sábado, 7 de diciembre de 2013

La delgada línea entre la violencia y el arte

texto ANDREI MALDONADO

A partir de la invención de la fotografía los discursos casi estáticos con referencia a lo que es y lo que no es arte se volvieron cada vez más susceptibles a la duda. Las técnicas, las temáticas y la forma comenzaron a hacer temblar los cimientos de los artistas cuyo concepto de arte era un dogma casi inamovible.

El cine vino a ser un antes y un después en este tema. Un arte que de principio parecía ser la oveja negra: trasgredía el espacio-tiempo y combinaba a todas las demás. No conforme con ello, fue capaz de irse época tras época reinventándose, siempre adelantándose a su tiempo, eludiendo la censura y creando discursos que no solo le vinculaban sino que impregnaban a la sociedad.

En ese entendido tenemos que pensar que la responsabilidad de quien hace una película no radica solamente en la capacidad de filmar una historia, sino en la virtud de hacerlo elocuente, y no nos referimos a la verosimilitud estricta de rodar cosas de la vida real, sino que esa verisimilitud incluya términos tan mega diversos, tan aparentemente discordantes.

Se dice que no se puede escribir sobre el hilo negro, absolutamente todo está escrito ya. Sin embargo siempre se puede escribir de lo mismo de mil formas diferentes. Eso se aplica, por ejemplo, al cine de Tarantino, un hombre que es capaz de conjuntar un sinfín de diálogos informes y ponerlos en boca de sus personajes como preámbulo de una escena apocalíptica donde ninguno de ellos sobrevivirá. Y eso es algo que hace tan bien que nos provoca olvidar por completo la sangre, las balas, las muertes y las discusiones sobre porqué en Francia la ¼ de libra con queso se llama “Royal whit cheese”.

Mucho se dirá sobre el exceso de violencia en este tipo de cine, sobre sus efectos en las audiencias, pero esto es parte de la acción trasgresora que posee el arte, de volver lo cotidiano maravillo, lo irreal real y lo violento artístico. A fin de cuentas la elección, como en todo caso, es sencilla: verlo o no verlo. Si se ha optado por la segunda solo habrá dos opiniones: o se odia o se ama a este tipo de cine que, ante todo, está hecho para cubrir los caprichos de los directores al filmar antes de pensar en la crítica.

Una cosa es cierta: entre más sea honesto un artista consigo mismo y con su obra más cercano estará de gustarle a otros. Lo que haga o diga la audiencia con lo visto en pantalla ya no es responsabilidad del autor. Con este tipo de directores a veces sería más sencillo odiarles con toda el alma después de una buena sobredosis de su filmografía.

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