domingo, 17 de mayo de 2015

El lenguaje de los machetes: los amores postmodernos

por ANDREI MALDONADO

Si algo caracteriza a la postmodernidad es su hartazgo sobre todo lo que le rodea: la sociedad, la cultura, la política. Un hartazgo en gran medida inmóvil, porque el hecho de desear cambiarlo ya es bastante molesto. Bajo esa condición el amor de Ray (Andrés Almeida) y Ramona (Jessy Bulbo) está presidido ante todo por la desgracia, aderezado por el enfado y perpetuado por el deseo fallido de la perduración.

Ramona –que toma bastante de la propia Jessy- es una cantante underground emparejada con un anarquista de familia acomodada llamado Ray. Ambos –cada cual a su manera- se manifiestan en base a lo que tienen, pero todavía más de lo que carecen. Ella, hija de guerrillero, desea la estabilidad de una familia, pero no cualquier familia, sino una con Ray. Él, por su parte, odiando provenir de una vida cómoda desea encabezar revueltas sociales, lejos del hogar.

Kyzza Terrazas consigue en esta obra ensamblar a la perfección la ficción de una realidad latente, de la cual todos somos no solo testigo sino también protagonistas ¿Qué hay detrás del que marcha, del que se inconforma? ¿Una rockera cuyo único futuro ideal es poder engendrar un hijo? ¿Un paria que quiere hacer estallar la Basílica de Guadalupe? ¿Una pareja que se consume a sí misma como una vela cuya flama inicia con intensidad pero que se apaga al momento?

La clave en El lenguaje de los machetes parece resumirse en una palabra: desencanto. Desde sus carencias personales son incapaces de completarse con lo que le ofrece el otro, pero tampoco existe la posibilidad de alejarse. Se entrelazan en un destino caótico impulsado por una pasión desenfrenada, un amor entregado de manera furtiva ante el inminente riesgo de desaparecer, de inmolarse ante los ojos de todos.

Lejos de la primera impresión –la cual puede invitar a pensar de que se trata de otra historia de pornomiseria- El lenguaje de los machetes resulta una agridulce tragedia bien realizada gracias al trabajo no actoral de Jessy, que sorprende al no ser utilizada de manera oportunista como gancho del morbo. Todo lo contrario, su falta de malicia frente a la cámara termina siendo su mejor arma, mientras la vemos perder el maquillaje cuando canta “Muñequita sintética”.

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