texto por ISMAEL LARES
En un arrebato de sensatez, Alejandro Jodorowski afirma, durante una entrevista, que "un verdadero artista critica, no provoca". En Navajazo, filme del director Ricardo Silva , pasa justo lo contrario. Este documental no critica, provoca. No denuncia, muestra a medias. Carece de profundidad. Navajazo es un filme engañoso. Aparenta dirigirnos hacia un apocalipsis que desvanece mientras el filme transcurre, y aunque aborda el significado del término apocalipsis desde una perspectiva distinta la revelación queda en promesa.
En esta película hay indisciplina no por rebeldía, sino por desconocimiento: ora desde su lenguaje fílmico; ora en la ficción que incita pero en realidad no transgrede. Uno quisiera conocer más a esas personas, entrometerse hasta el tuétano en sus conflictos, pero las posibilidades quedan constreñidas en el intento.
Estamos frente a un documental que explora, de igual manera, la extravagancia y lo sórdido de sus personajes, lo cuales, por cierto, fueron elegidos en una disparidad diletante. Por un lado, tenemos a un grupo de personajes abyectos. Por ejemplo, un padre adicto a las drogas que supone cuidar a su hija; un músico callejero que presume cantar temas satánicos, entre otros. Por otro lado, tenemos a un viudo que acumula juguetes; a un actor de video hommes; e incluso a un encapuchado del que no sabemos casi nada. La cinta transcurre con pobreza técnica e interrupciones.
Estamos ante un director que en el desconocimiento del otro muestra su propia carencia. Las historias que presenta el filme a modo de pastiche son devaluadas una y otra vez por Ricardo Silva. No hay retos. Apenas un par de golpes a diestra, felaciones a siniestra, himnos satánicos, cristal, heroína, amor y sexo sobre la misma cama, y, por si fuera poco, la manipuladora intromisión del camarógrafo. Un hecho: que las escenas parezcan cotidianas no quiere decir que lo sean; pero seamos directos, nada de lo que Navajazo proyecta nos es ajeno.
La vida es improvisación, y por ahí quisiera escapar este documental, bajo una premisa que nunca llega: la epifanía se da en la imperfección. Que el filme sea acompañado por las canciones de cuna del cantautor español Albert Pla no aporta nada significativo, pues, aunque denota una intención lúdica, termina resultando incluso ridícula para el filme. Pero no todo es sombra en este documental. Quizá, la propuesta va encaminada a sumergirnos en un par de cuestiones.
¿Cuáles son los límites donde el documental se vuelve violento? ¿Cómo mostrar el instante de la degradación ajena? Hay, pues, en Navajazo, una apuesta ética como acto social. En este sentido, este documental dialoga con un par de filmes dentro de la selección del "6to. Festival de Cine Mexicano" en Durango.
Al final, el documental queda en deuda con el espectador, y aun más, con los personajes. Estos son los riesgos a los que se expone un director al retratar una pornoviolencia que está latente en los arrabales del país, pero que, si se aborda de manera irreflexiva, resultará en un descompuesto y superficial contenido.
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