texto FERNANDO TEODORO
En su octavo largometraje Wes Anderson (Moonrise Kingdom) nos muestra que está obsesionado con los detalles, por ello logra una obra del más alto nivel que las anteriores. El argumento del film se centra en la región de Zubrowka y narra cómo Zero Moustafa, quien inicia siendo botones, llega a ser dueño del Gran Hotel Budapest; ésta historia inicia en los años treinta y se desarrolla durante la primera y segunda mitad del siglo XX, con momentos tan irreverentes de comedia absoluta y acción plena e hilarante.
Lo que marca a esta película es la obsesión por la perfección en todos los sentidos. Wes Anderson pone en la mesa todos los elementos que antes ya había ejecutado en anteriores cintas pero ahora, tras algunos años de experiencia, pues recordemos que es un cineasta joven, pone de manifiesto todos esos elementos con un desarrollo estético pleno.
Lo que salta a la vista desde el primer momento son los encuadres. La búsqueda y ejecución del encuadre centrado impera; ya sea que el personaje esté en el centro de la escena o bien en eje “simétrico” a algún objeto se observan durante todo el metraje. Ya sea en escenas de planos abiertos o cerrados, en la acción o momentos de comicidad los encuadres están sumamente cuidados.
La imaginación de Anderson se desborda durante la cinta; es increíble la cantidad de detalles que podemos observar y que están insertos dentro de cada locación. Podemos hablar desde el diseño de interiores de cada mansión, hotel o monasterio; que van de la mano con un manejo de la cámara esplendido. El buen gusto por el arte se hace presente dentro del film. Con el uso de obras creadas específicamente para la cinta o bien arquitectura muy ad hoc al estilo del film.
Por si esto fuera poco aparte del desborde estilístico de Anderson hay un desborde de estrellas cinematográficas; entre las que podemos encontrar a Ralph Fiennes, Adrian Brody, Willem Dafoe, Jude Law y Edward Norton. Sobra decir que cada uno de estos probados actores cumple con su papel dentro de la cinta.
La obra de Anderson está basada en escritos de Stefan Zweig y tiene una narrativa sumamente fluida que logra enganchar al espectador desde las primeras escenas; para lograr dicho objetivo se utilizó una buena banda sonora de compañía que hace de cada secuencia segundos prodigiosos en el film. Si este fuese el último film del Anderson estaríamos ante su obra más grande.
Sin duda alguna con este filme se consagra Wes Anderson como el director más técnico y más interesante de esta generación a la que él pertenece, y a pesar de ser un director joven de "inexperimentado" no tiene nada, la mejor de sus cintas. La simetria que siempre juega un papel tan importante como el de un personaje más, su obsesión por los colores y contrastes hacen de sus cintas a pesar del genero, únicas como lo es él.
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