domingo, 14 de septiembre de 2014

Los Hamsters: Independientemente ensimismados

texto por ERIC EDUARTE VILLA

Para contar una gran historia no es necesario llenarla de efectos especiales, personajes y paisajes fantásticos, basta con introducirnos a un mundo de lugares comunes por los que la mayoría hemos atravesado. Las situaciones de los personajes de Los Hámsters son así y por esa razón podemos identificarnos con ellos. Aunque la película retrata males como el desempleo, la falta de disponibilidad de estudiar y hasta la mala educación sexual, la película es también un motor que nos da esperanza de nuevas historias que lleguen a más público.

Una anécdota ubicada en la ciudad más alejada de la puniría de nuestro país y más cerca del “sueño americano”. Una cinta que nos muestra a una familia absorbida por los engaños y mentiras en los que todos están involucrados. Cada uno de ellos se refugia en un universo propio pero sin dejar de enfrentarse a sus propios obstáculos.

El padre de familia que huye de las deudas hipotecarias desata las causas de la película; el hijo mayor que no consigue buenas notas en la escuela las continúa. Todos los demás (una madre solitaria y una hija en búsqueda de sí misma) son consumidos por una cadena de accidentes en los que, sin embargo, disfrutan de sus pequeñas travesuras. Eso subraya la intención del largometraje: aceptar en su ficción la importancia de lo cotidiano pero no por ello evitar su disfrute.

El gran acierto del guión es encerrar todo esto en 24 horas. En esa mecánica los personajes adquieren uno a uno su protagonismo. Por otro lado nos llena de pequeños momentos humorísticos que no le restan fuerza al drama, uno que podría desatar una tragedia económica en la familia pero que al final es una propuesta fresca, algo distinta a las temáticas violentas de los últimos años en buena parte del cine nacional.

Otro acierto son los diálogos que responden a otros diálogos y la presencia circunstancial de la música, la que termina por inyectarle realismo a ese drama casi tragedia, casi accidente, del que hablábamos más arriba.

Como los pequeños roedores que se refugian en un pequeño espacio, el hijo mayor obtiene seguridad al revelarle a su familia un pequeño secreto-accidente cuando la luz en la casa se ha ido en plena cena familiar. Siguiendo la mecánica, el humor regresa junto con la energía eléctrica, consolidando una historia realista en la que buena parte del público puede verse identificada.

El director Gil Gonzalez Penilla deja un final abierto, que cambiará el destino de los personajes y de quienes vean la película. Un recurso que puede ser un riesgo pero en este caso un riesgo que vale la pena tomar, desde cualquier lado de la pantalla.

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