domingo, 22 de febrero de 2015

Birdman: héroe con contrato vencido

por ANDREI MALDONADO

La fama tiene un precio, siempre lo ha tenido. Y no, no solo son las apuestas, el alcohol o las drogas. No es solo los sacrificios personales o emocionales. El mayor precio que se tiene que pagar por la fama es que esta es efímera, conlleva al olvido y, para el imaginario colectivo, nada o poco tiene que ver con el arte.

Este divorcio –entre lo artístico y lo mediático- solamente podía ser entendido por alguien como Alejandro González Iñárritu, quien lo retrató de manera sublime en Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia), cinta que sin temor a equivocarnos será catalogada como la mejor del 2014.
Riggan Thomson (Mikel Keaton) es un viejo actor que vive atormentado por el pasado de su único papel memorable: Birdman, un súper héroe de franquicia que se ha convertido en algo más que su alter ego, ahora es la voz de su conciencia o, mejor dicho, de su intranquilidad, pues constantemente le echa en cara su nuevo propósito: abrirse paso como actor y director en Brodway.

Es en ese punto cuando comienza el verdadero conflicto: ¿qué es el arte y quién tiene derecho a realizarlo? Riggan pronto deberá hacerle frente al peor de los villanos, más poderoso que cualquiera de los cómics: el orgullo actoral de Mike Shaner (Edward Norton), quién no soporta la idea de que un “movie star” pretenda actuar en un escenario reservado para los “verdaderos” actores.

Sin duda González Iñárritu trasgrede con esta cinta ya que no solo cuestiona la labor mercantil de la industria fílmica de Hollywood –muchas veces saturada de contenido vacío- además se da tiempo de poner contra las cuerdas también a los puristas del arte que, exigiendo que lo comercial no segregue a lo artístico, segregan a su vez a quienes despectivamente llaman “celebridades”.

Todo exquisitamente decorado entre marquesinas, proscenios y escenarios teatrales de la gran manzana y filmado con una técnica impecable de parte de Emmanuel Lubezki, en una delicada consecución de tomas tan bien ensambladas que parecen un solo plano secuencia. Además la música de jazz que pareciera, al igual que los momentos y diálogos, total y absolutamente improvisada.

Estamos ante un nuevo clásico, un nuevo favorito del séptimo arte, que nos da tiempo de reflexionar: “¿queremos arte o queremos fama?” y “¿qué estamos dispuestos a perder por cada una de ellas?”,

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