texto JUAN JOSÉ ANTUNA ORTIZ
A continuación, compartimos un pequeño análisis de cada uno de los largometrajes que estuvieron en competencia en el festival.
El deseo de Ana
Ópera prima del director Emilio Santoyo, escrita por Gabriela Vidal y el mismo Emilio, la cual ha tenido un recorrido por festivales más que importante desde el 2019, recogiendo reconocimientos tanto de jurados como de crítica. La película nos muestra la historia de Ana (con una actuación de Laura Agorreca más que destacada; tan destacada es que, uno bien podría comprarle el hecho de que es mexicana, pues no se nota en ningún momento su acento argentino), una mujer que vive con su hijo Mateo (Ian Monterrubio) de manera muy tranquila, pero esa tranquilidad que se nos presenta, de alguna manera viene a ser trastocada con la aparición de Juan, el hermano de Ana (David Calderón es quien interpreta al personaje, con un trabajo también muy completo).
No se nos dice mucho en sí, pero vemos cómo Ana evita de alguna manera profundizar la comunicación con su hermano, solo atendiéndolo de manera cordial; pero conforme avanza la trama se van revelando detalles en la vida de ambos en su presente, y que parecen ser las consecuencias que hicieron que se separaran en el pasado; hace que se vaya dando una necesidad en ambos de estar otra vez juntos, como lo estuvieron años atrás. La naturaleza de la forma en que quieren estar juntos, se va soltando de a poco, entregándonos un final climático al que uno quisiera que muchas personas pudieran encontrarle la belleza que tiene, y esto lo digo tanto en su forma, como en su fondo.
Los valores y aciertos que tiene la película, y que son el resultado de la atinada dirección de Emilio, son muchísimos, y quizá podría empezar atendiendo el tono de la película, el cual hace que el desarrollo de esta sea pausado, detallista, sutil, íntimo; uno recuerda en su propuesta al cine de grandes maestro de este arte como Rohmer o Kieslowski, sobre todo al primero, no solo por la meticulosidad con la que ejecuta planos y diálogos, sino también por la gran construcción que hace de los personajes y la economía de recursos en muchos niveles (personajes, paleta de colores, etc.) que nos vienen a comprobar que en el cine, la mayor parte del tiempo, "menos es más".
Los tomas y secuencias en la película nos comunican mucho, tanto como los diálogos de los personajes; y esto que nos comunican es en total congruencia con la historia. Lo referente al diseño de producción también es un campo muy atinado, vemos en las escenas que encuadran a detalles, cómo todos los elementos hablan, nos dan un total entendimiento de la situación tan compleja que viven tanto Ana como Juan, de sus miedos, de sus deseos, y también nos ponen en perspectiva su pasado.
Sin lugar a dudas es una película que desde su estreno en festivales, en la ciudad que se estrena, levanta tema de conversación, la pregunta es hacia dónde se encamina dicha conversación, si las personas se van por el camino fácil y atienden la línea de la primera lectura, la del prejuicio sin antes tratar de entender la naturaleza propia del amor y la búsqueda de la felicidad; o se trata de dar al meollo del asunto, lo que para mí es la trama central de la película, que es la de la valentía y el riesgo que implica entregarse a un amor socialmente no aceptado.
Amor que en la película se representa de una forma, pero que pudo haber sido representada de cualquier otra, o mejor dicho, la forma en que está representada en la película da vitalidad y legitimidad a la película en sí, y rinde homenaje a todas las demás manifestaciones que tienen el deseo y el amor, ya sea que estas sean o no socialmente aceptadas, y quizá ahí es el único punto en que la película es disruptiva y trasgresora, pero con el respeto hacia la audiencia y la propia historia, que el director siempre quiso cuidar.
Feral
Cuando uno lee en críticas de cine palabras como "la mejor película mexicana de terror de los últimos años", uno espera ver una película del género de terror en toda la extensión de la palabra, pero con Feral, ópera prima de Andrés Káiser, eso no pasa. La película es un falso documental que se sirve de diversos recursos narrativos para abordar un acontecimiento ocurrido en la sierra oaxaqueña con un sacerdote y tres niños salvajes que tenía a su cuidado, con los que intentó hacer un estudio para reintegrarlos a la sociedad, hasta que un incendio consume la casa donde vivían y a ellos en su interior, dejando en tela de juicio el origen de su descenso; y al espectador, sacar sus propias conclusiones.
Si bien las veracidades en todos los hechos pueden ser cuestionables en muchos sentidos, hay elementos que me parece, aunque no sean tan innovadores ni únicos en el género, si saltan a la regla o la fórmula hollywoodense como debe de ser una película de terror. Uno de los elementos que más destaco del trabajo de Káiser, y que ha sido más atacado por sectores de la crítica, es el trabajo mal trabajado en el found footage, y me parece que es de los mejores recursos que tiene el trabajo porque, así como da pie a la situación tan siniestra entre el sacerdote y los niños ferales, pero jamás es revelada del todo, esa mala calidad, distorsión y lo incompleto de las grabaciones, son en las que radica su valor
Si fuera todo limpio, claro y nítido, perdería el misterio que sugiere, y en el acto perdería lo mejor del trabajo, porque por supuesto, como ya lo dije al principio, muchos de los otros elementos hacen que el trabajo sea muy cuestionable, como la credibilidad y fluidez de los testimonios recabados en la investigación que ha uno lo hacen perder por completo la magia de un falso documental.
Aún con eso, la valentía y osadía de Káiser de hacer este terror sugerente, en el que la sociedad de comunidades con influencias religiosas cerradas y de moral cuestionable, así como una serie de testimonios realmente destacados que, encaminados con el trabajo de cámara registrando los lugares correctos en el momento correcto del largometraje, hacen que uno sí sienta que, aunque no sea el terror que todos creen que así debe de ser en el cine y no sea perfecto en el estricto sentido de la palabra, es un trabajo que se hace valer, y nos hace sentir terror por no saber quién es más monstruo en la película, si los niños salvajes, si el sacerdote, si la comunidad, o la iglesia.
Blanco de verano
Ópera prima de ficción del director Rodrigo Ruiz Patterson, cuyo andar por festivales había sido por demás interesante, tantos por los premios recabados, como por los comentarios que hacían de ella varios medios de prensa especializada; había hecho que la estuviéramos esperando mucho, y vaya que si han sido más que merecidos todos los comentarios que giraban en torno a ella. La película es un coming of age que gira entorno a Rodrigo, un jovencito de 13 años que vive con su madre Valeria, y que parece ser que su vida es perfecta como es, sin una figura paterna; pero esta perfecta vida se transforma cuando llega Fernando, un amigo de su mamá, que muy pronto se convierte en su novio.
Parece que al principio las cosas van bien entre los tres, la convivencia es sana, y no hace que la presencia de este hombre irrumpa en las rutinas de Rodrigo y su madre, como lo son el fumar, irse de pinta de la escuela para escaparse al deshuesadero de autos donde hay un motor home en el que Rodrigo construye un refugio; pero en el momento en que Fernando se va a vivir con ellos, es que empiezan los problemas. Fernando empieza de a poco a querer cambiar sus vidas, y eso detona en una necesidad pirómana por parte de Rodrigo para sacar su frustración, más que para llamar la atención.
Las cosas que parecía podían hacer que la comunicación entre ambos hombres en la vida de Valeria funcionara, ahora los confronta, y la flama con la que Rodrigo sacaba esta frustración, va de menos a más, hasta llegar el punto en que incendiaría la vida de los tres, llegando a una decisión, sacando y evidenciando también de alguna manera la naturaleza edípica de Rodrigo hacia su madre, encontrando así su identidad.
La maestría de Ruiz Patterson para hacer que este relato fuera algo más que un simple coming of age, me parece está, por sobre las muchas cosas valiosas en la película a nivel producción, en una en particular: el recurso de las secuencias cortas. Son contadas las escenas, o, mejor dicho, las tomas en las que una secuencia dura más de diez segundos, de esta manera, el director nos dice y nos comunica muchas cosas en un corto lapso de tiempo en el que no se siente para nada una noción de que algo falta, es un recurso magistralmente utilizado.
Luego de eso viene la fotografía, un trabajo demás meticuloso que toma a detalle todos los elementos que hacen que uno conecte no con los personajes simplemente, sino con su sentir. Hay sobretodo dos partes en la que la fotografía toma una belleza muy difícil de describir y apreciar, salvo que se vea la película, y estas partes son la del restaurante y la del escape, además de una mirada muy dinámica que se adapta a lo que la situación dicta.
Hablando del sentir de los personajes, y cómo este se potencializa por el trabajo en la cámara, no sería posible sin el gran trabajo actoral de los tres actores en la película. Sophie Alexander-Katz, impresionante como casi siempre, un Fabián Corres al que es muy grato volver a ver en una película, y una revelación como lo es Adrián Rossi, al que no les extrañe haciendo una gran carrera como actor en el cine, pues es realmente impresionante su desempeño en el papel de Rodrigo. Una película que en lo personal me pareció, además de honesta, catártica; me recordó mucho a Días de invierno, por las relaciones afectivas que se crean entre madres solteras y sus hijos, y cómo estas forman, forjan, y dan carácter, para cuando se tenga que dejar el nido y crecer.
La recua
Hay una máxima, o, mejor dicho; hay un dicho que dice: "cuéntame cómo es tu pueblo y te diré que tan universal eres", y al ver un documental como el dirigido por Trudi Angell y Darío Higuera uno puede fácilmente reivindicar y dar toda la valía posible a este dicho. Pero decir que el galardonado documental es solo una memoria histórica del acontecimiento que es leído desde su título, sería quedarnos en la más corta de las lecturas.
El documental que surge de la idea y de la ilusión del señor Darío, figura más que emblemática de la cultura ranchera del norte del estado de Baja California Sur, y que se ha ganado el respeto de todo el estado, no solo cuenta los largos trayectos que los viejos rancheros hacían en mulas y burros a mediados del siglo pasado en las que trasladaban sus productos hechos en la inhóspita zona serrana del estado, hasta llegar a las costas en el sur del estado, para a su vez proveerse de insumos indispensables para ellos.
También recrea la travesía en pleno siglo XXI con un Darío que, venido a menos por los achaques de la edad, el trabajo y la enfermedad, va sorteando con tal de cumplir su sueño acompañado de su familia y amigos cercanos. Es así que el viaje no solo es un testimonio de lucha y perseverancia, sino también es un viaje inspirador que irradia una luz humana que une un valor más que rescatable sobre el amor por la tierra, las tradiciones, y, sobre todo, la familia.
Además de ser una road movie en la que hay un valor histórico, también hay un aire de reivindicación hacia una zona muy olvidada por la memoria colectiva nacional, pues es bien sabido que el estado de Baja California Sur se destaca por sus litorales y la zona sur de su geografía, donde tenemos las ciudades en las que el turismo es su más grande aliado, pero en el documental también nos muestra esa zona que muy pocos conocen, y que se llega a ver tan hermosa en sus sierras del norte, en un sitio que afortunadamente, y gracias al desierto y a lo inhóspito del lugar, sigue siendo un paraíso poco conocido y resguardado por sus habitantes, sus ecosistemas, y la gente que ama la tierra y el arraigo.
El documental sin lugar a dudas se sirve del trabajo más que valiente de su crew, tanto sonidistas como fotógrafos acompañan todo el trayecto de los arrieros, y aquí radica el valor y la belleza por donde contagian el entusiasmo y el amor por lo que Darío soñó. La cuestión técnica no es la más importante, pero sirve de su perfección para que el espectador descubra qué es lo más importante del documental: el viaje emprendido por la recua.
Más que valioso y apremiante el trabajo del guionista del documental, pues logra compactar en el guion la idea de lo que se tenía que mostrar en el documental, y sobre eso también podemos destacar el trabajo de edición, ya que logran mostrar en 90 minutos el trayecto de 20 días y 350 kilómetros que Darío y compañía hacen, sin que se sienta en ningún momento que algo nos falta. Es en los pensamientos del señor Darío que vemos que tenemos ante nosotros a un personaje sabio, con un propósito que va más allá de su ego.
Vemos que quiere revivir y hacer un lazo entre el pasado y el futuro. No quiere que las historias de sus antepasados se mueran con él, que al menos sus hijos y nietos sepan en carne propia lo que sus antepasados vivieron, lo que es parte de su identidad y por qué ellos son parte del rancho; también vemos el dilema moral en Darío sobre la vida que él vivió, dura, pero que recuerda y añora con mucha nostalgia y cariño, y que él no quisiera que sus nietos la sufran, aunque siempre las semillas del trabajo hecho con amor por un hombre con tanta identidad y humildad como Darío pueden dejar frutos, aunque no queden en su familia.
La recua es en definitiva no solo en el cine documental como tal, sino dentro de las producciones realizadas en el 2021, una de las mejores propuestas que nos dejan ver que, fuera del centro del país, hay cosas que se pueden hacer con una calidad envidiable de cualquier cinematografía, pero por sobre todas las cosas, una gran película en toda la extensión de la palabra, y que uno agradece que las haya. Pues al fin de cuentas, uno ama el cine por historias como esta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario