viernes, 28 de diciembre de 2018

Deriva: nada pasa en esta película

texto ANDREI MALDONADO

“La película del futuro se me antoja más personal aún que una novela, individual y autobiográfica, como una confesión o un diario íntimo. Los jóvenes cineastas se expresarán en primera persona y nos contarán sus vivencias personales: podrá ser la historia de su primer amor o algo más reciente, como su posicionamiento político, un relato de viaje, una enfermedad, su servicio militar, su boda, sus últimas vacaciones... La película de mañana se asemejará a su director y el número de espectadores será proporcional al número de amigos que posea el cineasta. La película de mañana será un acto de amor”.

Bajo la premisa que estableciera Francois Truffaut fue que vine montando los pedazos de recuerdos (¿o será acaso los recuerdos a pedazos?) que confiara en mí, de forma intencional o no, mi buen amigo Eric Villa. Así, armado de mucha locura y mi poco conocimiento sobre montaje, fue que me decidí un buen día –quizá fuera más bien una buena noche- a hacer mi primer largometraje.

Cosa curiosa, ¿no lo creen? Tardar años para armar algo que dura una hora y que la gente abandonará en menos de cinco minutos. Porque, seamos honestos ¡a nadie le interesan tus recuerdos! Si te enamoraste, si viajaste, si perdiste a ese amor, si te maravillaste con el paisaje, si conociste a tu estrella de cine favorita mientras recorrías los lugares que te recordaban a ella ¿qué más da?

Nada pasa en mi película porque nada tiene que pasar. No te dice nada porque no es para ti, pero a la vez si ¡vaya contrariedad! Lo común y cotidiano no importa salvo que esté disfrazado de ficción, esté acompañado de planos complejos y se venda como artículo de culto. Pero la reflexión que hago hoy no busca culpables ni lacerarse, a lo mucho es una declaratoria de rendición.

Bajo el pretexto del situacionismo, del redescubrimiento de la psicogeografía urbana y el camino de la deriva, armé una película que, hasta que escribo estas líneas, entiendo. Por ello no hay disgusto con quien se salió de la sala, a quien no le interesó ir o quien hace malos comentarios. Tardarán en entender por qué tomé los recuerdos de alguien más y decidí hacer una película con ellos.

En todo caso la única disculpa es precisamente con Eric Villa, a quien va dedicada la película. Por lo demás he de confesar que es grato ver cómo los espectadores devoraron sus palomitas y su refresco no con una película de acción o un perturbador thriller. Lo hicieron mientras veían los recuerdos de alguien como ellos y vieron cómo cualquier vivencia puede ser nuestra siguiente película.

Así como Jonas Mekas titula a la película sobre 50 años de su memoria, mientras avanzaba, ocasionalmente vi pequeños destellos de belleza en lo filmado por Eric y decidí llamarlo Deriva, pues a final de cuentas gran parte del proceso fue un camino sin rumbo, pero con un único destino: la pantalla de un cine.

Un cine, un solo cine me basta para conquistar el mundo. Las cinco personas que nos quedamos hasta el final de proyección, sin saberlo, conquistamos el mundo. Mientras más lo pienso más convencido estoy que la pantalla no debe diferenciarse del lienzo o de la hoja en blanco. El artista no debe desprenderse de su esencia básica: es, a fin de cuentas, una persona especial a la que le pasan cosas simples.
Y sí, nada pasa en esta película ¿y por qué debería pasar algo?

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