por ANDREI MALDONADO
En su momento Freud acuñó el término de “perversidad poliforma” a la etapa que viven los niños hasta los cinco años, en la cual el centro del placer no se limita al área genital, sino que está presente en todo su ser. Para el padre del psicoanálisis el no desarrollar adecuadamente las etapas siguientes –oral, anal y fálica- conlleva a crear un adulto neurótico. Esta teoría dejaría en claro que más que vivir una “experiencia traumática” lo que afirma al infante es no perder el camino hacia las reglas sociales. En ese sentido la inocencia también sería una perversión.
En Elisa antes del fin del mundo (1996), dirigida por el duranguense Juan Antonio de la Riva, esta condición lleva a Elisa a estar segura de que el fin del mundo se acerca. Basada en la crisis económica que atraviesa su familia y los argumentos apocalípticos de su padre, la niña llegará a la conclusión de que para sobrevivir la humanidad terminará comiendo cucarachas, por lo que debe asegurarse de que estas no desaparezcan.
Al mismo tiempo tendrá que asegurarse que su familia sobreviva el tiempo suficiente, por lo que habrá de hacerse de cualquier medio para proveer dinero. Cualquiera. De esta manera una polimorfa tardía –pues Elisa ronda los 9 años- derivará en una niña cuya línea entre inocencia y perversión se encuentra sumamente delgada. Junto a ella Paco –un chico de 15 hermano de una vándalo fallecido- y Miguel –vecino de 6 años enamorado de Elisa- emprenderán un viaje a lo que parece literalmente el fin del mundo.
Con la actuación de unos jovencísimos Sherlyn e Imanol, bajo la guía de la experimentada Susana Zabaleta, este guión de Paula Marcovich nos asoma a un mundo donde por igual vemos a un niño extremadamente inocente hasta el que piensa salirse con la suya robando una juguetería. No es de extrañar que el mismísimo Roberto Gómez Bolaños haya producido esta cinta, pues por momentos parece que estamos viendo una versión cruda de su adorable El Chavo, donde las tortas de jamón son sustituidas por cucarachas y pistolas.
Hay que entender a la perversidad no como una condición sobrenatural tendiente a la maldad, sino más bien como la propia naturaleza del hombre, puesto que el infante es un lienzo en blanco al nacer, susceptible a cualquier tinta que se impregne en él. Eso, adicionalmente al retrato de un mundo cuyo ritmo de vida aleja a los padres de la atención de sus hijos, son los principales méritos de una de las mejores cintas modernas de la filmografía nacional.
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