por JUAN JOSÉ ANTUNA ORTIZ
El Lado Oscuro Del Corazón, El Tigre y La Nieve, La Sociedad De Los Poetas Muertos, La Lengua De Las Mariposas, La Danza Del Delfín, El Séptimo Sello, La Danza De La Realidad. Podría seguir citando y nombrando películas que de una forma u otra involucran a la poesía, su origen se basa en algún poema o bien la historia misma se convierte en un poema. Pero ver la música convertirse en poesía pocas veces se ha manejado.
La música se puede convertir en poesía, pero la poesía se puede convertir en música. Joan Manuel Serrat ya nos demostró que se puede con aquel álbum tan maravilloso inspirado en los poemas del maestro Mario Benedetti llamado "El Sur También Existe", o qué decir de letristas como Tom Waits, Leonard Cohen, Bob Dylan o el mismísimo Joaquín Sabina, que sus letras son verdaderos poemas, poesía que no siempre llevan al amor de protagonista como es el caso del pambolero de Sabina.
Ver una película como La leyenda de 1900 es como ver una orquesta interpretar música que jamás existió, es como un cuento, o una de esas historias que se pasan de marineros a marineros y entre navío y navío durante años hasta parecer que sólo es eso, una historia, y que son tan fantásticas y difíciles de creer que uno no sabe lo que es real y lo que no lo es, sin embargo estas historias, ésta precisamente, pareciera curar todo mal, todo dolor, todo lo horrible que hay en la vida sobre la tierra para curarnos en el mar donde todo es inspiración.
Del director Giuseppe Tornatore, quien nos ha entregado obras maestras para la memoria del cine como Cinema Paradiso, esta película no carece de esa sensibilidad por indagar un poco en los recuerdos, la infancia y la música, que siempre juega un papel más que primordial en sus filmes y siempre compuesta por el mejor compositor de orquesta para el mundo del celuloide, es decir el genial Ennio Morricone.
La cinta nos narra a través de Conn, nombre que ostenta Max Tunning, un trompetista ebrio y sin suerte que después de vender el objeto más valioso que lo ha acompañado toda la vida, su trompeta, le pide al tendero con el que negocia tocarla por última vez. Cuando este la toca, el tendero saca un disco que encontró dentro de un piano en el cual viene una pieza musical sin nombre alguno.
Entonces Conn empieza a narrar la historia del que él considera el mejor y único amigo que tuvo la suerte de conocer. 1900, hombre que nació en un barco y que fue encontrado por un obrero, que empieza a tocar el piano después de escucharlo después del funeral de su padre a la edad de 8 años, y que desde entonces no deja de tocar, desde jazz para la primera clase en las cenas y los bailes de gala, hasta cualquier sonata italiana para los obreros e inmigrantes de tercera clase a quienes ve como su familia.
Todos en el barco son como familia que se va, pero él nunca o hace, el siempre aguarda para hacer feliz a alguien más con su música, o hacerlo recordar. Vive para eso, sueña para eso, vive con eso, nunca baja del barco pues no hay nada para él en tierra firme, todo lo que conoce es el barco y todo lo que necesita lo encuentra a través de mirar a las personas y crear su propia música. Cuando Conn se entera de la próxima destrucción del barco sabe que 1900 estará ahí, pues ese es su universo.
Una película bella, bien lograda y con las actuaciones en primer plano de Tim Roth viéndolo hacer un papel fuera de su zona de confort en el que cumple, y a Pruitt Taylor Vince con ese desesperante tic que tiene en los ojos, pero cuya actuación es exquisita. El valor de este filme se lo dan la esperanza y la nostalgia, que de la mano de Morricone y Tornatore es garantía de que el producto va a ser entregado como se tenía pensado entregar desde un principio.
La película, aunque por cierta parte musical, tiene mucho de poesía como la vida misma, porque tiene tristeza, pero también felicidad, melancolía y nostalgia por lo desconocido. Película que confirma una de las ideas más arraigadas que tengo en la vida, esta que dice “sólo el amor incompleto es verdadero y para siempre”. Ojalá más películas tuvieran esta sutileza de hacernos sentir esa tristeza que la nostalgia permite, que lo desconocido por elección nos brinda.
El océano, maravilloso promotor de recuerdos y descubrimientos, pero sólo cuando ya no hay nada qué descubrir, cuando no hay nada qué recordar. Eso sólo lo puede entender un hombre fuera de lo común, y la historia, la fábula, la leyenda de 1900 es la leyenda épica de un hombre que podía serlo todo, menos un hombre ordinario.
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