texto MAIRELY YARESI MURO
La primera película mexicana nominada al Oscar como Mejor Película de habla no inglesa, Macario, del director mexicano Roberto Gavaldón, nos muestra una obra excepcional del cine de oro, basada en el cuento de Bruno Traven, ubicado en la época del virreinato de la Nueva España del siglo XVIII, en las vísperas del día de muertos; narra la historia de Macario, un campesino interpretado por Ignacio Lopez Tarso, que trabaja recolectando leña, su vida, se limita a compartir carencias con su esposa e hijos, y lucha por sobre vivir a sus condiciones de extrema pobreza.
Tras llevar leña al pueblo la visión de un guajolote asado obsesiona a Macario que, para él, es un sueño imposible de degustar, el deseo de comer el manjar inducirá a Macario a jurar no volver a comer alimentos hasta que pueda devorar un guajolote para el solo. Su mujer, interpretada por la bella actriz Pina Pellicer, preocupada por la obstinación de su marido, robara un guajolote para satisfacerlo, se lo entrega a Macario para que lo pueda comer solo sin compartirlo, como deseaba.
Al dirigirse al bosque para comer el guajolote, se encuentra con tres personajes extraños: un caballero vestido con ropaje negro y botones de oro que ofrece a Macario monedas y propiedades por un bocado, a lo que molesto rechaza el ofrecimiento; el segundo personaje un buen samaritano vestido de blanco, que le pide un pequeño trozo sin ofrecer nada a cambio, solo por caridad; Macario sabe que será una buena obra, sin embargo, se niega.
Por último, un vagabundo delgado y con hambre, le pide a Macario un poco de guajolote, el decide compartirlo con el demacrado hombre, a lo cual, este, en agradecimiento, le ofrece un jarrón de agua que tiene el poder de dar la vida a aquellos moribundos que la beban, poniendo como regla que cuando se encontrara en la cabecera de la cama, ya no podría darles el agua, porque su muerte será segura.
Camina rumbo a casa y descubre que uno de sus hijos ha caído a un pozo con una herida mortal, para salvarlo Macario le da a beber el agua, y logra despertarlo, habiendo testigos del mágico suceso. Macario se hace fama de curandero, termina utilizando ese poder con fines lucrativos y es corrompido por las clases altas de su comunidad, su notoriedad desata la ira y el descontento de la inquisición, es culpado de hechicería, y destruyen los frascos de agua que le quedaban, a excepción de uno que le había dado a guardar a su mujer para salvar sus vidas.
Pero un giro del destino, la enfermedad del hijo del Virrey, obligará a las autoridades a liberar a Macario, con la esperanza de que los milagros obrados en el pasado por el antiguo leñador puedan sanar al pequeño. La mujer de Macario ofrecerá como último recurso de salvamento el frasco de agua salvadora que había guardado para utilizarlo en caso de necesidad. Este giro convierte a la película en una portentosa fábula moral sobre la inutilidad del dinero, los peligros de jugar con el destino, los breves momentos de felicidad que otorga la vida y el fracaso de la humildad en un mundo artificioso movido por el poder, la religión y la autoridad.
El planteamiento filosófico, la puesta en escena onírica, el carácter irreal y la secuencia final de Macario, retratada magistralmente por Gabriel Figueroa, en el momento donde se reencuentra con ese vagabundo que era la muerte, en una cueva iluminada por velas, y en el que cada vela representa la vida de los seres humanos, estas se consumen conforme pasa el tiempo hasta que acaban apagándose, la muerte recuerda a Macario que solo somos luces que iluminan el mundo hasta que llegamos al final del camino, y aunque queramos proteger la vela de la lluvia, del viento y de todos los peligros que pueden provocar su extinción, no podemos hacer nada para esquivar el final que nos depara ese viaje misterioso que es la vida.
Gavaldón dio al cine mexicano una de sus obras insignes, y todavía ahora resulta una obra moderna, abierta a muchas lecturas. El resultado es una película exótica, cercana y humana, un lapidario ejemplo del poder igualitario e ineludible de la muerte, y una historia de tono crítico que disecciona las flaquezas de la sociedad mexicana como la superstición, las diferencias de clases, los pocos recursos de ciertos aldeanos frente a la opulencia de los 'señores', el lado miserable del ser humano, la prosaica tendencia a utilizar lo milagroso como mera fuente de enriquecimiento, etc.
Con imágenes duras, estampas muy bellas y un final tremendamente ambiguo en el que se plantea la eterna pugna entre lo humano y lo divino. Ambigüedad, además, que abre la película a los dominios de lo mágico y de lo eterno, poco importa si todo lo visto es una ensoñación más de un Macario en su delirio de hambruna o si las largas vicisitudes del personaje son hechos reales, básicamente porque desvelar el misterio implicaría dar respuesta a cuestiones tan inalcanzables como la existencia de un Más Allá.
También sobresale la ambientación del México colonial, con estupendas tomas de procesiones, calaveras, y un realismo próximo. Todo ello sin olvidar la interpretación de Ignacio López Tarso, otorgando al personaje un nivel de humanidad y empatía que atrapa. De gran lirismo, poesía, con toques de cine gótico y humor negro, Macario es una joya, una obra maestra a disfrutar por las nuevas generaciones. “La vida no fue fácil Macario, pero fue bueno vivirla juntos”
No hay comentarios:
Publicar un comentario