por ANDREI MALDONADO
¿A alguien se le pueden terminar todas las lágrimas? Bajo esta premisa Pablo Delgado Sánchez realiza en Las Lágrimas un discurso íntimo acerca de la hermandad y la integración de una nueva forma de familia en nuestro país: la familia rota.
Fernando y Gabriel viven las consecuencias de vivir en un hogar fragmentado, con un padre ausente y una madre envuelta en el dolor del abandono. Un día de campo en un bosque que aparece en su pasado puede significar el último intento por ser lo que no han sido por años y soñar con poder ser felices.
Lo logrado por Delgado no es un filme moralista que deje reflexiones complejas en el espectador sobre los vicios, el amor y la unidad familiar, es más bien una atrevida forma de decirle al mundo lo que ya sabe y quizá ignora: que en México ya no solo se ve la familia en formato tradicional, sino que es posible ver familias donde uno de los padres ya no está, de esa en la que el hermano mayor debe lidiar con las funciones de padre y donde los niños aprenden a sortear la desgracia en un mundo cada vez menos inocente.
Destaca sobremanera que la cinta no posee un guión definido. Fernando Álvarez Rebeil, protagonista del largometraje, relata que en el desarrollo de las actuaciones que debería hacer su homónimo en pantalla tuvo que guiar al pequeño Gabriel Santoyo el cual, después de ver la película, cuesta trabajo creer que no poseía experiencia actoral previa y que gran parte de los diálogos fueron resultado de la improvisación entre los dos, quienes compartieron elenco con Claudette Maillé.
Es así como en poco más de 60 minutos Pablo Delgado no solo nos entrega su ópera prima, sino que nos muestra cómo es posible ganarse al público sin pretensiones, con una historia humilde que no necesita salir del pasado del director. Es, además, un ejemplo para todos los que desean hacer cine, pues en un aparente anti proceso filmó en 15 días uno de los filmes más bellos del cine mexicano en lo que va de la incipiente segunda década del nuevo milenio.
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