por FERNANDO TEODORO
Largometraje del director japonés Hirokazu Koreeda (Caminando aún, 2008) atraviesa el arco narrativo de un melodrama con arrojo y audacia. De tal padre, tal hijo, es una obra mayor.
La historia se centra en la familia Nonomiya conformada por tres integrantes: Ryota (Masaharu Fukuyama), padre dedicado al trabajo y al progreso personal a partir del esfuerzo y dedicación diaria. La madre Midori (Machiko Ono), mujer dedicada a las labores del hogar y a descargar el peso de la escuela que su hijo intenta sobrellevar. Y por último Keita (Keita Nonomiya), niño de seis años que a pesar de su corta edad es estrictamente influenciado por su padre a estudiar y realizar actividades extracurriculares, como lo es tocar el piano.
El argumento es quizá demasiado extraño de imaginar. Después de seis años el hospital en el que nació Keita hace una llamada a la familia Nonomiya para decirles que Keita no es su hijo biológico. El hospital acepta la responsabilidad de lo ocurrido y junta a las familias afectadas para en primera instancia proponer y si ambas deciden realizar un intercambio de niños.
Las disparidades son enormes; por un lado la familia Nonomiya es los que podemos considerar una familia con un alto poder adquisitivo, mientras que la otra parte afectada es más bien clase media; y es en este punto donde la confrontación del sentido de la naturaleza humana frente a la creación del vínculo social de convivencia -entiéndase afectivo, personal y cultural- se pone sobre la mesa para el debate.
Cuando Ryota se entera de que Keita no es su hijo biológico lo primero que dice es “Ahora lo entiendo”; así es, ahora entiende el por qué Keita no es un niño a semejanza propia, el cual le hace no tener la constancia en sus actividades, como tocar el piano ¿Qué es más importante aquí, seis años de convivencia diaria o la relación consanguínea? En una escena en la oficina el jefe de Ryota le dice “¿Tu sangre?, esa es una idea antigua” pues bien el director apunta a las tradiciones y formas de pensamiento que parecen hoy día han quedado atrás y para muestra lo siguiente:
En un fin de semana mientras las familias afectadas se unen para entablar relación con los niños Yudai, padre biológico de Keita, cuenta la anécdota de que su padre volaba cometas con él, y que hacerlos volar era muy difícil en aquellos días, a lo que Ryota responde “Mi padre no era de los que volaban cometas con sus hijos” y Yudai le contesta “Claro, pero nada te obliga a actuar como lo hizo tu padre”. El cambio de mentalidad y de concepto sobre la paternidad se ha establecido. Estos argumentos de la cinta adquieren mayor valor cuando se recuerda que la cultura nipona está arraigada a formas de pensamiento y tradiciones sumamente profundas.
Quizá para quienes piensen que el melodrama carece de hondura encuentren en esta cinta la perfecta refutación a esa premisa. Sin duda el arco narrativo va de “a” hacia “b” con suma delicadeza y audacia. En su sentido más primario y superficial, De tal Padre, tal hijo nos remite al significado de la paternidad; pero desde otro punto de vista es un ensayo sobre las formas culturales y de convivencia que imperan hoy en día y que en muchas situaciones rompen con lo establecido.
Quizá Hirokazu Koreeda no sea tan llamativo a la hora de filmar como lo es Wong Kar Wai, pero en términos cinematográficos la estética visual de ésta cinta es sobresaliente, con planos abiertos y movimientos de cámara perceptibles pero nada bruscos que son sin duda portentosos. Mayor aún es la proeza de que sin un clímax –quizá podemos considerar momento clave cuando Ryota observa el trabajo fotográfico que ha hecho Keita con la cámara, y éste estalla en llanto- Koreeda haga de su obra un filme que reflexiona sobre sí mismo. Y claro sobre nuestras prácticas socio-culturales.
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