domingo, 16 de octubre de 2022

"Sexo pudor y lágrimas" o la segunda parte que nadie pidió

texto ANDREI MALDONADO

Hace tiempo, en un texto especial de Cinéfagos, mi compañero Juan José Antuna Ortiz hablaba de cómo Hollywood se aprovecha de la nostalgia y la explota a tal manera que genera productos cuyo único fin es hacer click con el público de antaño, utilizando actores del reparto original de los filmes iniciadores de las sagas (el ejemplo más reciente es Jurassic World Dominion) y olvidándose por completo si la película en cuestión (segunda, sexta o millonésima parte de la franquicia) posee algún valor cinematográfico real.

Esta forma de trabajar ya llegó al cine mexicano, y ha tocado una de las películas más importantes del mal llamado “Nuevo Cine Mexicano” de los años noventa: Sexo, Pudor y Lágrimas, una cinta que en su versión original fue una obra de teatro dirigida por Alfonso Serrano, llevada por él mismo a la pantalla grande en 1999, volviéndola la tercera película nacional más vista en cines en la historia hasta ese momento, y compitiendo con grandes estrenos hollywoodenses dentro del top 10 de películas más vistas ese año.

La clave del éxito de la película de Serrano se debió a varios factores: uno, que se trataba de una obra de teatro con gran impacto en la escena teatral nacional. Dos, que contó con un elenco envidiable, con actores que comenzaban a tener una carrera ascendente. Tres, la exitosa campaña publicitaria, que incluyó un excelente soundtrack hecho por un artista pop (en toda la extensión de la palabra) como Aleks Syntek. Y cuatro -quizá el más importante-, la desfachatez con la que, desde el título, la película abordaba temas tabúes en ese entonces como el sexo, el placer femenino y las masculinidades tóxicas.

Veintidós años después aparece Sexo, Pudor y Lágrimas 2 que, como a Trainspotting 2, todo le duele, ya que pretenden alargar una historia que no da para más, que se había resuelto desde sus primeras partes, y que la aparente posibilidad de explotar nuevas vías tras los finales abiertos que dejaron, no era tal, ya que la simpatía que tenían los actores originales se ha perdido con el tiempo y ahora únicamente queda el desgaste de verlos envejecidos y completamente fuera del contexto en que se les conoció.

Los nuevos personajes en la historia tampoco conectan ya que, como hijos de los personajes originales, únicamente justifican su existencia en una aparente búsqueda de respuestas a lo que sus padres hicieron más de 20 años atrás que, dicho sea de paso, no es precisamente que hayan hecho algo fuera de lo común, más allá de la intelectualización de las relaciones sexuales al interior del matrimonio, salpicada de algún que otro buen diálogo (y la muerte no muy bien explicada del personaje interpretado por Demián Bichir).

Y es que esta nueva entrega termina mal porque desde su concepción todo estuvo mal. Incluso parece evidenciar más las debilidades de su antecesora. Sexo, Pudor y Lágrimas 2 pretende ser contestataria, explosiva, tal y como fue la uno, pero a eso llega dos décadas tarde. Los temas que trata como “tabú” ya no lo son y son abordados de manera más inteligente por otras películas y series. Además, el hecho de estrenarse solo vía streaming la debilita, pues pierde eso que consiguió su predecesora: llenar las salas con una película mexicana.

Nadie ni nada le quita su lugar en la historia del cine mexicano a Sexo, Pudor y Lágrimas, ni siquiera su malograda segunda parte, pero nos demuestra que las máximas del cine se cumplen: segundas partes nunca son buenas (con muy pocas y honrosas excepciones), y que a algunos gigantes del cine es mejor dejarlos en el Olimpo en donde están, dando de paso respeto a los actores que los forjaron, que muchas veces son los que terminan pagando los platos rotos.

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