jueves, 11 de septiembre de 2014

Somos Mari Pepa: Urbana Soledad

texto por IVÁN DELHUMEAU

La ópera prima del director tapatío Samuel Isamu Kishi Leopo, es una propuesta fresca, que retrata la realidad de la adolescencia en la provincia mexicana. Enfrentar el punto de vista de los adultos con el de los jóvenes hubiese sido un simple cliché, de no ser por la decisión del realizador de retratar la realidad de un grupo de Skaters e insipientes músicos de Rock, de la manera más natural.

Con un discurso más mimético que diegético, a manera de documental, el director dio libertad a los cuatro protagonistas para hablar como en el barrio, de expresar sus ideas, discutir e insultarse hasta la saciedad, siguiendo más una escaleta que un guión.

A pesar de vivir acompañados, los personajes se encuentran solos, y su soledad choca violentamente con una urbe a medio destruir. A los jóvenes se les filmó con cámara en mano y con largos planos secuencia mientras caminan por las calles de la ciudad. Construcciones en ruinas o terrenos en proceso de embargo son el escenario en el que habitan inmersos entre el tedio de sus familias — a quienes se les filmó con un emplazamiento de cámara fijo y en interiores— y la falta de expectativas propias de la juventud de clase media. Es una película de atmósferas.

En la historia convergen mundos pequeños cargados de desolación, por un lado prevalecen la rutina y la nostalgia; y por el otro la búsqueda, el deseo de alcanzar un futuro aparentemente lógico para los adolescentes: tener relaciones sexuales y encontrar un empleo en vacaciones. Sin dejar de lado componer la segunda rola para poder participar en la primer Guerra de Bandas.

Es decir, al mismo tiempo que exalta de manera especial el florido lenguaje de los cuatro jóvenes (que eventualmente podría ofender a las buenas conciencias), también aprovecha el discurso cinematográfico para penetrar en los conflictos existentes en los hogares mexicanos. El largometraje muestra no sólo los conflictos entre dos generaciones (Alex y su abuela), sino la falta de comunicación entre padres e hijos. Los chavos están creciendo literalmente en el barrio, no en el seno familiar; la solidaridad la encuentran en los amigos, no en sus padres.

Es alentador saber que en México se están haciendo largometrajes con contenido social, y más cuando se han hecho con recursos económicos propios del director y unos cuantos amigos. Somos Mari Pepa, al ser una ópera prima, carece todavía de un discurso cinematográfico pulido en la técnica, y al contar con actores no profesionales, y ser en algunas secuencias un auténtico documental, hizo que la mala dicción no permitiera que se entendieran algunos diálogos. Pero, transgrede lo convencional, eso es bueno.

Decía Luis Buñuel que la imaginación es una facultad de la mente que puede ejercitarse y desarrollarse al igual que la memoria. En el caso de Somos Mari Pepa, Samuel Kishi imaginó cómo se vería en pantalla una historia cotidiana de su barrio, que resultó ser una crítica social, más allá de ser una apología de la adolescencia.

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