viernes, 12 de diciembre de 2025

Las niñas de los duraznos (o ese cine que debe verse solo)

texto ANDREI MALDONADO

¿Por qué hacemos cine los que hacemos cine? ¿Qué nos motiva a dejar de lado otras actividades, quizá tardes de juerga y diversión, por horas frente al computador escribiendo, organizando una preproducción, convocando amigos y conocidos, para salir, con cámara en mano, a filmar historias? 

Quizá para muchos sea el deseo de alcanzar la fama y el reconocimiento de los otros, de lograr lo que mexicanos como Alfonso Cuarón, Guillermo Del Toro o Alejandro González Iñárritu han logrado. Para otros, hacer cine es su medio de expresión, porque han elegido el arte como la vía para existir y darle sentido a sus ideas, y desean compartirlo con más personas.

A este segundo tipo parece pertenecer Deniss Barreto, una joven que en los últimos años ha ido consolidando su carrera como directora, guionista y productora, con un cine intimista, onírico, contemplativo y reflexivo, muy autoral y a la vez comprometido con la visión femenina, con la honestidad autoral, el retrato más que fotográfico, pictórico y poético, y a rendir homenaje a ese cine que la ha ido formando desde muy pequeña y que la ha acompañado toda la vida.

Tras una filmografía integrada por varios cortometrajes y un mediometraje con narrativas que abordan, entre otros temas, el autodescubrimiento, el despertar sexual, el paso de la infancia a la pubertad y de la pubertad a la madurez y el enfrentamiento de las mujeres a una sociedad machista y misógina, Deniss da el paso hacia su primer largometraje de ficción, “Las niñas de los Duraznos”, que recién tuvo su estreno en su natal Durango.

La historia se centra en Valentina, una niña que está a punto de dar sus primeros pasos hacia convertirse en una “mujer”, mientras convive con sus cuatro hermanas en un entorno en donde se mezclan los convencionalismos con los cambios orgánicos en los cuerpos de las jóvenes: las primeras menstruaciones, el naciente interés por el sexo opuesto, los fajes y los primeros encuentros sexuales de sus hermanas mayores con sus respectivos novios.

Para quienes conocemos el cine de Deniss nos es imposible despegarnos de sus anteriores trabajos, principalmente de “El ensueño de Carlota”, donde la autora ya había abordado temáticas similares entre sus personajes, su entorno y el tema del despertar sexual en medio del desconocimiento y la incomprensión familiar, además de que las referencias visuales y narrativas con el cine de Sofía Coppola, Lucrecia Martell y Carlos Reygadas son sencillamente innegables.

Sin embargo, “Las niñas de los duraznos” se defiende por sí misma al ser un delicado remanso de pinceladas visuales muy a lo Andrei Tarkovski, pero con la fuerza y bravura propia de cineastas feministas como Agnes Varda. Deniss no hace cine, hace una ensoñación, un elogio a ese cine que, más que verse, se contempla, se siente, e invita al espectador a ver más allá de lo que se puede ver.

Haber estado en la función inaugural me permitió comprobar que hay películas que, en definitiva, es mejor verlas solo, ya sea en una sala de cine o en la intimidad del hogar. “Las niñas de los duraznos” bien puede caer en una nueva clasificación: “películas para ser vistas a la una de la madrugada”, donde no haya ruido de latas de refresco siendo abiertas, o bolsas de palomitas irrumpiendo el silencio.

Porque imágenes preciosistas como la de arranque, donde contemplamos el paso de la noche al amanecer, o la lluvia y el viento cayendo encima del árbol de duraznos, debería ser una experiencia próxima a disfrutar de un lienzo en un museo, o la lectura de un poema de Sylvia Plath junto a una taza de café. El cine de Deniss bien vale pagar todas las butacas de un cine para poder estar solo.

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