sábado, 6 de enero de 2018

La Correspondencia: el amor es infinito como el universo

por ANDREI MALDONADO

“Somos polvo de estrellas que piensa en polvo de estrellas”, así nos definió Carl Sagan, el responsable junto con su esposa Ann Druyan de que las sondas Voyager (lanzadas hace 40 años al espacio) lleven consigo el mensaje de amor a los confines del universo. Y sí, en efecto, sólo somos polvo de estrellas, el mismo polvo de las estrellas muertas que vemos en el firmamento, pues a final de cuentas todo lo vemos de ellas son fotografías viejas.

Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, La leyenda de 1900, Al mejor postor), acompañado de nueva cuenta por el magistral Ennio Morricone, ha logrado en La correspondencia crear una de las obras fílmicas más bellas de los últimos años, una historia que nos pone a pensar sobre las posibilidades del amor, de lo que realmente nos convierte en seres finitos pero infinitos a la vez, como el propio universo, como las estrellas.

Amy (Olga Kurylenko) y Ed (Jeremy Irons) viven un amor intenso hasta que, inesperadamente, ella recibe la noticia de la muerte de su amado, que extrañamente sigue comunicándose con ella a través de diversos medios. No, no es nada de ultratumba, sólo es que Ed ha decidido prolongar su existencia un poco más a pesar de la muerte para no dejar sola a su pequeña kamikaze, como la llama porque se dedica a ser stunt de cine.

Las complejidades que resultan de mantener una relación con un fantasma electrónico, con alguien ausente pero presente, representan un reto inigualable para Amy, quien enfrenta a sus propios demonios que la mantienen con la culpa de un pasado tormentoso enmarcado por la muerte de su padre y el distanciamiento con su madre, así como el desprecio que recibe de parte de la familia de Ed que la ve como una intrusa.

Los bellos paisajes de Italia, enmarcados por piezas únicas de Morricone, especialmente el tema principal “Una luce spenta”, hacen de esta película una obra de arte. Las marcas del dolor impregnadas en el yeso de una escultura, la memoria perdida entre archivos de video, se parecen tanto a contemplar las estrellas que hace milenios desaparecieron, pero que para el ojo humano aún siguen presentes, maravillándonos.

El perdón y el alivio llegan, pero al igual que una supernova la vida de las personas se extingue y por más que su rastro perdure tarde o temprano, como nosotros mismos, se desvanecerá. “¿Qué error nos quita la inmortalidad?” dice Ed en un mensaje post mortem a su amada, “el mío fue no haberte conocido antes”. De algo estamos seguros, todos cometemos un error, pues ningún ser humano ha alcanzado la vida eterna, lo único que nos resta es poder dejar una estela, un rastro que nuestro ser amado sea capaz de seguir el mayor tiempo posible.

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