texto ANDREI MALDONADO
En cuanto a narración, el cine no puede sino ser hijo de la tradición literaria. Son diversos los autores que han recorrido a obras literarias (consagradas y no consagradas) para realizar sus filmes, como lo hizo constantemente Stanley Kubrick.
Pero no hay que dejar de lado que el cine, en esencia, es literatura en estado puro. Cada guión, tanto basado o inspirado en alguna obra literaria consagrada o no, como tratándose de una historia inédita, representa la estructura básica de la película; y el guión no es otra cosa que una versión estructurada a manera de guía de un concepto literario. Es decir, toda película pasa por un proceso similar a un cuento o una novela. Un concepto que los une y que se conoce como narratividad.
Dicho concepto se refiere a “la posibilidad que tiene un evento de ser narrado. (…) esta propiedad como punto de convergencia entre el cine y la literatura, ya que ambos discursos narran una historia”.
Al ser este el punto de encuentro, los argumentos en contra de la pérdida de la fidelidad de llevar a la literatura al cine pierden potencia, sobre todo al entender la diferencia entre adaptación e inspiración. La adaptación tiene éxito en adaptar los temas principales, la inspiración lleva a crear, en base a dichos elementos, un nuevo discurso. Pero del mismo modo en que la literatura baña con su influencia al arte del celuloide, este ha generado historias tan influyentes que han sido convertidas a diversos formatos literarios como el cuento, la novela, el guión teatral y el guión televisivo.
Los argumentos que se encuentran en contra de que el cine “abarate” o “desgaste” las historias originales es sumamente arbitrario, pues el cineasta no hace otra cosa más que darle otra visión al discurso original, como se ha hecho de otras artes, sin que se le cuestione como al cine. Ejemplo claro está las diversas versiones hechas de cuadros como el Guernica de Pablo Picasso o la Mona Lisa de Leonardo da Vinci.
Orígenes de la adaptación literaria en el cine
La adaptación de obras literarias al cine tiene la misma tradición centenaria que el séptimo arte. El cine, como el teatro, encontró cobijo a sus primeras historias en base a las grandes obras literarias; en un principio como estricta transcripción, más tarde como adaptación.
Quizá sea la proyección de L’arrivée d´un train en gare de la ciotat en 1885 (algunos expertos lo comparaban con Ana Karenina de León Tolstoi) los hermanos Lumiere y los trabajos de Georges Méliès a finales del siglo XIX los que marcaron el uso de la literatura como inspiración para la cinematografía y que, a lo largo del siglo XX, se convertiría en tendencia.
Y es que en su estrecha relación, el cine ha hecho con la literatura tantas vertientes como textos literarios existen en el mundo a lo largo de la historia. Basta con pensar en la enorme posibilidad de contar diversas versiones de una misma historia teniendo tantos poemas, novelas, relatos históricos, cuentos, canciones, etc.; o en la fusión de todos estos medios. Así mismo el cine nutre de una nueva posibilidad de construir y resignificar los lenguajes y discursos que posee la literatura. Textos marginados o en el olvido pueden cobrar realce a través de un buen filme.
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