Cuando surge el tema de inmigración pensamos en las personas que se van, aquellas que buscan una mejor vida para ellos y para los suyos, pero está el otro lado de la moneda, Los que se quedan, que sufren y luchan como los que han decidido emprender el viaje.
Juan Carlos Rulfo se adentra a los poblados más humildes de la sierra de diferentes estados para contar esas vidas que se dividen en dos naciones, en dos idiomas simplemente para un bienestar. Como un soldado de guerra que se despide de su familia para ir a combatir, el padre o madre de familia, hermano e hijo hace lo propio para comenzar el viaje hacia una nueva vida, la vida del inmigrante.
Donde con imágenes de los paisajes y la introducción de diversas escenas de aves en vuelo que representan lo que soñamos ser y lo que nos han despojado desde el día en que se decidió la creación de las fronteras, la libertad.
Mientras un padre de familia va en busca del sueño americano, su hija adolescente disfruta lo que le ha tocado al quedarse, su escuela, sus amigos y a su familia, aunque no del todo, sólo espera el regreso de su papá y que no se vuelva a ir, tal vez su sueño no es buscar un futuro lejos de su tierra, solo quiere seguir viviendo con lo que le tocó y tener a cerca a todos sus seres queridos.
Y ¿Qué sigue? Es asombroso ver lo que sucede después del documental pero también triste, una obra disfrutable, llena de esa identidad de los hogares retirados de la urbanidad donde sus protagonistas gozan por un momento de esa unión plena con sus familiares que retornan, el momento que la película adquiere esa calidez, esa paz.
Termina el documental pero la vida de esas personas continúa, unos allá en la llamada tierra de la libertad y de los sueños, pero también siguen esos que se quedan, ambos incompletos, escribiendo historias de los dos lados.
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