texto ANDREI MALDONADO
Hay un gusto en la audiencia, quizá no nuevo, pero sí muy explotado en los últimos 20 años, por los antihéroes, esos personajes que encajarían muy bien en el rol de villanos, pero que las circunstancias que viven en su mundo los lleva a aliarse con “los buenos” en causas justas.
El público ha recibido muy bien a estos personajes. En el mundo del anime quizá el más representativo sea Vegeta, antagonista de Gokú en Dragon Ball, que, a lo largo de muchas aventuras, termina siendo compañero de batallas de sus antiguos enemigos e incluso forma una familia. No es el único caso en la animación, ahí están otros como Ikki de Fénix en Saint Seiya, que se nos presentaba como “malo”.
Y es que ser fan de los antihéroes no es lo mismo que ser fan de los villanos. Podemos simpatizar por momentos con personajes como el Joker, en cualquiera de sus interpretaciones, por su forma de ver las maldades del mundo, pero no deja de ser un villano. Un antihéroe puede ser un malo redimido o un bueno poco ortodoxo, que utilizará métodos no tan convencionales para las buenas causas.
En el cine son cada vez más frecuentes este tipo de personajes. Los encontramos sobre todo en las cintas de superhéroes como Deadpool, Batman, Black Adam, entre muchas otras; también las películas de acción, como aquellas protagonizadas por Liam Neeson, en donde el héroe rompe las reglas con tal de salvar a las personas que le interesan; en la comedia también los hay, como en Hancock.
En las series es todavía más frecuente encontrar antihéroes en escena. Uno de los principales que se vienen a la mente es el doctor Gregory House de House M.D., Reddington de The Blacklist, o Walter White de Breaking Bad ¿Qué me dicen de todos los policías de Shades of blue? Sobra decir que los narcotraficantes de las diversas narcoseries han sido elevados actualmente a símbolos a seguir.
No cabe duda que estos personajes llegaron para quedarse, abundan en casi todas las series y películas. Quizá la fascinación por ellos provenga de que, en el interior, todos tenemos algo de villanos. Quizá sea algo mucho menos poético: nos gusta que el chico malo se salga con la suya, pero deseamos que en el fondo tenga su “corazoncito”. Nos da esperanza a todos de redención y cambio.
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