texto SHAMIR NAZER foto RICARDO THOMPSON
La puesta en escena de El Nuevo Oeste, es, antes que todo, una propuesta para re-imaginar a Durango más allá de los rasgos de identidad que lo hacen reconocible: el alacrán y su ponzoña, el caldillo durangueño y un decadente set cinematográfico para grabar películas del viejo oeste. Una puesta en escena para pensar que en Durango hay vida más allá de la fama de sus personajes más célebres, como Pancho Villa, por poner un ejemplo.
Sin embargo, resulta complicado hacer propuestas o proyecciones del futuro, sin reconocer los lastres del pasado y el lugar en el que los infortunios y las negligencias de la Historia nos sitúan en el presente; en ese sentido El Nuevo Oeste es también una tribuna que denuncia las heridas, la inconformidad y la náusea de una juventud comprimida por un sinfín de fronteras físicas y metafóricas.
El Nuevo Oeste es una puesta protagonizada por cuatro actores en escena (Diego Cristian Saldaña, guionista y director, Melissa Zaragoza, Ricardo Serrano y Noemí Mendiola) que se mueven bajo un guion que incorpora la improvisación sonora y una proyección de video. Se trata de dos hombres y dos mujeres en el escenario que llevan ropas sencillas, regulares, sin nada de vestuario elaborado (son ciudadanos y en la precariedad de la vestimenta también hay un mensaje en varios niveles).
La anonimia del vestir que portan representa los diversos avatares de la vida civil: los actores que vemos en escena son estudiantes, son profesionistas, son músicos, artistas, víctimas… obreros. El overol que lleva una de las mujeres es acaso el único guiño abierto de identidad. Prenda icónica entre los obreros.
En una historia que incluye el drama del sufrimiento que es arrastrado por generaciones desde la Revolución hasta la lucha contra el narco, pasando por etapas creativas como el auge y la decadencia de la industria cinematográfica en Durango, El Nuevo Oeste incluye la posibilidad de contradecir algunos conceptos dados ¿por qué pensar siempre a Durango como un ámbito del viejo oeste? ¿cómo sería un Durango que pertenezca al “nuevo oeste”? ¿seguiría estando atravesado por vaqueros y disparos?
Incluye, además de este ánimo cuestionador, también la protesta de los obreros y de los estudiantes de estos y todos los tiempos, así como la crónica de cómo naufragan los movimientos sociales. Los estudiantes que tomaron el Cerro de Mercado en el 66 y en el 72, por poner un caso concreto. El Cerro de Mercado (lugar en el que se sospechó la existencia de metales preciosos) no solo constituye el motivo fundacional del asentamiento de la ciudad de Durango, sino que es quizás también la fuente inagotable de superchería y pensamiento mítico duranguense.
La pugna de El Nuevo Oeste es principalmente el combate al pensamiento mítico de los conceptos arraigados fuertemente, prodigando píldoras de realidad que pueden ser amargas, pero que cándidamente ofrecen una vía para salir de las fronteras en las que la política, la historia y el desdén han confinado a los duranguenses en una identidad que además de desencantada y pesimista es autocompasiva. Salir de las fronteras sin salir de Durango. Lo que, es más: la abolición de toda frontera.
Durante muchos años se ha pensado la identidad de Durango a través de apodos que tienden a la burla y al menosprecio: Durrancho, Durangutania, Duranghetto o Duranghoyo, por mencionar algunos. Otro apodo más irónico, pero no menos famoso ni burlón es el de Duranyork. Es a través de estos y otros apodos, que la impotencia y la indignación de los duranguenses ha encontrado los cauces de la paz y del consuelo triste.
El Nuevo Oeste, además de una atrevida puesta en escena, es un ensayo sobre la identidad duranguense y un acicate al conformismo; en el espíritu ultramoderno en el que no hay nada que no pueda ser criticado, resulta también una provocación para a las instituciones, para la audiencia y hasta para sí misma, al llamarle a Durango, Duránsterdam. Un apodo inesperado.
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