texto ERIC EDUARTE VILLA
fotografía LÓPEZ B. GUADALUPE
Como un sueño, como ir a pagar la entrada a una función para presenciar un espectáculo de magia. Pareciera que todo fue tan rápido.
Se ha ido y se ha escrito en la historia cinematográfica nacional un capítulo más del Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango. Una fiesta que es esperada durante doce meses, donde cinco días bastan para entregar a la ciudad de Durango y al cine nacional una oportunidad para apreciar las obras fílmicas de las nuevas generaciones de cineastas mexicanos. Una congregación donde el tiempo se detiene y el espacio transforma la capital duranguense en un destino turístico para sus propios habitantes.
Ocho semanas a lo largo de ocho años han devuelto poco a poco la identidad de ‘Tierra del cine’, una etiqueta que parecía perderse con el tiempo, desde que el mítico actor norteamericano John Wayne dejó de pisar los sets cinematográficos de Durango, dejando un legado de cine western que es ya una esencia representativa de este estado del norte de México. Aquel 23 abril del 2009 será una fecha trascedente para los duranguenses, pero más para la historia del cine nacional, pues se iniciaba el primer festival de cine dedicado exclusivamente a la industria fílmica de México.
Desde entonces han caminado un gran número de personalidades importantes de la cinematografía mexicana como Daniel Giménez Cacho, Cecilia Suárez, Ximena Ayala, Dolores Heredia, Vanessa Bauche, Ernesto Gómez Cruz, Isela Vega, Jesús Ochoa, Martha Higareda, Ana Claudia Talancón, Felipe Cazals, la familia De Anda, el cineasta y fundador del Festival Juan Antonio de la Riva que en dos ediciones del certamen ha estrenado en su estado natal sus dos más recientes películas.
Pero los protagonistas han sido sobre todo un gran cúmulo de realizadores jóvenes que han encontrado un nuevo sitio para mostrar sus cintas, un festival que hacía falta ante la poca oportunidad de distribuir el cine que nos representa, el cine de nuestro país.
Como cada víspera del verano en las calles, los cafés, hoteles y salas de exhibición, el lenguaje de la gente se transforma en algo fuera de lo común para hablar de magia, de sueños, de historias y de una expectativa por apreciar algo nuevo, distintivo de cada edición del festival y que año con año sigue dejando la creencia hacia una religión, la religión del arte. Talleres, charlas, conferencias, competencia, cineminutos, cortometrajes, largometrajes y documentales, pero sobre todo una familia de la que somos parte todos por unos cuantos días.
Ha sido un sueño fugaz pero que se quedará en la memoria de cada de sus participantes, organizadores y espectadores. No, no hay que volver a dormir para soñarlo, es real, sólo hay que esperar un año para vivirlo nuevamente. Nos vemos en la novena edición... El Festival de Cine Mexicano volverá.
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