por ANDREI MALDONADO
Por décadas a Durango se le ha conocido como “La Tierra del Cine”, por la innumerable cantidad de películas que se han filmado en nuestro territorio, sobretodo en la época del apogeo del Western americano cuyo exponente máximo fue John Wayne. Sin embargo aferrarnos a ese título por los acontecimientos de hace muchos años parece erróneo. Más aún si tenemos en cuenta que las posibilidades que existen actualmente para revalidar dicho título son mayores.
No son pocos los que creen que entre más producciones de Hollywood como Bandidas y Dragon Ball: Evolución lleguen a nuestro estado mayor será la importancia de éste en la historia del cine nacional, sin embargo no está en la cantidad de cintas filmadas ni en la derrama económica que puedan dejar, sino en la calidad de lo que aquí se haga y, sobre todo, en el apoyo al talento local.
Y cuando hablamos de “lo que aquí se haga” no solo hablamos de tomar una cámara y filmar. Hacer y trabajar para el cine no está solo en eso, radica también en ofertar espacios para la exhibición de filmes realizados en tierras duranguenses, no solo largometrajes extranjeros sino además dar difusión a filmes menos conocidos y a los cortometrajes que los jóvenes están realizando desde las universidades o de manera independiente.
Muchos de estos espacios, los cuales también proyectan en sus pantallas cine de calidad de todo el país y diversas partes del mundo, necesitan ser difundidos, conocidos por los duranguenses para poder presumirlos al viajero que visite la “movieland” mexicana.
Es por eso que este número de Cinéfagos –otro pretexto lúdico de hacer cine- está dedicado a cuatro de estos espacios, que no solo programan ciclos fílmicos sino que adicionalmente lo conjuntan con la cátedra cinematográfica, el debate y la vinculación de otras artes con el celuloide.
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