allen es uno de los pocos directores norteamericanos -y quizá uno de los últimos del siglo pasado- que logra cumplir la tarea más importante del séptimo arte, y esta es comprimir y hacer cómplices a los otros seis artes en poco más de 90 minutos.
Aunque quizá el verdadero arte de Woody está en hacer que un buen y verdadero cinéfilo se sienta identificado, adentro y siendo cómplice de cada una de sus películas. Yo por mi parte les puedo decir que amo tomar el papel del hombre maduro que se enamora de dos mujeres para al final no quedarse con ninguna. Tan loca es su manera de hacer cine, que en la vida real no podía ser distinto. Pesimista a más no poder de lo que es la vida, ateo, que tiene odio declarado a las premiaciones y galardones del cine comercial, un amante de su clarinete. De su vida personal hablaremos en otra ocasión.
Zelig, Bananas, Manhattan, Annie Hall, Sueños de un Seductor, Anna y sus hermanas, La Rosa Purpura del Cairo, Amor y Muerte, Poderosa Afrodita, Vicky Cristina Barcelona, Medianoche en Paris, Blue Jasmine y la más reciente visita del tío Woody -como lo llamaran en El Clarín hace unas semanas-, Un Hombre Irracional, son sólo algunas de las películas de este gran director.
Algunas nos han regalado cuadros para la eternidad, no sólo en la historia del cine, y otras han sido completamente, de inicio a fin; obras de arte. Así que sólo me queda decirles que genios y locos en este mundo quedamos muy pocos, y quizá este señor sea uno de los más valiosos que nos quedan. Jamás duden en ver una película de Woody Allen, van a reír o van a llorar, la van a amar o la van a odiar, pero eso se los garantizo, los va a hacer sentir algo real, y quizá lleguen a aprender algo sobre el existencialismo y el duro trabajo que es vivir.
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